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Los administradores hablan de los vecinos: “Recurren a nosotros porque son cobardes”
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DRAMAS EN LA REUNIÓN

Los administradores hablan de los vecinos: “Recurren a nosotros porque son cobardes”

Las juntas de la comunidad sacan lo peor de nosotros mismos. Tres gestores de fincas que reúnen en total 41 años de experiencia nos cuentan cómo es su día a día

Foto: Como 'High Rise' de J.G. Ballard, pero en castizo. (iStock)
Como 'High Rise' de J.G. Ballard, pero en castizo. (iStock)

Discusión acalorada en el garaje entre dos vecinos. De repente, uno sale corriendo, se monta en su automóvil y acelera. El otro se coloca delante y le empieza a gritar: “¡Venga, atropéllame, que no hay cojones!” Esta es una de las muchas historias que Mario (nombre ficticio) puede contar después de 16 años trabajando como administrador de fincas. Es uno de los alrededor de 16.000 profesionales que en España se encargan de gestionar los aspectos financieros y legales de las comunidades de vecinos. O, en otras palabras, a hacer el trabajo sucio. “Nos llaman para todo”, añade José Ramón, que lleva seis años ejerciendo. “El vecino por lo general es una persona muy cobarde, y en lugar de solucionar su problema, acude al administrador. Si hay okupas, te llama. Si sacuden la alfombra por la ventana, te llaman. Si se quedan atrapados en el ascensor, te llaman a ti y no al ascensorista...”.

A los profesionales del sector les gusta contar con humor y algo de resignación las historias que han vivido en las reuniones de vecinos, desde su lugar privilegiado como observadores de las miserias y glorias de las dinámicas de los grupos humanos. “No hay una cuestión particular por la que discutan”, añade Mario. “Cualquier cosa les vale: la gente tiene un afán de protagonismo tremendo, vienen por sus 15 minutos de gloria”. A lo largo de la última década y media, ha visto a vecinos llegar a las manos por cuestiones de todo tipo: "Es que les da igual, las peleas están a la orden del día". Por ejemplo, “por uno que había levantado un chamizo en mitad del garaje”. O “porque una pareja gritaba mucho cuando hacían el amor”. En esa ocasión le pidieron que hiciese algo. “Y al final, toda la reunión hablando de los sonidos de la pareja”, añade. Alguna vez él mismo ha sido objeto de la furia física de los vecinos: “A mí me han agarrado de la pechera como en las películas del oeste por recordar lo que pone en la ley”.

Todos saben de electricidad, de bombas de piscina, de fontanería… Yo les digo que tengo ganas de que gobiernen, con lo listos que son

Antonio, que lleva casi dos décadas trabajando como administrador y acude a entre 100 y 120 reuniones al año, recuerda que estas suelen ser el campo de batalla donde las filias y fobias soterradas terminan estallando; por eso es tan fácil discutir por cualquier asunto, por nimio que parezca. “Las reuniones son como Forocoches, porque siempre hay un troll”, explica. En ocasiones, cuando tiene confianza con los vecinos, se permite bromear con su sabiduría todoterreno. “Es acojonante, todo el mundo sabe de electricidad, de bombas de piscina, de fontanería… yo les digo que tengo ganas de que me gobiernen, con todo lo que saben”. Gran parte del éxito del administrador depende de su capacidad para identificar rápidamente las relaciones de amor y odio entre los vecinos para saber cuándo quitarse de en medio.

Entre los motivos de discusión predilectos se encuentran las mitológicas derramas, pero también cuestiones del día a día como la limpieza o los ascensores. También, a quién le toca ser presidente. “He llegado a oír la tontería de proponer coger a un tío cualquiera de la calle y pagarle para que fuese el presidente, porque nadie quería serlo”, recuerda José Ramón. En sus ratos libres se dedica al blog Vecindario Extremo, en el que recoge su experiencia de reunión en reunión. “Cuando te haces cargo de una Comunidad por primera vez, esto es un poco más o menos lo que te encuentras: un grupo de individuos entre los que hay anárquicos, rebeldes, egoístas, pedantes, atontados, pusilánimes, cobardes, execrables, viles, afables, colaborativos, sabihondos… en definitiva, un grupo ecléctico a la deriva que no consigue ponerse de acuerdo ni en el color de la mierda”, escribe.

placeholder La comunidad de propietarios, un clásico del costumbrismo español.
La comunidad de propietarios, un clásico del costumbrismo español.

Las reuniones sacan lo peor del ser humano, y Mario afirma haber visto de todo: “Borrachos, peleas, señoras que han bajado a la reunión en ropa interior...” En una ocasión, los vecinos se quejaban amargamente de lo sucio y borracho que era otro habitante del edificio. “Yo pensaba que no sería para tanto, de repente me doy la vuelta y ahí estaba haciéndose sus necesidades”. En otra ocasión, la comunidad le pidió revisar las cámaras de seguridad porque una vecina se quejaba de que todos los días aparecía un excremento en su plaza de garaje y quería saber de quién era el perro. La verdad terminó saliendo a la luz: no se trataba de ningún animal cuadrúpedo… sino de la limpiadora.

Un complejo paisaje humano

Las reuniones de vecinos suelen reunir a personas de todas las edades, géneros y condiciones que, al mismo tiempo, tienen sus manías. Mario lo tiene claro: los peores son los de su quinta, es decir, los de alrededor de 40 años. Los mayores, añade, son más civilizados. José Ramón no está de acuerdo, y considera que los ancianos son particularmente peligrosos, porque “piensan que les están intentando engañar constantemente”. Hay para todos, también los jóvenes: “Estos están todo el día con el 'impugno' y el '¡al juzgado!' en la boca, propones cualquier cosa y la respuesta es '¡impugno!'”. Otro perfil habitual es el de las mujeres que “se obsesionan con la señora de la limpieza, que si no frota, que si no le da en los rincones” y los señores sabelotodo: “Son la hostia, son fontaneros, electricistas, arquitectos...” Al final, añade Mario, “la gente normal deja de ir a las reuniones”.

El presidente me llamó para revisar las cámaras porque decía que le intentaban abrir el coche, pero en realidad quería ver con quién había vuelto su hija

A veces la situación puede derivar en situaciones violentas difíciles de atajar, puesto que se producen en un entorno donde la gente debe convivir día tras día. Antonio, por ejemplo, recibió amenazas de muerte por parte de un vecino que debía “más de dos millones de pelas”. “Al año siguiente, se autoagredió en la reunión dando puñetazos en la pared y se marchó a poner una denuncia”, explica. El miedo entre los vecinos fue tal que nadie acudió a declarar. En otra ocasión, después de denunciar a un vecino por haberle golpeado, se encontró con que otros dos miembros de la comunidad testificaron en su contra. “Y eso que la leche había sido clara”, añade. “Te duele más la situación violenta que el daño físico”.

Las juntas de vecinos son también terreno abonado para las corruptelas a pequeña escala por parte del presidente, como explica Antonio. “A veces los presidentes utilizan el cargo para cuestiones personales y te tienes que callar”, lamenta. “A mí me han llamado para revisar las cámaras porque decían que le habían intentado abrir el coche, y luego resulta que lo que quería era ver con quién había ido su hija al garaje a darse el filete”. Algunos presidentes de comunidad le han sugerido poner denuncias falsas para que el seguro cubra el robo de un extintor o la reparación de un pomo.

placeholder Hay vecinos de todo tipo y para todos los gustos. (iStock)
Hay vecinos de todo tipo y para todos los gustos. (iStock)

Entre las extrañas peticiones con las que Antonio se ha topado en la junta se encuentra el vecino que le insistía para que pusiese en acta textualmente que “en los trasteros no se puede follar”. “Yo le decía que no podía poner eso, que nos íbamos a buscar un problema todos, se lio una del copón. Y él, ¡que conste en acta que no se puede follar!”. En esa constelación de peculiares sugerencias vecinales se encuentran las “circulares chorra”, en plan “está prohibido romper cosas”. La venganza de los presidentes puede ser agria; por ejemplo, convocando una reunión y subiéndose a casa antes de que empiece para dejarle al administrador con todo el marrón, “algo que no es nuestro trabajo”, lamenta Antonio.

Aquí no hay quien viva

La figura del administrador de fincas ha cambiado poco a poco y en los últimos años ha adquirido nuevas responsabilidades, por ejemplo, encargándose de las inspecciones reglamentarias de la comunidad de vecinos, desde las calderas hasta el certificado energético. Los años de la crisis fueron particularmente espinosos ya que, como recuerda Antonio, el número de impagos se disparó y las comunidades exigían al administrador que lo solucionase. Además, su horario suele ser extenso, pues a las horas de oficina hay que añadir la presencia nocturna en las reuniones o una disponibilidad más o menos amplia para atender a problemas puntuales por las noches o los fines de semana. “Somos el 'punching ball' de todo el mundo, da igual qué pase, la culpa es siempre nuestra y además nos dicen que nos lo llevamos muerto...”, lamenta Mario.

Hay mucha gente no tiene con quién hablar porque está sola y viene a contarnos su vida

Todos ellos coinciden en que, a lo largo de los años, terminan desarrollando estrategias psicológicas para aprender a capear los temporales de acusaciones durante las reuniones. “Yo siempre digo que tengo más salidas que el metro”, bromea Antonio. “Tienes que desarrollar cierta empatía”. Más duro es José Ramón: “O eres el lobo o eres el cordero”. En el blog reproduce los perfiles de algunos de esos “enemigos/clientes” con los que tiene que lidiar cada día, desde la vecina que se queja porque se ha ido la tele y no sabe qué hacer (“señora, ¡lea un libro!”) hasta los insolidarios compañeros de bloque que no aceptan que se ponga una rampa para minusválidos –aunque haya uno– pasando por el señor que amenaza con denunciar a la comunidad de vecinos a medio ambiente porque su vecino de arriba sacude la alfombra del perro por la ventana.

No obstante, el trabajo proporciona satisfacciones ocasionales, especialmente “cuando ves que las cosas va bien”, reconoce Antonio. Quizá algunas de ellas se deriven de su pluriempleo como sufridos psicoanalistas y consejeros espirituales. Porque esa es otra, recuerda Mario: muy a menudo, las administradores son las únicas personas con las que muchos ancianos pueden hablar a lo largo del día. “La gente viene por cualquier excusa a la oficina porque creen que eres su confesor”, concluye. “Hay personas muy solas y nos vienen a contar su vida… Se escucha poco a la gente”. Y en las reuniones de vecinos, menos.

Discusión acalorada en el garaje entre dos vecinos. De repente, uno sale corriendo, se monta en su automóvil y acelera. El otro se coloca delante y le empieza a gritar: “¡Venga, atropéllame, que no hay cojones!” Esta es una de las muchas historias que Mario (nombre ficticio) puede contar después de 16 años trabajando como administrador de fincas. Es uno de los alrededor de 16.000 profesionales que en España se encargan de gestionar los aspectos financieros y legales de las comunidades de vecinos. O, en otras palabras, a hacer el trabajo sucio. “Nos llaman para todo”, añade José Ramón, que lleva seis años ejerciendo. “El vecino por lo general es una persona muy cobarde, y en lugar de solucionar su problema, acude al administrador. Si hay okupas, te llama. Si sacuden la alfombra por la ventana, te llaman. Si se quedan atrapados en el ascensor, te llaman a ti y no al ascensorista...”.

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