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El presentador de la TV de EEUU que se ha atrevido a decir las cosas claras al poder
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UN NUEVO ASUNTO POLÍTICO

El presentador de la TV de EEUU que se ha atrevido a decir las cosas claras al poder

Hasta hace poco, el poder de los monopolios y oligopolios no era objeto de crítica en los medios de masas. Algo ha cambiado, porque John Oliver los ha sacudido como a una estera

Foto: El presentador John Oliver, recibiendo un Emmy. (Lucy Nicholson / Reuters)
El presentador John Oliver, recibiendo un Emmy. (Lucy Nicholson / Reuters)

Algo se está moviendo en el terreno de la política estadounidense. Parte del área demócrata, encabezada por Elizabeth Warren, acaba de poner el foco en el problema que la existencia de monopolios y oligopolios suponen para los estadounidenses. Máxime ahora, cuando estamos inmersos en Occidente en una nueva oleada de fusiones y adquisiciones, un proceso que no ha cesado de producirse en las últimas décadas. Cuando la economía va bien, las grandes empresas tienen el capital y encuentran el crédito para adquirir otras; cuando va mal, como algunas de ellas pasan dificultades, son absorbidas por firmas que encuentran en ese escenario una oportunidad para crecer.

Esta fase expansiva, que crea empresas cada vez más grandes que tienden a convertir un sector concreto en un coto privado, ha sido favorecida por los poderes públicos, alentada desde el entorno financiero, animada desde los bancos centrales y definida como positiva por los expertos, por las más diversas razones. La principal ha sido que generan empresas más eficientes, que permiten regular mejor sus costes y que, por tanto, acaban siendo mucho más beneficiosas para los consumidores, al ofertar productos y servicios más baratos.

Antitrust

Hubo otra época en que a partir de las mismas razones, las autoridades públicas entendían que las empresas no debían contar con una cuota sustancial de mercado. En EEUU las leyes antitrust, que nacieron a finales del siglo XIX y que se aplicaron de un modo realmente efectivo a partir del New Deal, vigilaban de cerca que una firma no tuviera excesivo poder dentro de su sector. Y cuando se entendía que el monopolio era imprescindible (porque era absurdo, por ejemplo, trazar dos líneas ferroviarias al mismo lugar o construir dos tendidos eléctricos) resultaba habitual que fuera el Estado quien se pusiese al frente de estas empresas con el objetivo de prestar servicios esenciales y salvaguardar los intereses públicos. Así ocurrió en la Europa reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial.

Las normas sobre la competencia, que no han cambiado su redacción, han sido reinterpretadas de maneras mucho más laxas por los jueces

Pero, desde los años 80, las cosas han cambiado sustancialmente. Los poderes públicos, incluidas las instituciones reguladoras, han visto con buenos ojos que las empresas más grandes se hagan aún mayores; parecía que bastaba con tener un ojo en ellas, vigilando que los precios no subieran, para controlar su poder de mercado. Además, la excusa de la competencia global ha favorecido que las empresas nacionales traten de convertirse en gigantes nacionales, mientras que las normas, que no han cambiado en muchos casos su redacción, han sido reinterpretadas de maneras mucho más laxas por los jueces. En el caso español, incluso, con ribetes tragicómicos. Igual que las normas antitrust estadounidenses, las nacionales siguen existiendo, pero distan mucho de ser efectivas. Y cuando lo son, se encuentran caminos formales para que dejen de serlo.

Goldman: "Los mercados oligopólicos son poderosos porque tienen menos competencia, fijan los precios y elevan las barreras de entrada"

La consideración de monopolios y oligopolios como lesivos en sí mismos está regresando de manera insistente en el entorno estadounidense, ya que, afirman los antimonopolistas, cuando una firma o un pequeño grupo de ellas marca la pauta en un sector, produce consecuencias poco recomendables para sus empleados, proveedores y clientes, así como para todos los participantes, directos o colaterales, en la actividad de la empresa. Salvo para los accionistas: como bien asegura Peter Thiel, los únicos negocios que merecen la pena son los monopolios; y como bien afirma Goldman Sachs, “un mercado oligopolístico puede convertir un negocio de productos básicos de precios bajos en otro altamente rentable. Los mercados oligopólicos son poderosos porque satisfacen simultáneamente múltiples componentes críticos de una ventaja competitiva sostenible: un pequeño núcleo de empresas se enfrenta a una competencia menos eficaz, posee mayor capacidad de fijar los precios porque la elección de los consumidores queda reducida, consigue costes de escala gracias a la presión sobre los proveedores y eleva las barreras de entrada a nuevos jugadores”.

Esto explica por qué es tan difícil poner en marcha un pequeño negocio, por qué se externalizan los empleos y por qué la calidad desciende

Por las mismas razones que esgrime Goldman, estos escenarios generan una cantidad enorme de poder para esas firmas. También político, advierte Barry C. Lynn, un investigador que trabajaba para el think tank New America Foundation, donde dirigía el programa Open Market, destinado a vigilar los monopolios y a informar sobre sus efectos. Cuando criticó a Google a raíz de una sentencia de la Unión Europea que condenaba a la empresa por prácticas anticompetitivas, el think tank le despidió junto a todo su equipo. Casualmente la firma del buscador era uno de los donantes de la fundación.

Efectos de la concentración

Según Lynn, la tendencia a crear monopolios y oliogopolios, además de su despido, explican asuntos bastante comunes en nuestra sociedad, como “por qué es tan difícil poner en marcha un pequeño negocio que funcione; por qué tantos puestos de trabajo han sido deslocalizados; por qué es tan complicado controlar los costes de las medicinas; por qué la calidad de la comida o de los juguetes ha caído en picado; por qué los directivos de las empresas externalizan tantas actividades; por qué los beneficios de las grandes empresas continúan aumentando; o por qué los poderosos se están convirtiendo en más poderosos aún”.

El popular presentador estadounidense John Oliver muestra cómo el ciudadano común está rebelándose contra las grandes empresas

EEUU está volviendo al antitrust como una práctica política, y está comenzando a calar en la conciencia del gran público. Es lógico: cuando sectores como el de los seguros, las compañías aéreas, el de la televisión por cable, las farmacéuticas, o el de la cerveza están en manos de muy pocas empresas (aunque alberguen marcas muy distintas), los abusos de todo tipo comienzan a aumentar de manera preocupante.

Y eso es lo que ha denunciado, de un modo humorístico, pero con una gran ferocidad John Oliver, uno de los presentadores más populares en EEUU, en una intervención en la que además no ha tenido reparos en criticar de modo cruel a AT&T, la firma que pretende adquirir Time Warner, el grupo para el que trabaja. Este es el vídeo, y muestra que, al mismo tiempo que el ciudadano común empieza a rebelarse contra las grandes empresas, el sector progresista norteamericano ha encontrado un nuevo espacio en el que defender al hombre común:

Algo se está moviendo en el terreno de la política estadounidense. Parte del área demócrata, encabezada por Elizabeth Warren, acaba de poner el foco en el problema que la existencia de monopolios y oligopolios suponen para los estadounidenses. Máxime ahora, cuando estamos inmersos en Occidente en una nueva oleada de fusiones y adquisiciones, un proceso que no ha cesado de producirse en las últimas décadas. Cuando la economía va bien, las grandes empresas tienen el capital y encuentran el crédito para adquirir otras; cuando va mal, como algunas de ellas pasan dificultades, son absorbidas por firmas que encuentran en ese escenario una oportunidad para crecer.

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