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La vida en Urgencias: "¡Se ha muerto Michael Jackson!, ¡joder, en qué box!"
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La vida en Urgencias: "¡Se ha muerto Michael Jackson!, ¡joder, en qué box!"

Adam Kay relata, a través de chistes y anécdotas, en el que se ha convertido en libro del año en Reino Unido como viven los médicos de urgencias en un sistema cada vez está más precarizado

Foto: El humorista y antiguo médico Adam Kay. (D. B.)
El humorista y antiguo médico Adam Kay. (D. B.)

Adam Kay (Brighton, Reino Unido, 1980) dejó la medicina definitivamente tras una traumática experiencia. Atendió a una mujer con placenta previa. Posteriormente, el bebé nació muerto y la paciente perdió más de 12 litros de sangre. Le dijeron que no era culpa suya, que no fue un error, que él había hecho lo que debía. Pero ya “no tenía cuerpo para seguir”. Eso sucedió después de seis años trabajando en el Sistema Nacional de Salud británico (NHS), uno de los más discutidos de Europa. “No era bueno en mi oficio y llegué a esa convicción. Estaba roto y tenía que parar”. Se perdió un médico y se ganó un cómico.

Así que paró y se quedó semanas en la cama pensando en que tenía muchas facturas que pagar. También tenía unos diarios que había ido escribiendo a lo largo de su experiencia como facultativo en Urgencias. Unos escritos de fondo amargo pero apariencia humorística que le sirvieron para ir dándose a conocer en pequeños shows en pubs en los que teatralizaba sus experiencias. Mucho después llegó el libro superventas ‘Esto te va a doler’ (Planeta, 2018) en el que recopila su experiencia “de pesadilla” en el hospital. “Saqué los diarios de un altillo de un armario y me fui por los escenarios leyendo partes”, rememora.

Si hubiera sabido lo que me esperaba, no hubiera estudiado medicina. Ese fue uno de los motivos por los que publiqué el libro

“Mi padres eran médicos y yo creía que tenía vocación, pero porque no sabía la realidad del trabajo. La gente se cree que uno se mete en ese oficio para hacerse millonario y puede que eso sea cierto en Estados Unidos, pero en Europa se hace por vocación y sin conocer para nada la realidad”, explica el antiguo doctor metido a guionista, sentado en un sofá de fieltro rojo. “Si hubiera sabido lo que me esperaba nunca hubiera estudiado medicina. Ese fue uno de los motivos por los que publiqué el libro, para que otros jóvenes sepan de verdad a lo que se van a enfrentar”.

placeholder Portada del libro de Adam Kay.
Portada del libro de Adam Kay.

¿Y a qué se van a enfrentar? “A un sistema destruido en el que no hay medios”. Además, se explaya en las características que a su juicio debe tener todo facultativo: “Debes estar preparado psicológicamente para tomar decisiones con una presión aterradora, para dar malas noticias a parientes angustiados. En definitiva, tienes que ser casi un pequeño héroe que debe compensar con su trabajo y su vida personal una infrafinanciación por parte de las administraciones, y a eso no te enseñan en la facultad”.

No son dioses

Una de las cosas que observó en sus años de ejercicio “de la mejor profesión del mundo” fue que nadie repara en la condición de ser humano del médico: “Te consideran una especie de Dios que no puede fallar nunca, ni desmoronarse, que es alguien infalible hecho de piedra”, cuenta con vehemencia. Así que uno de los puntos sobre los que incidió mucho en sus diarios fue en “la condición completamente humana del doctor”.

Sin embargo, aunque el origen de su publicación, según cuenta, fue una decisión política que él entendió lesiva para el sistema sanitario, el libro es un compendio de anécdotas contadas en tono jocoso. “Son chistes, pero que todos juntos van dejando un poso”, comenta el autor. Comenzó a escribirlos “como válvula de escape porque nadie te deja desahogarte, hablar. Tienes que hacerte el duro y la escritura me servía para aliviar el estrés”.

La mujer había metido el anillo de pedida en un huevo Kinder y este en la vagina. Después no se lo podía sacar

Entre las cosas que Kay subraya que no se enseñan en la facultad está la de “poner cara de póker cuando un nonagenario te está contando que se le ha atrancado un juguete sexual en el ano y le tienes que preguntar por el tamaño exacto de la cosa”. En su consulta de Urgencias de Ginecología ha visto “los objetos más extraños llegando al intestino de la gente por los conductos más insospechados”, comenta. Todo ello, por supuesto, queda reflejado en el libro "¡pero con las suficientes variaciones para que nadie se sienta identificado y me demande!".

El capítulo de objetos en lugares cuando menos extraños (y peligrosos) es extenso. Por ejemplo, la paciente J.B. que decidió aprovechar el día de Navidad para proponerle matrimonio a su novio, meter el anillo en un huevo Kinder y, a su vez, el huevo en su vagina. la diea era que el tocase y se lo encontrase, pero las cosas no sucedieron así: el huevo se movió y por más que ella se movía no había manera de sacarlo. Se lo tuvieron que sacar en Urgencias con forceps.

Gonorrea nuclear

Dada la especialidad de Kay, muchas de las anécdotas tienen un tinte sexual. Por ejemplo, aquella señora que descubrió que su marido, el día de su aniversario de bodas, no solo le había regalado a ella un collar de perlas, sino también a una amante. Despechada, tiró de tarjeta de crédito y se marchó a Trinidad y Tobago, donde mantuvo relaciones íntimas con cuantos hombres pudo durante 15 días, "ampliando su repertorio a la penetración anal". Al regresar a su casa no podía juntar las piernas y sintió un fuerte dolor abdominal. "Al parecer, por el Caribe circulaba una gonorrea de categoría nuclear".

Pero no todo tiene que ver con el sexo, aunque el apartado dedicado a estos asuntos en el libro es de muy considerable extensión. También hay tiempo para otra clase de sobresaltos. "De repente veo que hay polvo de cascotes y el resultado es un pánico generalizado. Si fuera una película sería una ambulancia empotrada en el edificio. pero no, es una comadrona que ha tirado con tanta fuerza de un cordón de emergencias que se ha llevado consigo casi todo el techo". Casi todo el libro mantiene ese toque humorístico en el que se va saltando de sorprendente anécdota a otra aún más inverosímil.

Estrés y salarios bajos

También tiene espacio para el clásico humor negro de los hospitales. Una noche de guardia, viendo la televisión, Kay se enteró de que había muerto el cantante estadounidense Michael Jackson y exclamó: "¡Joder, se ha muerto Michael Jackson!", a lo que una impertérrita enfermera suspiró y se pudo en pie: "¿En qué box?".

“Escribí un relato sincero de lo que es el día a día, con sus cosas desagradables y sus cosas divertidas, y creo que quedó muy ajustado a la realidad del trabajo de médico, más allá del contexto británico”, afirma Kay, que revela que “muchos facultativos de otros países me han escrito para decirme que se ven reflejados en lo que cuento”. Aunque el sistema público en el que desarrolló su tarea sufre de algunos problemas muy acusados, que algunos datan de la era de Margaret Thatcher - “jornadas de miles de horas y salarios cada vez más bajos”- nada de eso es privativo de Reino Unido.

Sin miedo al despido

Después de publicar el libro en Reino Unido le llamaron para mantener una entrevista con el Secretario de Estado de Sanidad. “La conversación se dio por concluida cuando le pregunté si me podía asegurar que cuando dejase el puesto no se iba a marchar a una empresa ligada a la sanidad privada. Sencillamente, se levantó y se fue”. También ha tenido detractores entre sus excompañeros de profesión. “Pero solo han sido tres, así que es para darse por satisfecho”, precisa. Estos colegas le acusan de “histrionismo” y de lo poco pertinente que resulta “hablar de tus propios problemas”. Objeciones que Kay considera que provienen de “un pensamiento anticuado”.

Ahora está preparando un segundo libro... “Yo ya no tengo miedo a que me despidan, así que puedo ser crítico con la administración sin temor”.

Adam Kay (Brighton, Reino Unido, 1980) dejó la medicina definitivamente tras una traumática experiencia. Atendió a una mujer con placenta previa. Posteriormente, el bebé nació muerto y la paciente perdió más de 12 litros de sangre. Le dijeron que no era culpa suya, que no fue un error, que él había hecho lo que debía. Pero ya “no tenía cuerpo para seguir”. Eso sucedió después de seis años trabajando en el Sistema Nacional de Salud británico (NHS), uno de los más discutidos de Europa. “No era bueno en mi oficio y llegué a esa convicción. Estaba roto y tenía que parar”. Se perdió un médico y se ganó un cómico.

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