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El exitoso plan contra la drogadicción de Portugal y todo lo que nos enseña
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UN CASO SIMILAR AL ESPAÑOL

El exitoso plan contra la drogadicción de Portugal y todo lo que nos enseña

En 2001, nuestro país vecino aprobó una legislación que revertía por completo los principios que han estado vigentes durante el último siglo. No era una cuestión de ley, sino de cultura

Foto: Si no puedes con el enemigo, redúcele al mínimo. (iStock)
Si no puedes con el enemigo, redúcele al mínimo. (iStock)

Cada vez que se habla de países que han tenido éxito con su política sobre drogas, suelen aparecer los nombres de Uruguay, Holanda o Canadá. Más interesante para los españoles quizá resulte el ejemplo de Portugal, que comparte unas cuantas características con nuestro país más allá de la cercanía física. El país vecino ha conseguido rehabilitar a un gran número de pacientes de enfermedades relacionadas con el consumo de drogas, al mismo tiempo que ha reducido el consumo. La clave no se encuentra tanto en la descriminalización del consumo y la posesión de drogas que se aprobó en abril de 2001 –la legislación española es precida–, sino en un potente programa de índole social de apoyo al ciudadano.

“Al trasladar el tema de la posesión personal totalmente fuera del ámbito de la aplicación de la ley y llevarlo al campo de la salud pública, Portugal ha dado al mundo un significativo ejemplo de cómo las políticas nacionales pueden operar para beneficio de todos”, señala en el informe 'Políticas sobre drogas en Portugal' de la Open Society Foundation Kasia Malinowska-Sempruch, su directora de Programas sobre Drogas. Esto ha permitido que el número de muertes por VIH y sobredosis se reduzca, al mismo tiempo que muchos adictos, ya fuera de las cárceles, reciban tratamiento.

La de Portugal es una situación parecida a la de España: ambos tuvieron su “generación perdida” por la heroína tras una larga dictadura


Como recuerda Fernando Henrique Cardoso, presidente brasileño entre 1995 y 2002, Portugal fue pionera a la hora de implantar una política antidrogas que contravenía los principios que habían imperado durante el siglo anterior, basada en la persecución del consumidor. “En vez de insistir en medidas represivas que en el mejor de los casos resultan inefectivas, y contraproducentes en el peor, Portugal optó por un enfoque audaz que favorece políticas más humanas y eficientes”, prosigue el socialdemócrata que siguió los pasos portugueses de despenalización en su propio país.

Foto: Un heroinómano fuma en Lamu (Kenia) en noviembre de 2014. (Reuters/Goran Tomasevic)

“Se trata de combatir la enfermedad, no a los enfermos”, suele explicar Joao Goulao, el que algunos medios como 'The Guardian' consideran el “zar portugués de la droga”… por haber estado al frente de dichas políticas a través del SICAD ('Serviço de Intervençao nos Comportamentos Aditivos o nas Dependencias') durante los últimos 20 años y haberse convertido en su principal valedor fuera de sus fronteras. Entre las medidas se encuentra que la detención por posesión de drogas no figure en el historial o que el consumidor pueda saldar su deuda con una multa y enrolándose en programas de tratamiento de su adicción.

Dos países, una frontera

La situación de Portugal es una de las más semejantes a nuestro país. Como recordaba Johann Hari, autor de 'Tras el grito' en una entrevista con El Confidencial, ambos países probablemente compartan “una generación perdida”, la de los años 80, devastada por la heroína. La epidemia de drogadicción fue incluso peor en el país vecino, donde hasta un 1% de la población llegó a caer en sus redes. Como España, Portugal acababa de salir de una larga dictadura marcada por la prohibición y se topó ante una nueva realidad –y un mercado que pasaba por la puerta de su casa– para el que no estaba preparado ni social ni culturalmente.

A diferencia de lo que ocurría en otras sociedades, en el país luso algunas de las familias más ricas también sufrieron sus consecuencias


Como recuerda Susana Ferreira en el medio inglés, el cambio no se produjo por una mera cuestión legal, sino por un cambio cultural que afectó la manera en que se percibía a los adictos, durante mucho tiempo, simples yonkis. El cambio vino desde abajo hacia arriba, a partir de médicos, trabajadores de servicios sociales y psiquiatras que implementaron sus propios métodos de ayudar a los que lo necesitaban, a veces introduciendo programas innovadores como el de la metadona. Uno de ellos era el propio Goulao, médico de formación que se especializó en el tratamiento de la drogadicción junto a Álvaro Pereira, un doctor de familia en la zona del Algarve, una de las más devastadas por esta crisis.

Fueron ellos quienes abrieron el primer 'Centro de Atendimento a Toxicodependentes' (CAT), donde ofrecían ayuda médica y psicológica a los adictos y enfermos que lo solicitasen. El ejemplo fue seguido por otros doctores, tanto especializados como de cabecera, que comenzaron a abrir sus propios centros. El éxito mostró que era un acercamiento mucho más eficaz, tanto para los propios consumidores como para el resto de la sociedad, que demonizar las drogas y meter en la cárcel a adictos y traficantes, que llegaron a representar casi la mitad de la población penitenciaria. Además, permitía reducir los casos de hepatitis C, cáncer de hígado y cirrosis que estaban arrasando con las cuentas públicas.

placeholder Un paciente toma su dosis de metadona en una clínica de rehabilitación de Lisboa. (Reuters/Rafael Marchante)
Un paciente toma su dosis de metadona en una clínica de rehabilitación de Lisboa. (Reuters/Rafael Marchante)

Goulao aporta otro interesante factor sociológico para explicar que Portugal terminase siendo uno de los primeros países en implantar esta política: que, a diferencia de lo que ocurría en otras sociedades, donde las drogas perjudicaban ante todo a las clases bajas, en el país del gallo algunas de las familias más ricas también sufrieron sus consecuencias. “Había un momento en el que no había ninguna familia que no hubiese sido afectada”, recuerda. Los beneficios se han dejado notar también en la labor de la policía, como recuerda el informe de la Open Society Foundation, que ya no se centra en el tráfico a pequeña escala sino que apunta a los grandes traficantes.

Perdiendo la guerra contra las drogas

“Nuestros datos muestran que, en todos los aspectos posibles, el marco de descriminalización de Portugal ha sido un sonoro éxito”. Es una frase de Glenn Greenwald, el periodista que destapó el caso Snowden, que en 2009 realizó una investigación para el Instituto CATO sobre la eficacia del programa portugués. En ella recordaba que los datos deberían llevar a otros países a replantearse un marco en el que el consumo y la posesión de drogas están perseguidas como un crimen y que es evidente que no está funcionando.

Los portugueses son conscientes de que no se puede erradicar la droga, por lo que lo mejor que se puede hacer es reducir sus efectos negativos

Es un principio que, como recuerda Hari en su ensayo, lleva vigente desde hace casi un siglo, cuando Henry Aslinger, de la Oficina Federal de Narcóticos, dio inicio a la guerra contra las drogas, basándose en la prohibición y la demonización. “¿Por qué continúa esta guerra, cuando se ha visto que no funciona?”, se preguntaba el autor. Experimentos como el portugués recuerdan que el paradigma más popular tan solo favorece la difusión de enfermedades, la estigmatización de los adictos, la inseguridad en las calles y el beneficio económico de las mafias y ocasiona un gran coste a los Estados, que invierten mucho dinero en perseguir y castigar un negocio multimillonario que, de ser legal, estaría controlado y produciría ingresos que se pudiesen reinvertir en educación sobre drogas.

Sin embargo, la mayoría de países son muy cautelosos con la adopción de programas semejantes. Durante los últimos años, el mayor avance se ha producido en la legalización de la marihuana, generalmente con fines terapéuticos. Llamativamente, Goulao no está de acuerdo en el caso de Portugal, ya que legalizar una única sustancia va en contra de los principios de su programa, que no distinguen entre drogas “buenas” y “malas”, sino que se centran en el efecto que estas tienen en el usuario. Hay algo que Portugal ha tenido claro: que ya que es imposible erradicar las drogas, debemos centrarnos en reducir sus efectos. O, como recordaba, Hari, “invertir en programas para darle la vuelta a la vida de los adictos, consiguiéndoles trabajos y casas”, como hicieron nuestros vecinos.

Cada vez que se habla de países que han tenido éxito con su política sobre drogas, suelen aparecer los nombres de Uruguay, Holanda o Canadá. Más interesante para los españoles quizá resulte el ejemplo de Portugal, que comparte unas cuantas características con nuestro país más allá de la cercanía física. El país vecino ha conseguido rehabilitar a un gran número de pacientes de enfermedades relacionadas con el consumo de drogas, al mismo tiempo que ha reducido el consumo. La clave no se encuentra tanto en la descriminalización del consumo y la posesión de drogas que se aprobó en abril de 2001 –la legislación española es precida–, sino en un potente programa de índole social de apoyo al ciudadano.

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