8 de noviembre de 1983: el día que casi acaba el mundo (y no nos enteramos)
Mientras la mayoría de la población dormía tranquilamente, el ejército soviético comenzaba a movilizarse ante la preparación de un supuesto ataque nuclear de Occidente
“La amenaza de guerra fue real. 1983 es un momento tan clásico como la crisis de los misiles de Cuba, en el que ninguna superpotencia quería recurrir a las armas nucleares, pero el riesgo de equivocación, de errores de juicio y confusión eran demasiado altos”. Estas son las palabras de Thomas S. Blanton, director del Archivo de Seguridad Nacional de EEUU, tras la publicación en 2015 de un nuevo informe de 94 páginas que daba carpetazo final a la controversia de Able Archer, ese momento en la historia del siglo XX en el que, sin que la población lo supiese, se estuvo a punto de llegar a la guerra nuclear: sin duda, estuvimos a un pelo de la confrontación nuclear.
¿Qué ocurrió aquella larga semana en la que los rusos fueron preparándose para el peor de los escenarios, convencidos de que la OTAN y sus enemigos americanos estaban dando todos los pasos para un ataque nuclear a gran escala? La respuesta la intenta proporcionar con todo lujo de detalles el nuevo libro '1983: Reagan, Andropov and a World on the Brink', escrito por el productor televisivo Taylor Downing, también responsable del documental '1983: the Brink of Apocalypse', estrenado en 2008. Es el relato definitivo sobre la extraña ceremonia de la confusión que puso a las autoridades rusas a punto de pulsar el botón rojo, en el que quizá fue el último gran momento crítico de la Guerra Fría. Mientras millones de personas dormían, la URSS preparaba su arsenal nuclear para un ataque inminente.
En el momento más tenso de la Guerra Fría, la OTAN decidió plantear un ejercicio militar a gran escala planteando un hipotético escenario DEFCON1
La historia refleja bien el clima de paranoia y desconfianza de la época, alimentada por Ronald Reagan y su Guerra de las Galaxias y el fundamentalismo 'old school' de Yuri Andropov, breve secretario general del Partido Comunista soviético. Si se hubiese llegado a la guerra, habría sido por un error o, mejor dicho, por la incapacidad de entender al adversario. Pero también por un nuevo equilibrio de poderes, en el que el viejo modelo de destrucción mutua asegurada, una buena disuasión para atacar –si me agredes, tú también serás destruido– había sido sustituido por un escenario en el que el bloque occidental podía acabar rápidamente con la posibilidad de respuesta del gigante ruso, lo que le dejaría indefenso.
Juegos de guerra
Para entender lo que ocurrió a finales del otoño de 1983 no se pueden obviar los precedentes inmediatos. No hay que olvidarse de las operaciones “psicológicas” (PSYOP) llevadas a cabo por EEUU entre 1981 y 1983, con el objetivo de amedrentar al enemigo soviético acercando sus barcos al mar Báltico o el mar Negro, como el matón que amaga levantando el puño al que le ha mirado mal. Tampoco el FleetEx, el mayor ejercicio naval llevado a cabo en el Pacífico Norte, una movilización de 23.000 operarios en 40 barcos diferentes. Ni mucho menos el anuncio del la Iniciativa de Defensa Estratégica, la conocida como Guerra de las Galaxias, en marzo de 1983. Los misiles balísticos de medio alcance Pershing II, capaces de destruir objetivos sensibles soviéticos, no ayudaban.
El antecedente más claro, no obstante, fue el derribo del vuelo KAL007 de Korean Airlines por parte de los soviéticos en la isla de Moneron, en el mar de Japón: 269 personas, entre las que se contaba un congresista estadounidense, murieron. Para el historiador Tom Nichols, de la Universidad de Harvard, era “suficiente para pensar que estábamos cerca de nuestro fin”. No fue así, pero la tensión se encontraba en su punto más álgido desde la llegada de Reagan al poder. Y justo en ese momento la OTAN decidió, por qué no, poner en marcha sus maniobras anuales, eso sí, más realistas que nunca, para que los soldados supiesen reaccionar en caso de confrontación nuclear en estado de DEFCON1. Tan, tan realistas que para algunos espías soviéticos eran prácticamente indistinguibles de la preparación de un ataque nuclear real.
Lo que no sabía ni EEUU ni la OTAN es que la URSS había puesto en marcha un par de años antes la Operación RyaN, un programa que monitorizaba cada una de las autoridades implicadas en el proceso de autorización de un ataque nuclear para poder tomar la iniciativa en caso de que se produjese. En otras palabras, la inteligencia soviética estaba rastreando señales que apuntasen hacia un posible ataque… y lo encontraron en las maniobras de los aliados de la OTAN. Como añade Downing en la introducción de su libro, esta historia muestra “cómo los servicios de inteligencia pueden encontrar evidencias para demostrar cualquier cosa que sus superiores deseen encontrar”. Pero, como añadía el informe de los Archivos de Seguridad Nacional publicado en 2015, desde luego había un gran número de factores poco rutinarios en las maniobras 'Able Archer 83' (“arquero capaz”) que comenzaron el 7 de noviembre.
Un telegrama suplicaba ayuda urgente y mantenía que en menos de una semana la URSS podría quedar casi desarmada
Se trataba, por ejemplo, de la movilización a Europa de alrededor de 19.000 soldados estadounidenses, la implicación de la primera Ministra Margaret Thatcher y del canciller alemán Helmut Kolh o el incremento en las comunicaciones entre el Reino Unido y EEUU (agua: se debía a la invasión de Granada, que había tenido lugar apenas un par de semanas antes). Los muy atentos servicios de inteligencia soviéticos pensaron, parafraseando a Netanyahu en sus declaraciones sobre la capacidad nuclear iraní, que si parece un pato, camina como un pato y hace cuac como un pato, muy probablemente se trate de un pato. O, en este caso, una ofensiva nuclear. Así que se pusieron manos a la obra.
¿Quién tiró la bomba, la bomba quién tiró?
Aunque las fechas bailan, aproximadamente entre el 7 y el 8 de noviembre un telegrama revelaba el plan occidental de ataque, deducido a partir de ese conjunto de factores sospechosos. Le siguió otro aún más urgente, en el que se indicaba que todas las tropas americanas se habían puesto en alerta (agua de nuevo: se debía a la masacre de soldados estadounidenses y franceses de Beirut). Como recuerda Gordon Barrass en un artículo publicado en 'Survival: Global Politics and Strategy', “lo más llamativo de este telegrama era su patetismo”. En él, se suplicaba a las autoridades que hiciesen algo, o la URSS podía quedar desarmada en cuestión de 10 días.
Se suele señalar al general Leonard H. Perroots como el héroe involuntario, al decidir hacer caso omiso de la creciente fanfarronería soviética
La respuesta de los soviéticos fue poner en alerta a la aviación con capacidad para bombardeo nuclear como los MiG-23 en Polonia y la RDA, suspender los vuelos (excepto los de inteligencia) o exigir a las tropas que estuviesen preparadas para entrar en combate en menos de 30 minutos. Según el analista de la CIA Peter Vincent Pry, en 'War Scare', es posible incluso que pusiesen en marcha sus silos nucleares. Para Barrass, no se trata de una muestra del miedo soviético, sino una demostración de que estaban listos para actuar inmediatamente. La principal fuente de información sobre la reacción soviética proviene de Oleg Gordievsky, un agente doble que trabajaba para la inteligencia secreta británica. Fue él quien alertó a las autoridades estadounidenses de que sus compatriotas se estaban poniendo nerviosos sobre sus movimientos; era, en definitiva, el hombre que tenía acceso directo a la mente de los líderes soviéticos.
Se suele señalar al general Leonard H. Perroots como el héroe involuntario de este episodio, al decidir –de forma instintiva, eso sí– hacer caso omiso de la creciente fanfarronería soviética y no elevar el nivel de amenaza, lo que muy probablemente habría tenido consecuencias nefastas: alguien tenía que parar, y fue él. Gracias a ello, la situación se fue enfriando hasta que las autoridades soviéticas terminaron por volver a la situación de normalidad, después de que las maniobras concluyesen. Como declaró Robert Gates, director de inteligencia de la CIA durante la época, una de las cosas que hizo que la Guerra Fría fuese tan peligrosa era la incapacidad de saber qué le estaba pasando por la cabeza al enemigo, y la dificultad para interpretar correctamente sus gestos y decisiones.
El alcance de la amenaza ha sido debatido durante décadas –la CIA lo relativizó en 1984, cuando aún estaba calentito–, pero el consenso moderno parecer ser el de que estuvimos mucho más cerca de la guerra nuclear que en cualquier otro momento, exceptuando 1962. Apenas una semana después de lo ocurrido, Ronald Reagan le preguntó a su embajador en la URSS, Arthur Hartman, si realmente los líderes soviéticos les temían, o si era parte de su propaganda. Según una respuesta ofrecida en 1990 por la inteligencia americana, no cabe duda de que era lo primero, y algunas tropas soviéticas estaban preparadas para contraatacar con dureza ante Able Archer, un juego de guerra que pudo derivar en tragedia.
“La amenaza de guerra fue real. 1983 es un momento tan clásico como la crisis de los misiles de Cuba, en el que ninguna superpotencia quería recurrir a las armas nucleares, pero el riesgo de equivocación, de errores de juicio y confusión eran demasiado altos”. Estas son las palabras de Thomas S. Blanton, director del Archivo de Seguridad Nacional de EEUU, tras la publicación en 2015 de un nuevo informe de 94 páginas que daba carpetazo final a la controversia de Able Archer, ese momento en la historia del siglo XX en el que, sin que la población lo supiese, se estuvo a punto de llegar a la guerra nuclear: sin duda, estuvimos a un pelo de la confrontación nuclear.