El misterioso secuestro del nieto del hombre más rico del mundo
Pese a la atención mediática internacional y a poseer una fortuna valorada en 2.000 millones de dólares, Jean Paul Getty I se negó a pagar la liberación de su nieto
“Querida madre: he caído en manos de secuestradores. ¡No dejes que me maten! Asegúrate de que la policía no interfiera. No te tomes esto como si fuera una broma. No le des publicidad al secuestro”. Gail Getty Jeffries recibió esta carta de puño y letra de su hijo de 16 años, Jean Paul Getty III, el 30 de julio de 1973 durante una estancia familiar en Roma. El joven había bromeado en alguna ocasión que si se quedaba sin dinero organizaría su propio rapto y extorsión, por lo que, pese a que eran prácticas habituales en la Italia de la época, ni sus amigos ni la policía creyeron que de verdad había sido secuestrado.
No fue hasta cuando la madre recibió dos llamadas telefónicas de los secuestradores, en las que amenazaban con enviarle uno de los dedos de su hijo para demostrar que lo tenían encerrado, cuando la situación se volvió más tensa. El rescate se fijó en 17 millones de dólares, una cifra inalcanzable para la familia de no ser porque el abuelo del joven, Jean Paul Getty I, era el hombre más rico del mundo en ese momento. Con todo, y pese a poseer una fortuna valorada en 2.000 millones, se negó a pagar la liberación de su nieto.
Tengo catorce nietos. Si doy un centavo por el rescate de uno de ellos tendré catorce nietos secuestrados
Dicho rechazo acaparó las portadas de los periódicos de medio mundo. Y no es para menos, pues protagoniza una de las historias de desapego, poder y dinero más sobrecogedoras de los últimos tiempos, relatada en 1995 por el escritor John Pearson en 'Painfully Rich: The Outrageous Fortune and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty' y ahora traslada al cine por el director Ridley Scott en 'Todo el dinero del mundo'.
En aquella época, Getty (interpretado en la película por Christopher Plummer tras sustituir a Kevin Spacey) pasaba la mayor parte del tiempo en su casa señorial del siglo XVI, Sutton Place, en Inglaterra, aislado de sus cuatro hijos, a los que incluía o excluía de su testamento por puro capricho. Su motivación principal para acumular dicha fortuna fue su deseo, profundamente arraigado, de refutar a su difunto padre, el cual esperaba que arruinara el negocio familiar en la industria petrolera, Getty Oil Company. A medida que su cuenta bancaria crecía, relata un reportaje de 'Vanity Fair', también lo hacía su obsesión y paranoia: “Cuanto más rico se hacía, más dependiente se volvía del dinero, como un adicto”.
El millonario más tacaño
“Empecé en la universidad con 100 dólares, trabajé como galeote y gracias a mi instinto -eso que los inútiles llaman suerte- levanté un imperio”, relataba el millonario en su libro 'Cómo hacerse rico'. Sin duda sentía orgullo de su trayectoria y esperaba que sus vástagos hiciesen lo mismo: “Los hijos de los ricos no deben estar consentidos ni recibir dinero cuando tengan edad de valerse por ellos mismos”. En cuanto Jean Paul Getty II, el padre del joven secuestrado, cumplió 24 años, lo desheredó, lo que agrandó aún más la leyenda de su avaricia (llegó a instalar una cabina telefónica de pago en su casa para los invitados).
El anciano Getty no se hablaba con su hijo, pues había desperdiciado varias oportunidades de negocio, se había divorciado de Gail y coqueteaba con las drogas. Asimismo, desaprobaba el estilo de vida bohemio de su nieto, el cual se había convertido en una celebridad en Roma gracias a su apellido. Aunque no devolvió ni una de las llamadas de auxilio de la madre pidiéndole dinero para el rescate, sí le explicó a la prensa las razones de su rechazo: “Tengo 14 nietos. Si doy un centavo por el rescate de uno de ellos tendré 14 nietos secuestrados”.
Los hijos de los ricos no deben estar consentidos ni recibir dinero cuando tengan edad de valerse por ellos mismos
Mientras Getty atendía a los periodistas, su nieto estaría encadenado en uno de los muchos escondrijos a los que le llevaron, entre los que se incluía una cueva. Nunca llegó a verle las caras a sus captores, los cuales asumían -erróneamente- que el dinero del rescate llegaría pronto a sus bolsillos. El millonario, en cambio, se desentendía de las negociaciones, pues, a ojos de David Scarpa, el guionista de la película que se estrenará en febrero, “era un hombre profundamente temeroso que tuvo mucho cuidado de no dejar que la crisis familiar le tocara personalmente”. El único gesto de buena voluntad fue contratar a J. Fletcher Chase, un exagente de la CIA, para que ayudara a Gail, sin dinero y en una posición de desamparo e indefensión absoluta. Nadie, ni la policía, ni Getty ni Chase, la tomaban de verdad en serio. Todo lo que podía hacer era esperar a la próxima llamada de los secuestradores.
La oreja de Getty III
Tras tanto retraso, varios captores acabaron perdiendo la paciencia y vendieron su parte del botín, como si joven Getty fuese algo que se pudiese dividir en acciones. Al final le cortaron la oreja y se la mandaron, junto con un mechón de pelo, a su madre. Ella la identificó y, en efecto, era de su hijo. El mensaje era claro: o pagaban o devolverían al chico en pedacitos. Aunque Gail trató desesperadamente llamar la atención de su exsuegro, tuvo que ser un hombre, su propio padre, el que le convenciese de pagar 2,2 millones de dólares, el máximo que sus abogadores le dijeron que era deducible de impuestos.
La familia envió a Chase con sacos llenos de liras italianas al sur de Nápoles, donde se reunió con los secuestradores. Mientras los entregaba, unos policías que fingían ser turistas les sacaron fotos y les identificaron. Aunque nueve fueron arrestados, tan solo dos pisaron la cárcel. Cuando fue liberado, Gail convenció a su hijo para que llamara a su abuelo y le diera las gracias por pagar su rescate. Getty no cogió el teléfono.
Aunque el caso ya se había cerrado, el joven nunca lo superó del todo. Era incapaz de seguir adelante. Años más tarde, sufrió un derrame cerebral en Nueva York, después de consumir drogas, que lo dejó paralítico y casi ciego durante el resto de su vida. Jean Paul Getty III murió en 2011 tras pasar tres décadas confinado a una silla de ruedas.
“Querida madre: he caído en manos de secuestradores. ¡No dejes que me maten! Asegúrate de que la policía no interfiera. No te tomes esto como si fuera una broma. No le des publicidad al secuestro”. Gail Getty Jeffries recibió esta carta de puño y letra de su hijo de 16 años, Jean Paul Getty III, el 30 de julio de 1973 durante una estancia familiar en Roma. El joven había bromeado en alguna ocasión que si se quedaba sin dinero organizaría su propio rapto y extorsión, por lo que, pese a que eran prácticas habituales en la Italia de la época, ni sus amigos ni la policía creyeron que de verdad había sido secuestrado.
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