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Trabajar en medio del huracán: así hacen su labor los dependientes de 'stands'
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Trabajar en medio del huracán: así hacen su labor los dependientes de 'stands'

Los empleados de los quioscos de las estaciones de tren o autobuses y los centros comerciales se pasan la jornada entre sobresaltos y ejerciendo el pluriempleo

Foto: Kevin, en su pequeño puesto del intercambiador de Moncloa. (D. B.)
Kevin, en su pequeño puesto del intercambiador de Moncloa. (D. B.)

“¡Suéltame, yo no hago nada!”, se queja la chica del jersey verde y el bolsito marrón. Un vigilante de seguridad la esperaba al final de las escaleras mecánicas para invitarla a abandonar el intercambiador de autobuses de Moncloa. Es una profesional que viene a robar cada dos por tres”, susurran los vigilantes. En frente, hipnotizadas, María y Suni miran la escena. Son dependientas de las tiendas islita que jalonan el pasillo que desemboca en las dársenas. Una vende fundas para móviles, la otra hace depilaciones 'in situ'. Ambas han visto “de todo” en su rutina diaria. Sus respectivos "quioscos" están justo delante del acceso a la primera planta subterránea. "A nosotras también a veces nos han intentado robar, pero ya estamos acostumbradas y basta con avisar a los guardias, que están siempre por aquí al lado", advierte María.

En estos quioscos o ‘stands’ se vende de todo. Pero, sobre todo, complementos, cosas para aparatos electrónicos, gafas o se intentan hacer contratos telefónicos exprés. La gente camina, generalmente con prisa, alrededor de ellos en dirección a alguna parte. “Nunca te aburres”, concede María, andaluza de 24 años. “Es la principal diferencia con trabajar en una tienda normal, que todo el rato pasan cosas y personas”, explica esta joven, que reconoce que otro factor diferencial es que a veces tiene que hacer de comercial además de atender. Cada puesto tiene sus cosas y no todos son iguales: los hay con silla alta mientras se espera a la clientela,con taburete en una esquina, o sin ningún sitio donde descansar.

Cada dos por tres me están preguntando por los horarios de los autobuses o en qué dársena se cogen, es un poco coñazo

Suni, nepalí, es el perfecto ejemplo de este dos en uno. Su tienda está vacía y ella dos metros por delante con unos folletos en la mano que va repartiendo. “Si viene gente, yo les hago la depilación o lo que sea que necesitan, y si no hay nadie, reparto la publicidad”. Suni, en definitiva, tampoco se aburre nunca. En su caso, tiene jornada completa, incluidos los sábados. Aunque lo normal en esta clase de empleos es que sean a tiempo parcial y muy variables cada día. Por ejemplo, miércoles y jueves de siete a nueve de la noche, sábados por la mañana y tarde y domingos por la mañana; 16 horas por un salario que puede rebasar por muy poquito los 400 euros. Ella trabaja todos los días y lo mismo maquilla que corta el pelo, depila o reparte publicidad. "No hay tiempo libre, pero está muy bien", dice esta mujer tímidamente.

Lo peor de su trabajo, dice María, es que mucha gente se para a preguntarle cosas como si fuera del personal de información. “Cada dos por tres me están preguntando por los horarios de los autobuses o en qué dársena se cogen, es un poco coñazo porque además no tengo ni idea ni quiero aprendérmelo, no es mi trabajo”, comenta esta chica que tiene una silla alta detrás de su 'stand'. Eso, el asiento, no es un lujo que todos tengan.

Gente escapando "de algo"

Kevin se tira de pie toda su jornada, de ocho de la mañana a cinco de la tarde. “Pero a las dos puedo salir a comer, ¿eh?”, puntualiza. “Aquí todo va muy rápido, siempre hay movimiento”, comenta este hombre que tiene que hacer contratos de telefonía captando a sus clientes junto a las escaleras. “Cobro por los que hago y se me da bastante bien”, asegura. Él tampoco se aburre nunca: “Ves gente que se escapa de algo y los vigilantes los persiguen, o discusiones, o personas que se caen por las escaleras, o discapacitados a los que tienes que ayudar, cosas así, siempre algo con lo que entretenerte”.

Estas pequeñas tiendas isla surgieron a finales de los años ochenta en los centros comerciales. La venta de uno de estos pequeños quioscos de segunda mano, aunque depende mucho del tamaño, oscila entre los 300 y los 2.500 euros. En el caso de las cafeterías ambulantes, al tener más aparatos, sobrepasa los 10.000 euros. Generalmente, la persona que los atiende no es el propietario. Y, también de manera habitual, trabaja a tiempo parcial. La gran diferencia con un dependiente 'normal' es que en los anuncios en los que se solicitan personas para ‘stand’ se agrega que tengan “facilidad para la captación de clientes” y que en muchas de sus modalidades de pago se incluyen las comisiones por ventas, lo que estimula mucho esa 'facilidad'. Los convenios que aplican son los del comercio y, al igual que en las tiendas convencionales, el respeto por ellos varía mucho de empleador a empleador.

Solamente en el pasillo de Moncloa, hay varias nacionalidades, edades y niveles de formación en menos de 100 metros

Como en tantos otros trabajos con remuneraciones muy modestas, el perfil del postulante ha ido variando en los últimos años. De los chicos jóvenes, muchas veces estudiantes, que compaginaban otras actividades con estos empleos a tiempo parcial, se pasó a los inmigrantes de cualquier edad (aunque muchas veces, por la naturaleza de estos negocios, se exige gente bastante joven), y de estos a cualquier persona con necesidad perentoria de encontrar una salida laboral. Ahora, solamente en el pasillo de Moncloa, hay varias nacionalidades, edades y niveles de formación en menos de 100 metros.

"Lo que acaba quemándote es que te pregunten las mismas tonterías 150 veces al día, sin que falle uno solo", se lamenta Cristina, que intenta colocar publicidad de una marca de telefonía. "En ese sentido sí que es monótono el trabajo, porque todo se repite hasta la náusea", insiste esta mujer, que no ve tan positivo el que su entorno esté en cambio permanente: "Sí, pasan cosas, pero al final también es siempre lo mismo: ladrones y carreras, algún desmayo o alguien que se cae", recita escéptica ante las supuestas 'aventuras' que relatan sus vecinos de tiendecilla.

“¡Suéltame, yo no hago nada!”, se queja la chica del jersey verde y el bolsito marrón. Un vigilante de seguridad la esperaba al final de las escaleras mecánicas para invitarla a abandonar el intercambiador de autobuses de Moncloa. Es una profesional que viene a robar cada dos por tres”, susurran los vigilantes. En frente, hipnotizadas, María y Suni miran la escena. Son dependientas de las tiendas islita que jalonan el pasillo que desemboca en las dársenas. Una vende fundas para móviles, la otra hace depilaciones 'in situ'. Ambas han visto “de todo” en su rutina diaria. Sus respectivos "quioscos" están justo delante del acceso a la primera planta subterránea. "A nosotras también a veces nos han intentado robar, pero ya estamos acostumbradas y basta con avisar a los guardias, que están siempre por aquí al lado", advierte María.

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