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Tras 70 años de silencio, una superviviente de Auschwitz ha contado lo que le ocurrió
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LA VERDAD DE edith fox

Tras 70 años de silencio, una superviviente de Auschwitz ha contado lo que le ocurrió

La mujer se ha animado con 90 años a revelar su historia empujada por el fuerte miedo a que la gente olvide lo que pasó en los campos de concentración alemanes durante la IIGM

Foto: El tatuaje que identifica a los supervivientes de Auschwitz. (Cordon Press)
El tatuaje que identifica a los supervivientes de Auschwitz. (Cordon Press)

A Edith Fox le preocupa que la gente termine olvidándose de lo que pasó en los campos de concentración alemanes hace ya más de siete décadas. Últimamente, ese miedo le ha rondado la cabeza hasta tal punto que manifestaba de forma habitual que quería que en el epitafio de su tumba tan solo se pudiera leer: “Superviviente del Holocausto”. Ni sus amigos ni descendientes conocían los pormenores de su historia. Era demasiado dolorosa, solía decir, hasta que ese miedo creció tanto en su interior que ahora, con 90 años, se ha animado a revelarla.

Su relato, escrito en primera persona, ha aparecido en el 'Arizona Daily Star', diario local del lugar donde vive actualmente, y en el 'Buffalo News', donde aterrizó tras emigrar desde Alemania, conoció a su marido Joseph y crió a sus tres hijos. Fox, natural de la ciudad checa de Teplice, consigue así que los recuerdos de aquellos cuatro años en Auschwitz no mueran con ella.

Estaban tan organizados... Nos dijeron que querían matar a 10.000 judíos al día

“Tenía 13 años cuando empezó la guerra. En 1941, los nazis nos atraparon. Nos dijeron que nos lleváramos nuestra pertenencias. También nos prometieron que nos llevarían a Polonia, que en ese momento estaba dividida, ocupada por alemanes y rusos. Nos aseguraron que nos darían casas, negocios y trabajos”. Sin embargo, la realidad fue bien distinta. Lo primero que hicieron fue obligarlos a correr. Si no te movías lo suficientemente rápido, te ejecutaban: “Mataron a mi madre delante de mí. Le dije a los nazis que acabaran conmigo también, pero me dijeron que no, que yo iba a trabajar”. Entonces separaron a la familia por sexos, y no volvió a ver a su padre y hermanos.

placeholder Gueto polaco. (Cordon Press)
Gueto polaco. (Cordon Press)

Instalada en el gueto de la actual ciudad ucraniana de Ivano-Frankivsk, que por aquel entonces pertenecía a Polonia, se enteró de que los nazis estaban de camino. Algunas familias se escondieron en un búnker, ella pidió entrar, pero ya estaba al completo, así que se refugió, junto a su amiga Lea, en una de las chimeneas. Los alemanes, en efecto, llegaron y encontraron a los del búnker. No quedó ninguno con vida. Tras pasar dos días en aquel escondrijo, intentaron cruzar la frontera checa con Hungría. No hubo manera. Su amiga acabó muerta y a ella la enviaron a Auschwitz.

“No podemos olvidar la barbarie"

“No sabía lo que le había pasado al resto de mi familia. Me pusieron en una fila y Josef Mengele (médico alemán que participó en la selección de las víctimas ejecutadas en las cámaras de gas y realizó experimentos con los prisioneros) decidía quién iba a la izquierda, a morir, y quién a la derecha, a trabajar". En última instancia, tuvo suerte. Trabajó al menos tres años en una fábrica de municiones cerca del campo.

placeholder Prisioneros a su llegada a Auschwitz. (Cordon Press)
Prisioneros a su llegada a Auschwitz. (Cordon Press)

“Durante mi estancia en Auschwitz, vi muchas cosas. Alguna gente no pudo soportarlo y corrieron hacia las vallas electrificadas para suicidarse. A otros los enviaban a darse una ducha. Conocía a un chico que estaba viendo el crematorio mientras sus padres se morían. Esperaba que alguien llegase y empezase a bombardear el lugar. Me dijo que un día a la semana me iba a dar un paquete con zapatos o ropa. Quizá fuesen de la gente que moría en las cámaras de gas. Nunca lo sabré”.

Mataron a mi madre delante de mí. Le dije a los nazis que acabaran conmigo también, pero me contestaron que no, que yo iba a trabajar

Cuando la guerra empezó a virar hacia el lado de los aliados, pusieron, relata Fox, a toda la gente joven y con fuerzas en un tren de mercancías, sin agua ni comida: “Querían que muriésemos allí. Yo estuve tres días, entre los cadáveres. Una noche, aprovechando que se movía despacio, salté del tren. Decidí que prefería morir en la nieve. Era enero. Otros también saltaron y muchos no lo consiguieron. Yo seguí corriendo y corriendo hasta que me dí con un árbol en la frente. Por un momento pensé que me habían disparado. Luego me dí cuenta que tan solo era una herida leve (todavía tengo la marca)”.

Liberada por los rusos

En aquel bosque se encontró con un soldado checo. De hecho, estaba en territorio de Checoslovaquia, pero aquel hombre uniformado era leal a la ocupación nazi. La llevó al campo de concentración de Theresiendstadt, a unos 60 kilómetros al norte de Praga. Acabó con un grupo de otras siete chicas, a las que iban a violar: “La primera, de unos 13 años, empezó a gritar y pegarse con ellos, así que nos mandaron a otro lado. La mataron. Ella nos salvó a todas”. Tras aquello, no intentaron nada más, tan solo que muriesen de hambre. De vez en cuando, las visitaban: “¿Pero cómo seguís vivas?”.

Foto: Fragmentos. (Instituto de Zeitgeschichte)

La pesadilla duró hasta el 8 de mayo. Los nazis, cuenta Fox, habían acabado con el resto de prisioneros y tan solo quedaba aquel grupo de chicas. “Los rusos nos liberaron. Nos llevaron al hospital. No podíamos ni caminar. Luego nos ayudaron a llegar a Checoslovaquia, donde podría registrarme para irse a Estados Unidos. No tenía ningún interés en volver a casa, nadie me esperaba”. Esperó dos años en un campo de refugiados y por fin, ya con 19, pudo emigrar. Primero a Nueva York, luego a Buffalo y ahora en Tucson, Arizona. En aquellos años se enteró que dos de sus hermanos sobrevivieron, uno reside en Nueva York y el otro en Argentina.

A Edith Fox le preocupa que la gente termine olvidándose de lo que pasó en los campos de concentración alemanes hace ya más de siete décadas. Últimamente, ese miedo le ha rondado la cabeza hasta tal punto que manifestaba de forma habitual que quería que en el epitafio de su tumba tan solo se pudiera leer: “Superviviente del Holocausto”. Ni sus amigos ni descendientes conocían los pormenores de su historia. Era demasiado dolorosa, solía decir, hasta que ese miedo creció tanto en su interior que ahora, con 90 años, se ha animado a revelarla.

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