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"La escuela actual es un sistema perfecto de discriminación"
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"La escuela actual es un sistema perfecto de discriminación"

El historiador Humberto Beck rescata la obra más subversiva de Iván Illich y nos hace cuestionarnos dogmas tan afincados como el sistema educativo, la sanidad o el transporte

Foto: El mexicano Humberto Beck. (Malpaso)
El mexicano Humberto Beck. (Malpaso)

Durante el relámpago que supuso su estancia en México, el filósofo austriaco Iván Illich conmocionó a intelectuales y políticos de todo el mundo. En aquellos años de activismo, con el espíritu del 68 todavía reciente, germinó en él la semilla de la reflexión y la crítica sobre las consecuencias sociales no previstas de la modernidad. Es decir, cuando la técnica genera lo opuesto de lo que se pretende: cuando las escuelas idiotizan, los transportes demoran, la medicina enferma y así con todos los ámbitos de la existencia. Este periodo mexicano, antes de que el autor cayese en el olvido, es precisamente el que trata de reivindicar el historiador Humberto Beck en ‘Otra modernidad es posible’ (Malpaso).

Tal fue su desaparición de la vida pública a finales de los 70 que prácticamente no se volvió a saber de Illich hasta que en 2002 falleció, fiel a sus principios, rechazando las terapias médicas y prefiriendo conservar su lucidez hasta el final. En una época en la que el horizonte histórico se alejaba cada vez más, donde reinaban la austeridad y el neoliberalismo, su obra parecía fuera de lugar, como de un nostálgico propenso a las utopías. Sin embargo, sostiene Beck, estos últimos años se caracterizan por un giro favorable a las tesis del pensador austriaco.

La educación se mantiene intacta, pero ahora ya ni siquiera existe esa realidad social (la creación de empleos) que la legitimaba

Hoy, más incluso que en el momento de escribirlas, sus críticas despiertan conciencias. Cada vez está más extendida la idea de que no todo progreso es bueno, que a veces más es menos y que la modernidad también ata y crea necesidades. En este sentido, Beck asegura al otro lado del teléfono que el 'pensamiento illichiano' es la mejor invitación a cuestionarse los dogmas que rigen nuestra vida y, en definitiva, a pensar en un mundo aparentemente aletargado y con falta de imaginación política.

PREGUNTA. La crítica a la modernidad se ha vuelto ya un lugar común en las ciencias sociales y humanidades. Pero, ¿de qué estamos hablando realmente?

RESPUESTA. Hay que entenderla como el conjunto de prácticas, instituciones y percepciones culturales y sociales que se definen con arreglo a dos pincipios: la autonomía y la instrumentalidad. La primera es la idea de que el ser humano es el que se determina a sí mismo. No busca sus propios fines en lo que le diga la religión, la tradición o el pasado, sino que por su propio juicio decide lo que tiene que hacer. Una vez lo tiene claro, el siguiente paso consiste en buscar y adoptar el medio más eficiente para alcanzar tales fines.

'Otra modernidad es posible', de Humberto Beck. (Malpaso)P. Entonces, ¿cuándo empieza a torcerse la modernidad como proyecto?

R. En la revolución industrial. Los seres humanos se habían dado a sí mismos el objetivo de crear un mundo más próspero y rico, pero el proyecto empezó a crear problemas que nunca se habían imaginado: la contaminación ambiental, el sufrimiento de los trabajadores, la destrucción de los lazos comunitarios… En el siglo XX autores como Illich comienzan a sospechar que estos problemas no son solo efectos secundarios no previstos, sino que hay algo en el propio mecanismo de la modernidad que se contradice y termina produciendo lo opuesto. No es que algo esté funcionando mal, es que se trata de eso. Ahí hay una lógica perversa.

P. La obra de Illich trata de ahorrarnos esa lógica perversa de la modernidad, pero también está muy anclada en su tiempo, cuando los "enemigos" eran la industrialización y sus consecuencias. ¿Qué sentido tiene regresar a ella en 2017?

R. Muchos de sus diagnósticos se han radicalizado y agravado. No hay más que ver el caso de las escuelas. Illich sostenía que el sistema obligatorio generaba todo lo contrario a educación e igualdad. Al organizarlo en escalafones, en ir acumulando credenciales, se desvía la atención de lo verdaderamente importarte: aprender. En nombre de la educación obligatoria, estamos creando una máquina universal de discriminación, pues siempre va a haber una mayoría de personas que se queden en el camino, que no lleguen al final de la pirámide.

Un caso evidente del triunfo de sus tesis es el cuestionamiento del transporte motorizado como la forma más eficiente de movilidad

La legitimación histórica de este sistema de la ignorancia es que es la mejor manera de obtener una credencial de participación social que luego te va a permitir tener un empleo. Esto tenía cierto sentido en los 50, 60 o 70, en los años de la expansión económica, pero ahora hay algo en la propia dinámica del capitalismo que ya no crea empleos, o lo hace de forma precaria, temporal e informal. La educación se mantiene intacta, pero ahora ya ni siquiera existe esa realidad social que la legitimaba.

P. Otra de las grandes patas de la crítica de Illich eran los sistemas de salud. ¿Siguen vigentes sus juicios al respecto?

R. Al concentrar las capacidades de diagnóstico, curación y tratamiento en un grupo profesional, los médicos, están expropiando de la población las capacidades innatas que toda comunidad tiene para sanar. Además, la medicalización de la sociedad, la idea de que cualquier padecimiento necesariamente requiere para ser curado un tratamiento profesional en un hospital, provoca al final más dolor, pues parte de un supuesto imposible: el de que todo sufrimiento es inaceptable. Estamos acostumbrados a eliminar cualquier programa cultural que dé sentido al dolor y lo vemos como algo ajeno, lo que en términos subjetivos aumenta nuestra sensación de vulnerabilidad ante la enfermedad y el sufrimiento.

P. Para el pensador austriaco los modelos educativos y sanitarios eran instrumentos de control, pero hay quien lo ve como conquistas sociales que han costado mucho implantar y que nos han permitido progresar como sociedad.

R. No cuestiona tanto el sentido de la igualdad que han podido instaurar estas conquistas, sino más bien hace ver que pasado cierto umbral hay algo en la forma, el cómo se ha puesto en práctica, que empieza a contradecir sus fines. En este sentido, Illich escapa de la división izquierda y derecha, pues no se ocupa tanto de la propiedad pública o privada de los medios de producción, sino de su forma técnica y burocrática. Por ejemplo, en vez de tener que pasar un cierto número de horas en la escuela, promovía algo muy parecido a las bibliotecas actuales, centros en los que se tenga de manera libre y no programada acceso a todas las herramientas necesarias para el aprendizaje.

placeholder La obra de Iván Illich sacude las certezas de nuestra época. (Wikimedia Commons)
La obra de Iván Illich sacude las certezas de nuestra época. (Wikimedia Commons)

P. Se nota que Illich tiene un poso anarquista en su confianza en el ser humano.

R. En efecto, tiene un optimismo casi sin límites en las capacidades de la gente para organizarse por sí misma. La estructura externa, la vertical, es por tanto el verdadero caos.

P. Por cuestiones como esta se suele tildar su pensamiento de utópico.

R. Por supuesto tiene una dimensión utópica, pero hay cientos de aspectos de la realidad social en los que los análisis de Illich empiezan a tener resonancia. Un caso muy evidente del triunfo de sus tesis es la tendencia internacional a reconocer que la forma más eficiente de movilidad urbana no sea necesariamente el transporte motorizado, sino más bien la bicicleta o el caminar.

Para nuestros sistemas de salud todo sufrimiento es inaceptable, lo que a la larga aumenta nuestra sensación de vulnerabilidad

Esto no solo es una ruptura completa del dogma de que las ciudades tienen que ser motorizadas (como el caso paradigmático de Los Ángeles), sino que se está empezando a resquebrajar el principio por el que más modernidad, velocidad y técnica va a ser siempre mejor. Por eso son valiosas sus tesis, porque aunque no sean adoptadas en un programa político de transformación generalizada, si lo pueden ser en una nueva dimensión de los debates públicos.

P. La obra de Illich apela directamente a partidos como Podemos.

R. Alrededor del mundo se ha empezado a notar un cierto descontento con el sistema político. Se ha generalizado la idea de que quizá no sea la herramienta más eficiente para llegar a la representación popular. Sin duda, la irrupción de partidos como Podemos, que tienen su origen en movimientos sociales, puedes ser valiosos para contrarrestar esa versión de la democracia liberal. Sin embargo, la inclusión de las ideas de Illich es más compleja. Hay medidas esperanzadoras como los modelos autogestionados de los zapatistas en México o la discusión que se ha introducido en España sobre la renta básica universal, que aunque no sea un ideal illichiano sí podría crear las condiciones para constituir otro tipo de organización social y cooperación comunitaria.

P. ¿Cómo se organizaría, entonces, la sociedad en torno a sus ideas?

R. Quizá, lo más importante, y a la vez contraintuitivo, sea la identificación de ese mundo moderno con los límites. Como ya decía Camus, hay que respetar una cierta forma de lo humano.

Durante el relámpago que supuso su estancia en México, el filósofo austriaco Iván Illich conmocionó a intelectuales y políticos de todo el mundo. En aquellos años de activismo, con el espíritu del 68 todavía reciente, germinó en él la semilla de la reflexión y la crítica sobre las consecuencias sociales no previstas de la modernidad. Es decir, cuando la técnica genera lo opuesto de lo que se pretende: cuando las escuelas idiotizan, los transportes demoran, la medicina enferma y así con todos los ámbitos de la existencia. Este periodo mexicano, antes de que el autor cayese en el olvido, es precisamente el que trata de reivindicar el historiador Humberto Beck en ‘Otra modernidad es posible’ (Malpaso).

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