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Los dulces engordan: el truco para evitarlos después de la comida
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Los dulces engordan: el truco para evitarlos después de la comida

Sin duda cualquiera se rinde ante un pastel, un bombón, un flan o unas natillas tras el segundo plato. Tiene varias explicaciones, y te sorprenderán

Foto: Paula degusta un super postre en Garaje Grill.
Paula degusta un super postre en Garaje Grill.

La misma secuencia se repite cada vez que haces una de las comidas principales del día: terminas el plato y aunque estés satisfecho siempre sientes un deseo incontrolable de tomar algo dulce. El azúcar llama a tu puerta y tú le dejas pasar porque aunque te hayas metido un buen festín y estés a punto de explotar, sigues creyengo que es una buena idea.

¿Por qué? ¿Qué causa esa ansiedad alimentaria? ¿Es solo un hábito o hay algo más profundo? Mientras algunos advierten que la necesidad de algo dulce puede ser signo de estar consumiendo demasiados carbohidratos, otros apuntan a que estamos acostumbrados culturalmente a terminar una comida con un postre.

Foto: Una mujer consumiendo terrones de azúcar. (iStock)

La doctora Jen Nash, psicóloga clínica especializada en comportamiento alimentario, y la nutricionista Fiona Hunter, ambas embajadoras de la firma de bienestar Healthspan, revelan la verdad sobre esos antojos dulces y cómo controlarlos para siempre.

Nacemos así

Buenas noticias. Si te has reprendido alguna vez por tomar demasiadas veces postre, tranquilo, no es tu culpa. "Todos nacemos con una preferencia hacia ellos. La razón de esto es que los alimentos amargos y salados tienen más probabilidades de ser venenosos, por lo que nuestro amor innato por el azúcar es un proceso evolutivo que está diseñado para guiarnos hacia comidas que sean seguras y nutritivas", explica Hunter.

"Y no solo eso, sino que tenemos un impulso evolutivo para anhelar ese tipo de alimentos porque proporcionaron la energía necesaria que necesitábamos para sobrevivir cuando escaseaba la comida", añade Nash. Además, Mónica Katz, médica especialista en nutrición, detalla: "Desde pequeños, nos acostumbran a que el último componente del menú habitual, es un alimento dulce y tendemos a asociarlo con el placer global percibido, que en realidad fue generado por todo lo consumido durante la comida".

La Organización Mundial de la Salud aconseja no tomar más de 25 gramos de azúcar al día

Nuestros cerebros están conectados para disfrutar de la comida, ya que la necesitamos para vivir. Avancemos hasta hoy y, gracias a los estudios de neuroimágenes, nos estamos volviendo más conscientes de lo que está sucediendo en nuestra cabeza cuando se trata del azúcar. "Los escáneres cerebrales muestran que su ingesta conduce a la liberación de dopamina en el área una de las áreas que están asociadas con la motivación, la novedad y la recompensa. Entonces, realmente podemos sentirnos mejor cuando ingerimos estos alimentos", explica la experta.

"El anhelo que sentimos sobre algunas comidas a menudo se forman en la infancia", comenta Hunter. "Por lo general, se basan en el tipo de cosas que recibimos como recompensa o regalo o para que nos sintiéramos mejor cuando estábamos molestos cuando éramos niños. Así que si, por ejemplo, tu madre (o quien te cuidara) te dio algo azucarado, como galletas, dulces o chocolate para hacerte sentir bien después de caerte y hacerte daño, aprendiste a asociarlo con sentimientos de felicidad", añade. De hecho Nash asegura que el primer sabor que experimentamos, el de la leche materna, es dulce, por lo que estos sabores se asocian al ser calmado y aliviado.

Gusto

Hay algunas posibles razones por las cuales sucede esto: el gusto, los hábitos y las necesidades emocionales. "Nuestra alimentación está impulsada por necesidades primarias, y hay cinco sabores distintos que podemos distinguir a través de nuestras papilas gustativas: dulces, salado, picante, ácido, amargo y unami (que significa agradable o gustoso).

Incluye fruta en tus menús, elabora tus postres con yogur o come algo azucarado antes de cada comida

"Cuando los tenemos todos incluidos en una comida, es más probable que nos sintamos realmente satisfechos cuando terminamos de comer. Si descubres que anhelas alimentos dulces después de una ingesta, experimenta incluyéndolos dentro de un mismo plato. Prueba, por ejemplo, usar miel como aderezo o salsa, incluye un poco de fruta deshidratada (como pasas o higos) mezclada en una ensalada, o elige opciones vegetales que estén más en el lado azucarado del espectro de sabores como el maíz, la nuez moscada o la calabaza.

Hábitos

Millones de nosotros fuimos educados con un postre como parte integral del menú. Pero como nuestro metabolismo se ralentiza con la edad, se puede convertir en el culpable principal cuando se trata de ganar peso. "Muchas personas necesitan algo dulce porque lo ha adoptado como norma interna habitual, como si les faltara algo importante para terminar", aseguran.

"Si los postres fueron un alimento básico en tu infancia entonces es probable que sigas ahora las mismas reglas, hábitos y tradiciones sin pensarlo. Puedes cambiar este vínculo a lo largo del tiempo mediante una transición a alimentos menos azucarados o al encontrar otras maneras de completar un plato, por ejemplo, con una bebida caliente o té de menta (bueno para la digestión).

Necesidades emocionales

"En tercer lugar, y un poco más profundo, puede haber una necesidad interna por este tipo de comida para intentar calmar la ansiedad" agrega Nash. "Los horarios de las comidas solían ser una forma clave de conectarse y vincularse con los miembros de la familia, dejándonos de sentir llenos de amor, cuidado y diversión", explica una de las nutricionistas.

Todos nacemos con una preferencia hacia los alimentos dulces gracias al proceso evolutivo de supervivencia

"Ahora es más probable que comamos en el trabajo, frente al televisor o el ordenador en lugar de juntarnos en una mesa, por lo que podemos estar buscando que se satisfaga esta necesidad interna. La clave está en saber cómo te conectas con los demás: mientras comes, justo antes o después", añade Nash.

Cómo solucionarlo

Reduce lo más posible la cantidad diaria. La Organización Mundial de la Salud (OMS) aconseja no tomar más de 25 g al día, lo que equivaldría a una cucharada sopera, pero controlando, porque gran parte de los azúcares que consumimos habitualmente no son azúcar de mesa, sino otros que van “camuflados” en los alimentos comunes, incluso muchos que no están considerados como dulces. Por ejemplo, una cucharada de ketchup contiene cuatro gramos de azúcar, mientras que una lata de refresco puede llegar hasta los 40 gramos.

Una de las estrategias para cambiar tus dulces hábitos es incluir las frutas en tus menús. Además, puedes elaborar tus postres con yogur y así quitarte la espinita. Otra de las cosas que puedes hacer es comer algo azucarado antes del almuerzo o la cena. La idea es dejar que la naturaleza siga su curso sin incentivar lo que desde ya a muchos les cuesta controlar.

La misma secuencia se repite cada vez que haces una de las comidas principales del día: terminas el plato y aunque estés satisfecho siempre sientes un deseo incontrolable de tomar algo dulce. El azúcar llama a tu puerta y tú le dejas pasar porque aunque te hayas metido un buen festín y estés a punto de explotar, sigues creyengo que es una buena idea.

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