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“Querido hijo de puta rico”: la legendaria carta que una empresa envió a sus clientes
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“Querido hijo de puta rico”: la legendaria carta que una empresa envió a sus clientes

No, no es una leyenda urbana. En los años 90, los clientes de una empresa de telecomunicaciones recibieron una misiva en la que los insultaban desde el encabezamiento

Foto: Le ha llegado hasta al meme del año. (iStock)
Le ha llegado hasta al meme del año. (iStock)

Corrían los primeros años de la década de los 90, la de las chaquetas con borrego, el 'grunge' y las Spice Girls, cuando decenas de clientes de una desconocida institución financiera recibieron una sorprendente carta. No porque les intentasen vender un nuevo servicio –estaban acostumbrados–, sino porque la misiva se abría con un sorprendente “querido hijo de puta rico” ('Dear Rich Bastard'). Lo que no sabían es que, si estaban entre los afortunados, podían dormir tranquilos, porque eso quería decir que formaban parte de la élite de los clientes de la empresa remitente.

Es una historia que durante dos décadas y media ha circulado por internet, y que resulta tan increíble que muchos han pensado que se trataba de un 'hoax', una de esas historias falsas que se repiten hasta la sociedad pero cuyo origen se ha perdido. Sin embargo, 'Snopes', también conocida como “la página de referencia de las leyendas urbanas”, señala que es totalmente cierta, y que fue referida por primera vez en 'Computer Weekly'. Como cabe esperar, se trataba de un error humano. En concreto (apúntense la moraleja) a lo que ocurre cuando un proyecto cambia de manos y la responsabilidad se diluye.

El ordenador no había sido capaz de leer correctamente el nombre, por lo que debía utilizarse un nombre genérico, en plan “querido cliente”

¿Qué ocurrió exactamente? Como es lógico, no era la empresa la que enviaba estas cartas a sus clientes, sino que habría subcontratado este servicio a otra compañía de 'marketing' directo. No se trataba de un banco, como se ha asegurado, sino una firma de telecomunicaciones que acababa de sacar al mercado una nueva tarjeta de llamadas prepago. Aunque hoy nos suene a coña, era un producto innovador que la empresa quiso complementar con una campaña publicitaria tan vanguardista como este, a medida del cliente. Es decir, que el contenido variaba en función del nivel económico de este, en una especie de predecesor del actual 'marketing' personalizado a partir de algoritmos.

Foto: Se las va a cobrar todas juntas. (iStock)

La empresa, no obstante, se encontró con un problema difícil de solucionar. En muchos casos (recordemos que eran los albores de la informática) el ordenador no había sido capaz de leer correctamente el nombre, por lo que debía utilizarse un nombre genérico, en plan “querido cliente” o “querido lector”. El problema es que estas palabras debían reflejar el perfil de cada uno de aquellos que recibirían la misiva y que serían seleccionados automáticamente por su nivel de ingresos, así lo que un ingenioso programador decidió utilizar el “querido hijo de puta rico” y cambiarlo más tarde. Aquí empezó el problema.

Entre unos y otros, la casa sin barrer

Los periodistas, tarde o temprano, descubrimos por dura experiencia propia que es mejor no utilizar palabras malsonantes o insultos como texto falso. Algo semejante ocurrió en esta empresa, en la que el chiste privado de un programador terminó llegando a cientos de clientes. La explicación detrás de esta metedura de pata es que el proyecto pasó de unas manos a otras hasta que cayó en un trabajador al que nadie le había puesto en antecedentes sobre el texto que había que sustituir (y, al fin y al cabo, revisar textos no es parte de la labor de programador). Aunque tiene delito que nadie revisase las cartas antes de salir hacia el correo.

La empresa responsable de la equivocación recibió una carta de un cliente, molesto porque no le había llegado la misiva con el insulto

Lo que la leyenda urbana ha contado mal es que en realidad no fueron 2.000 clientes los que abrieron sorprendidos la carta, sino tan solo un puñado: ese número era el de todos los que recibieron una carta, pero el porcentaje de los ricos cuyo nombre era ilegible era mucho menor. Otro error en los subsecuentes relatos de esta historia señalaba que el programador que introdujo la palabra inapropiada había sido despedido, pero en realidad, no fue así. Se trata de una de esas historias con moraleja que sirven para escarmentar a todos los estamentos de una empresa, desde el último mono, que hará bien en dejar de jugársela con los textos falsos, hasta los supervisores y jefes que deberían fijarse en los detalles para asegurarse de que todo sale correctamente.

Lo mejor de la historia, no obstante, probablemente sea la reacción de los clientes. Suponemos que alguno que otro reaccionaría airadamente, pero la mayoría se lo tomaron, como era previsible, con humor. Uno de los trabajadores que fueron a disculparse en persona a una empresa a la que había llegado la carta comprobó que habían enmarcado la misiva y la habían colgado en la pared. Además, la empresa responsable de la equivocación recibió otra carta de uno de sus clientes, molesto porque no le había llegado nada, protestando porque él también quería ser un “hijo de puta rico”. Lo sentimos: su cuenta bancaria no era lo suficientemente grande.

Corrían los primeros años de la década de los 90, la de las chaquetas con borrego, el 'grunge' y las Spice Girls, cuando decenas de clientes de una desconocida institución financiera recibieron una sorprendente carta. No porque les intentasen vender un nuevo servicio –estaban acostumbrados–, sino porque la misiva se abría con un sorprendente “querido hijo de puta rico” ('Dear Rich Bastard'). Lo que no sabían es que, si estaban entre los afortunados, podían dormir tranquilos, porque eso quería decir que formaban parte de la élite de los clientes de la empresa remitente.

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