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Cómo hablan las personas inteligentes de sí mismas, según alguien que las conoce bien
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Cómo hablan las personas inteligentes de sí mismas, según alguien que las conoce bien

Conocemos sus costumbres, sus deseos y sus manías, pero no tanto qué es lo que piensan de sí mismas. Un veterano periodista desvela qué es lo que suelen tener en común

Foto: Mejor guardar silencio y parecer estúpido. (iStock)
Mejor guardar silencio y parecer estúpido. (iStock)

Durante siglos, una de las obsesiones del ser humano ha sido conocer cuáles son los rasgos que identifican a los verdaderos genios, eso que los diferencia de las personas simplemente muy habilidosas o tremendamente competentes. Es posible que se deba a que de esa forma estaremos en el camino para ser como ellos, o quizá más bien a que así podremos defender que pertenecemos a esa élite cognitiva. Es el viejo truco del “niño conflictivo” (como Einstein). Cabe la posibilidad de que su hijo, ese que saca tan malas notas, sea muy inteligente por aburrirse en clase, como le ocurría al físico alemán, pero más probable es que se trata de un problema de motivación.

Entre todos los aspectos que ha identificado la filosofía, la psicología o la neurociencia –la neuróloga y filóloga Nancy Adreasen pasó 50 años investigando esta cualidad–, hay uno que no ha sido particularmente estudiado. Se trata de cómo hablan las personas muy inteligentes de sí mismas, una reveladora costumbre que nos descubre qué percepción tienen de sus propias cualidades y qué hacen para conseguir mejorar, porque si hay algo que sepan hacer bien los genios es desarrollar sus capacidades. No hay que confundirlo con hablar solo en voz alta con uno mismo, una de esas costumbres que están también relacionadas con una gran inteligencia.

Nunca suelen hablar de sus cualidades o de sus logros, pero conocen a la perfección cuáles son sus limitaciones y qué deberían mejorar


No hay ninguna investigación, que nosotros sepamos, que haya identificado exactamente qué cuentan de sí mismos los genios, pero una buena guía puede ser el artículo del periodista James Fallows, que ha intentado responder a la pregunta en 'The Atlantic', el medio en el que escribe desde hace casi medio siglo. Su trayectoria le avala: no solo fue el autor de los discursos del presidente Jimmy Carter antes de cumplir los 30 (el más joven de la historia de EEUU), sino que a lo largo de su carrera ha tenido la oportunidad de entrevistar a toda clase de figuras, tanto celebridades (Bill Gates o Steve Jobs) como académicos de primer nivel o jugadores de ajedrez de élite.

Los tres pilares del autoconocimiento

Con la autoridad que le concede ese bagaje, el autor de 'Los señores del agua' explica qué es lo que la mayoría tiene en común aprovechando los últimos tuits publicados por Donald Trump, en los que se autocalifica como “no solo muy listo, sino un genio, ¡y muy estable!” tras enumerar sus “méritos” (su éxito como hombre de negocios o haber llegado a la Casa Blanca en su primer intento, por ejemplo). Es una reacción, por lo tanto, ante el engreimiento del presidente, del que también podrían tomar nota otras celebridades de nuestro entorno. Desde luego, hablar bien de sí mismos no es uno de estos rasgos.

placeholder Una de las excepciones a la regla. (Efe/Gastón De Cárdenas)
Una de las excepciones a la regla. (Efe/Gastón De Cárdenas)

Eso no quiere decir que no sepan lo buenos que son, porque lo saben. Es la primera cualidad que comparten todos, según Fallows: ser muy conscientes de que en determinados ámbitos tienen capacidades de las que los demás no disponen, algo que descubren día tras día, al ver cómo aquello que a los demás les resulta tremendamente difícil es muy sencillo para ellos. En muchos casos, no les hace falta llegar a la adolescencia para descubrirlo. Muchos empiezan a sobresalir en sus respectivos campos en la infancia, cuando ponen en práctica sus cualidades intelectuales. Pero probablemente ello también les haya enseñado a no alardear delante de sus compañeros y amigos y, guiados por padres y profesores, a entender su don como un privilegio innato.

El segundo rasgo importante es, como hemos dicho, que no sienten la necesidad de decir lo buenos que son. Hay excepciones, claro, como ocurre con Mohamed Ali, que se autodenominó “el más grande” en un gesto que quizá inspiraría décadas después a otro deportista de élite, Cristiano Ronaldo. No obstante, tanto en uno como en otro caso, la labor por la que saltaron a la fama no era intelectual; la competitividad extrema del deporte o la cultura de la celebridad que rodea a estas figuras probablemente influya a la hora de que alardeen de los propios méritos.

Para ellos, leer libros significa sentirse superados al ser conscientes de todos los que quedarán siempre fuera de su alcance


Pero ¿qué conocen los genios de sí mismos? En resumidas cuentas, “saben qué es lo que no saben”. Una muy socrática frase que Fallows identifica como “el indicador más consistente de la verdadera inteligencia”. Todos tenemos límites, incluso los grandes genios, pero estos gozan de una especial habilidad para identificarlos… y ser capaces de hacer algo por remediarlo. De una bella manera, el periodista recuerda que para esta gente “leer libros en serio es sentirse superado al saber cuántos estarán siempre fuera de tu conocimiento”. Tan solo el reconocimiento de la propia ignorancia conduce a la acción.

El efecto Dunning-Kruger

Este último rasgo es el reflejo especular de uno de los lugares comunes psicológicos más empleadosen el debate público, aquel que explica “por qué los listos cometen estupideces tan grandes”… O quizá fuese mejor decir por qué la gente que comete estupideces tan grandes suele pasar por lista. Bien podría ser este el caso del presidente estadounidense. El Efecto Dunning-Kruger, que debe su nombre al psicólogo de la Universidad de Cornell David Dunning y a su estudiante Justin Kruger, señala que “los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas”.

Foto: La paciencia y la ciencia. (iStock)

Al final, es posible que la clave se encuentre en el adjetivo “ilusorio”, y no tanto en las capacidades reales o fingidas de las personas presuntamente inteligentes. Las personas inteligentes pueden saber qué es lo que no saben, pero las que no lo son, lo desconocen… Y, por lo tanto, no tienen problema en reconocer a viva voz que su control de la situación es mucho mayor del que realmente es. La inteligencia es como el silencio, que desaparece en el momento en el que uno pronuncia su nombre. Si no, ya conocen el dicho: es preferible tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y despejar las dudas.

Durante siglos, una de las obsesiones del ser humano ha sido conocer cuáles son los rasgos que identifican a los verdaderos genios, eso que los diferencia de las personas simplemente muy habilidosas o tremendamente competentes. Es posible que se deba a que de esa forma estaremos en el camino para ser como ellos, o quizá más bien a que así podremos defender que pertenecemos a esa élite cognitiva. Es el viejo truco del “niño conflictivo” (como Einstein). Cabe la posibilidad de que su hijo, ese que saca tan malas notas, sea muy inteligente por aburrirse en clase, como le ocurría al físico alemán, pero más probable es que se trata de un problema de motivación.

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