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La traición de Arellano, el pillo desertor que cambió la historia de España
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NUNCA FUE RECONOCIDO

La traición de Arellano, el pillo desertor que cambió la historia de España

Arribaría a Mindanao (Filipinas) y al no dar con su particular tierra prometida, cargaría el barco con canela más que suficiente para amortizar costes y retirarse para los restos

Foto: Nao Victoria, réplica de 1991 realizada en Isla Cristina con la que Magallanes llegó a las Filipinas.
Nao Victoria, réplica de 1991 realizada en Isla Cristina con la que Magallanes llegó a las Filipinas.

Hacía años que la ruta que pretendía conectar la costa este del Pacífico con las prósperas colonias portuguesas del oeste del gran océano se resistía sin visos de atisbo de una solución a corto plazo. Una y otra vez se intentaba, pero o las naves enviadas desaparecían misteriosamente, naufragaban o las más, acababan en desastre por la aniquilación de sus tripulaciones exterminadas por escorbuto, deshidratación y hambre.

Foto: La gran epopeya de Magallanes y Elcano, y de su olvidado esclavo, Enrique de Malaca

La tozuda realidad acabaría demostrando que antes de los españoles y portugueses, otros pueblos con el mismo espíritu aventurero –chinos, polinesios, micronesios, etc.– se habían paseado como Pedro por su casa por el vasto océano.

Una particular tierra prometida

Un desertor con ambiciones personales excluyentes, con un deseo de protagonismo en demérito del esfuerzo de equipo, Alonso de Arellano, una noche entrada la primavera del año 1565, levaría anclas subrepticiamente dejando atrás Puerto Navidad (actual Jalisco), en pos de la mítica Cipango (Japón). La osadía y la traición serian recompensadas con un éxito inesperado, básicamente porque no hubo ninguna planificación previa, todo lo contrario que en el caso de Urdaneta.

El resto, como en fiel reflejo de una antología del horror, serían arrojados por la borda de la nao San Pedro en número de cincuenta

Arellano arribaría a Mindanao (Filipinas) y al no dar con su particular tierra prometida, cargaría el barco con canela más que suficiente para amortizar costes y retirarse para los restos. Poniendo rumbo al norte, y dejando a un lado las islas japonesas sin costa a la vista, seguiría con vientos portantes cabalgando sobre la potente corriente de Kuro Shio.

Si bien es cierto que se adelantaría en un par de semanas al fraile y astrónomo, y a su pareja perfecta, el jefe militar de la expedición, Legazpi, ambos vascos; los historiadores quizás hayan hecho una lectura muy particular de este hecho, condenando al olvido al pillo por su infame y proceloso proceder.

placeholder Ruta de Urdaneta de Filipinas a Acapulco, Nueva España. (CC/United States Army)
Ruta de Urdaneta de Filipinas a Acapulco, Nueva España. (CC/United States Army)

Finalmente, el remate de cabeza y por la escuadra lo pondrían en valor y al borde del heroísmo los marinos que acompañaron al ínclito Urdaneta (Legazpi moriría en Filipinas poco más tarde).

De los cerca de 200 tripulantes que partieron de Cebú el día uno de junio de 1565, solo quince llegarían a Puerto Navidad en la costa oeste de México en condiciones aptas para poder calificarse a si mismos como humanos. El resto, como en fiel reflejo de una antología del horror, serían arrojados (los fallecidos) por la borda de la nao San Pedro en número de cincuenta, o alojados en cubierta para poder tener una atmosfera más propicia el resto de enfermos, convirtiendo la nave en una galería de los horrores y en un auténtico espectro flotante.

Urdaneta visitaría al rey emperador Felipe II en su corte de Valladolid, cubriéndolo de parabienes

Según relatan los cronistas de la expedición, Esteban Rodríguez y Rodrigo de Espinosa, el terrible hambre (ratas y gusanos de toda laya desaparecían por arte de ensalmo), la escasa pesca que se podía conseguir para alimentar a la enorme y doblegada tripulación, la deshidratación severa (el agua se desalinizaba filtrándola en las velas o lamiendo las barandillas al alba), junto con un escorbuto en plenitud de facultades convirtieron los ciento treinta días de navegación en un infierno de una severidad inusual.

Mientras Arellano al llegar a Acapulco seria recibido con una estruendosa sordina, Urdaneta visitaría al rey emperador Felipe II en su corte de Valladolid, cubriéndolo de parabienes que el monje vasco rechazaría.

Se inauguraba así la ruta del Galeón de Manila que estaría en vigor durante más de 250 años; probablemente, uno de los hitos más increíbles de la navegación a lo largo de la historia y una de las rutas comerciales más antiguas.

Hacía años que la ruta que pretendía conectar la costa este del Pacífico con las prósperas colonias portuguesas del oeste del gran océano se resistía sin visos de atisbo de una solución a corto plazo. Una y otra vez se intentaba, pero o las naves enviadas desaparecían misteriosamente, naufragaban o las más, acababan en desastre por la aniquilación de sus tripulaciones exterminadas por escorbuto, deshidratación y hambre.

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