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La Guerra Fría de los orgasmos: qué pasó en las camas alemanas tras la caída del Muro
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LAS MUJERES DE LA RDA LO HACEN MEJOR

La Guerra Fría de los orgasmos: qué pasó en las camas alemanas tras la caída del Muro

¿Qué pasa con la vida sexual de los habitantes de un país que se reunifica tras pasar décadas dividido política, económica y socialmente? El caso de Alemania es excepcional

Foto: Aficionados holandeses celebran la victoria en la final del Mundial de Alemania, en Múnich. (Cordon Press)
Aficionados holandeses celebran la victoria en la final del Mundial de Alemania, en Múnich. (Cordon Press)

La noche del 9 al 10 de de noviembre de 1989, una muchedumbre derribaba el muro que desde el verano de 1961 partía en dos la ciudad alemana. Se iniciaba el conocido como 'Wende' (“cambio”), un aceleradísimo proceso de apertura en el que los antiguos ciudadanos de la República Democrática Alemana se adaptaron a las costumbres de la Alemania Occidental. Sus relaciones personales evolucionaron, sus empleos no se parecían en nada a lo que habían conocido, sus experiencias culturales recibieron un nuevo impulso… y su vida sexual cambió de la noche a la mañana.

Fue quizá la última expresión del enfrentamiento entre bloques, pues las ideas que unos y otros alemanes tenían de sus nuevos vecinos estaban tremendamente determinados por los prejuicios y la propaganda. Para los habitantes de la RDA, la sexualidad en el capitalismo occidental se asociaba con la explotación y el consumismo. Para sus compañeros de la República Federal de Alemania (RFA), aquellas misteriosas personas del otro lado del mundo eran “retrógradas, ingenuas y nada eróticos”. Sin embargo, unos y otros terminarían compartiendo las mismas fiestas, los mismos bares y las mismas camas una vez el país comenzó a reunificarse. Y a buen seguro que se encontraron con más de una sorpresa.

Los habitantes de la RDA se hallaron de repente en un entorno hipersexualizado, un cambio dramático respecto a la antigua ausencia de imaginería erótica

A pesar de que en el día a día era probablemente una sociedad más machista, la RDA era más liberal a nivel de leyes que la RFA. Tras décadas de persecución, se había descriminalizado la homosexualidad y regulado el divorcio y el aborto, al contrario de lo que ocurría al otro lado del muro, donde aún pervivían las viejas leyes que limitaban las libertad de los homosexuales. Para el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), el capitalismo era sinónimo de mal sexo, ya que lo relacionaba con la explotación, la mercantilización, la deshumanización y la insatisfacción. Eso sí, el SED lo entendía como una expresión del matrimonio heterosexual, el entorno en el que debían llevarse a cabo las relaciones sexuales para generar pequeños socialistas (a poder ser, tres por pareja).

placeholder Espectáculo en Leipzig, 1990. (Cordon Press)
Espectáculo en Leipzig, 1990. (Cordon Press)

Como analizó la profesora de la Universidad de Leeds Ingrid Sharp en un artículo llamado 'The Sexual Unification of Germany', fue un curioso proceso de redescubrimiento en el que los medios de comunicación (de 'Bild' a 'Playboy') intentaron arrimar la sardina –con perdón– al ascua occidental. Todo ello a partir de la pervivencia de grandes mitos, como el que afirmaba que la sexualidad de las mujeres de la RDA era muy superior, y que estaban encantadas de dejarse conquistar por los alemanes del oeste tras años de represión, por los alemanes del oeste. Como recuerda Sharp, tras la caída del muro “los habitantes de la RDA se encontraron con un entorno hipersexualizado, un cambio dramático respeto a la antigua antigua ausencia de imaginería erótica”.

Más orgasmos al otro lado del muro

Los datos parecen hablar por sí solos. La autora recoge algunas de las encuestas de la época, que solían mostrar que la mujer de la RDA disfrutaba mucho más en la cama que sus compañeras. Una, por ejemplo, mostraba que el 75% de ellas consideraba que su última relación sexual había sido satisfactoria, por tan solo un 46% de sus vecinas del oeste. Los varones occidentales, al contrario, superaban a sus compañeros del este en felicidad genital (74% frente a 46%). 'Neue Revue' desvelaba que el 80% de las mujeres del este alcanzaban el orgasmo siempre, por un 63% de las del oeste. ¿Lo pasaban mejor o, simplemente, eran menos exigentes?

Pasé tres días en Leipzig y me fui a la cama con una distinta cada noche. Les encanta el oral. Sus hombres no se lo hacen


Cada cual lo interpretaba a su gusto, aunque la sensación general –favorecida por los medios de comunicación– era que los hombres del este habían quedado fuera de combate por una educación sexual y unas costumbres represivas, y que las del este “iban a ser conquistadas por las hordas triunfantes del oeste”. La revista 'Super-Illus', por ejemplo, mostraba a una foto de tres chicas rubias con un pie de foto en la que una aseguraba que “comparados con los hombres de aquí, los 'wessis' son más encantadores, generosos, educados, y les gustan más las mujeres”. Como explica con ironía Sharp, el orgasmo se convirtió en la nueva bomba nuclear en una Guerra Fría de los bajos instintos.

De repente, las hembras del este comenzaron a convertirse en un producto para las fantasías de los hombres occidentales. No es que se hubiesen abierto a un mundo de consumo, es que el producto eran ellas. ¿Qué era lo que las hacía tan irresistibles? Por una parte, representaban una fantasía por la cual el capitalista rescataría y redimiría a las mujeres presas del rancio y desfasado comunismo, como la princesa que esperó durante décadas a su príncipe azul. Por otra, en la imaginación de los Alemanes del oeste, estas pertenecían a una era anterior, prefeminista y más inocente, que las hacía más “fáciles” y menos ansiosas por las propiedades materiales que sus vecinas del mismo bloque.

placeholder Mercadillo de revistas porno en Dresde, 1988. (Cordon Press)
Mercadillo de revistas porno en Dresde, 1988. (Cordon Press)

“Nunca he visto nada como Leipzig”, aseguraba un hombre de 44 años en una entrevista en 'Neue Revue', a propósito de la ciudad sajona más grande. “Me pasé tres días ahí y me acosté con una distinta cada noche. Les encantaba, especialmente el sexo oral. Sus hombres no se lo dan”. En la mitología del macho occidental, se trataba de trabajadoras entregadas que, al volver al hogar, tenían que aguantar a unos hombres inútiles para el sexo. Los datos mostraban, además, que eran fáciles de complacer por su “déficit erótico”. Miel sobre hojuelas, señala la autora: “Los occidentales podían sentirse ricos, caballerosos, guapos y muy buenos en la cama”.

El otro lado de la historia

Esta percepción, favorecida por los medios de la Alemania occidental, fue puesta en brete por el sexólogo Kurt Starke, que sugería que a lo mejor la satisfacción de las mujeres del este no se debía a su baja exigencia, sino a unas políticas socialistas que favorecían la igualdad entre géneros y un rol más activo de la mujer que reforzaba su confianza y provocaba que tomase la iniciativa. “Si quieren, seducirán a su pareja y y no esperarán a que dé el primer paso”, recordaba. 'Bild' contraatacó aduciendo que, en realidad, los picos orgásmicos de las alemanas orientales se debían a que se aburrían tanto que no les quedaba otra alternativa que darse al sexo, como si hubiesen sido víctimas de un macroapagón de décadas de duración.

El propio Erich Honecker consumía pornografía. Si él lo hacía, ¿por qué no iban a imitarle otros vecinos de la antigua RDA?


La solución vino dada por la revista 'Playboy', que en una encuesta entre los lectores mostró que en realidad, las Alemanas del oeste tenían una tasa de satisfacción de un 72%, por un 65% de las orientales. Se firmaba, por fin, el desarme de los orgasmos: el capitalismo volvía a ganarle la partida al socialismo, también entre las piernas.

Mientras tanto, la mujer del este se enfrentaba a un sorprendente proceso de apertura a la realidad capitalista, en la que se convertían al mismo tiempo en consumidoras y productos. Eso se traducía, por ejemplo, en ser animadas a consumir pornografía y en la idea de que debían comenzar a imitar a las modelos publicitarias y las actrices para competir con sus compañeras del oeste. La aceptación del porno llegó a justificarse por el hecho de que Erich Honecker, el penúltimo presidente de la RDA, era consumidor habitual (y frecuentaba la compañía de prostitutas). Si Honecker podía, ¿por qué el simple hombre (o mujer) obrero no?

Foto: Partisana yugoslava. (Creative Commons)

Por supuesto, una cosa eran los prejuicios y otra la realidad. Al final, recuerda Sharp, la era del “boom sexual” no fue para tanto, o por lo menos, se quedó a un nivel meramente discusivo, y generalmente afectó a la población homosexual, que era mirada con otros ojos, y a los trabajadores sexuales, que disfrutaron de nuevos derechos. Poco a poco, los tabloides abandonaron la obsesión por la voraz sexualidad de las mujeres del este y dejaron de establecer diferencias entre unas y otras. La unificación, por fin, se había consumado.

La noche del 9 al 10 de de noviembre de 1989, una muchedumbre derribaba el muro que desde el verano de 1961 partía en dos la ciudad alemana. Se iniciaba el conocido como 'Wende' (“cambio”), un aceleradísimo proceso de apertura en el que los antiguos ciudadanos de la República Democrática Alemana se adaptaron a las costumbres de la Alemania Occidental. Sus relaciones personales evolucionaron, sus empleos no se parecían en nada a lo que habían conocido, sus experiencias culturales recibieron un nuevo impulso… y su vida sexual cambió de la noche a la mañana.

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