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Era un policía ejemplar. Se jubiló. Y cuando cumplió 70 años, empezó a atracar bancos...
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LA TRISTE HISTORIA DEL BANDIDO PINZÓN

Era un policía ejemplar. Se jubiló. Y cuando cumplió 70 años, empezó a atracar bancos...

Cuando a finales de julio de 2015 Randy Adair fue detenido, nadie entendía por qué un querido y veterano detective había terminado convirtiéndose en un delincuente en serie

Foto: El policía, en una fiesta familiar.
El policía, en una fiesta familiar.

Entre marzo y julio de 2015, un misterioso atracador llevó a cabo cinco robos a mano armada y a plena luz del día en la región de Orange County. El botín no era cuantioso, pero la frecuencia con la que este bandido llevaba a cabo sus golpes le hizo aparecer en la portada de los medios de la zona. No solo era su constancia, sino también su particular apariencia: las imágenes mostraban a un hombre de avanzada edad, casi un anciano, que cubría su rostro con una gorra y unas gafas de sol. Gracias a ello, se ganó el sobrenombre de “pinzón” ('snowbird'), un término también utilizado para hablar de los jubilados que pasan el invierno en cálidas playas como las de Florida.

El 22 de julio de aquel año, finalmente, el bandido fue detenido. Pero su verdadera identidad y las circunstancias que condujeron a su captura eran aún más extrañas, como ya reflejaba un artículo publicado en 'The Washington Post'. Se trataba de Randy Adair, de 70 años, un querido y respetado detective de la policía de Los Ángeles, popular entre los vecinos del barrio de Rancho Santa Margarita, donde en sus ratos libres era árbitro de fútbol, y que durante décadas protegió la ley y el orden, especializándose en atracos de bancos.

Los médicos le han llamado un 'muerto viviente'. ¿Cómo roba un muerto un banco? Está enfermo. No hay otra explicación

Había sido su hija, Kateri Fogleman, y su esposa, Susan, quien finalmente habían tendido la trampa que llevó a Randy a la cárcel, donde aún se encuentra hoy, cumpliendo una condena de siete años. “Era lo correcto”, señaló su hija, de 40 años por aquel entonces. “Sabía que tenía que hacerlo”. Kateri, no obstante, considera que el lugar ideal para su padre es un hospital o una institución mental, no una prisión. “Los médicos le han llamado un 'muerto viviente'”, explicaba cuando su padre fue detenido. “¿Cómo roba un muerto un banco? Está enfermo. No hay otra explicación”.

placeholder Una de las imágenes del atracador captadas por las cámara de seguridad.
Una de las imágenes del atracador captadas por las cámara de seguridad.

La sorpresa fue aún mayor para los detectives de la zona con los que el propio Adair había convivido. “Que alguien haya trabajado para el departamento, esté cobrando su pensión y atraque bancos hace que me explote la cabeza”, señaló a la prensa local el detective retirado Jim Wilke, que trabajo con él hombro con hombro. Pero ¿qué llevó a un hombre querido y respetado que cobraba al mes más de 2.800 dólares de jubilación a calzarse un sombrero panameño, coger una Smith & Wesson y sembrar el terror en la Costa Oeste? Un reportaje de Jeff Maysh publicado en 'Los Angeles Magazine' tiene todas las claves.

Un héroe con secuelas

Adair nació en Artesia, una ciudad al norte del condado de Los Ángeles, en 1944. Ya desde pequeño estaba fascinado por el trabajo de los policías, y en 1965 aterrizó en el equipo de investigación criminal del ejército americano en Panamá. De ahí pasaría directamente a la academia de policía de Los Ángeles, donde destacaba entre compañeros por sus calificaciones. La historia le tenía reservado un lugar especial poco después, cuando fue uno de los encargados de detener a Shirhan Shirhan, el jordano que acabó con la vida de Robert Kennedy en el Ambassador Hotel el 5 de junio de 1968.

El policía logró salvar entre 25 y 30 vidas esa noche, transportando a las víctimas sobre sus hombros, pero la inhalación de humo le dejó graves secuelas

Fue ese mismo año cuando se casó en La Puente con Susan Hackworth, una descendiente de italianos que trabajaba en Bank of America. Pronto Adair fue ascendido a detective en la división metropolitana de la policía de Los Ángeles, especializado en robos de bancos en una época en la que estos eran frecuentes (y rentables). En las muescas de su revólver se encuentran nombres como el de Robert Lee White, el bandido de Wilshire, que había dado nueve golpes. Es entonces cuando el periodista identifica el momento en el que todo empezó a torcerse: una trágica noche de enero de 1971, cuando Aldair vio humo saliendo de un bloque de edificios. El policía logró salvar entre 25 y 30 vidas esa noche, transportando a las víctimas sobre sus hombros.

El heroísmo le pasó factura: fue diagnosticado con broconeumonía y, lo que sería peor aún, le dieron la baja. Un tiempo libre que Adair aprovechó para beber durante todo el día, algo que siguió haciendo cuando se reincorporó al trabajo. Se había convertido en un alcohólico. Fueron años difíciles para el policía, cuyo hijo, Andrew, nació casi sordo. Sin embargo, confesó al periodista que para cuando nació su hija Kateri en 1975, y gracias a Alcohólicos Anónimos, había conseguido dejarlo. Pero seguía sin estar preparado para trabajar en la División Rampart del departamento de homicidios, donde tuvo que encargarse de casos como el del Asesino de la Autopista o el del Acosador Nocturno Richard Ramirez. La gota que colmó el vaso fue la visión del cadáver de Johanna Nevarez, una niña de cuatro años, encajado en la balda de un frigorífico.

placeholder Robert Kennedy, momentos antes de ser abatido en el hotel Ambassador. (Cordon Press)
Robert Kennedy, momentos antes de ser abatido en el hotel Ambassador. (Cordon Press)

El propio Adair fue el encargado de escoltar a su asesino, Manuel Gómez González. “Le hubiese matado en un suspiro”, explicó al periodista de 'Los Angeles Magazine'. Fue entonces cuando dejó de dormir bien y sus problemas de salud empeoraron, con constantes brotes de neumonía y bronquitis. Su mujer también empeoró. Una vez más, debido a la baja que tomó para cuidar de ella, volvió a recaer en la bebida en 1980, y todo fue costa abajo desde entonces. En alguna ocasión, llamó a Susan para decirle que tenía un revólver en la mano y que lo mejor que podía haber era acabar con su vida. En 1988, a los 53 años, se jubiló y comenzó a trabajar como detective para una agencia de seguros.

Todo se va al infierno

Los siguientes años son una sucesión de desgracias que convirtieron al policía en “un triste borracho”, en palabras de su esposa. Esta sufrió cáncer de tiroides en 1991, y el tratamiento metió a la familia en graves problemas económicos hasta el punto que hacienda los desahució por una deuda de 60.000 dólares. Deprimido hasta el tuétano, Adair terminó durmiendo en un coche abandonado, hasta que a finales de 1996, volvió a Alcohólicos Anónimos. Pero nunca les volvió a ir bien económicamente, así que Adair se decantó por las apuestas. Y, como bien es sabido, la banca nunca pierde.

En total se llevó poco más de 9.000 dólares en cinco atracos. Demasiado riesgo para tan poca ganancia

Durante los últimos años, el policía sufrió graves problemas de salud. En 2010 tuvo que afrontar una operación cerebral de nueve horas tras sufrir un aneurisma. En 2012 sufrió una infección bacteriana y le dieron un 5% de probabilidades de sobrevivir. En 2013 tuvo cinco infartos. En 2014 los médicos descubrieron que solo funcionaba uno de sus riñones y una hernia le hizo perder la movilidad de las piernas. “Dejadme morir”, suplicó tras una caída. Empezó a amenazar a su hija con el suicidio si no le dejaba dinero para apostar.

Fue entonces cuando decidió que los atracos a bancos, algo que conocía bien, podían resultar más rentables que ese agujero negro que eran las tragaperras. Sin embargo, los días dorados habían quedado atrás y el riesgo era muy elevado en comparación con el rédito que se podía obtener. “Su decisión parece desafiar toda lógica, o al menos, pone de manifiesto su desesperación”, señala el periodista. No hay más que echar un vistazo al dinero robado para comprobar que no se trataba de golpes como para retirarle: en el primero se llevó 1.731 dólares; en el segundo, 1.190; en el tercero, apenas 944; el cuarto fue el mejor, con 3.600 dólares. El último, un día antes de su detención, ascendía a 1.650 dólares. El procedimiento solía ser el mismo. Llegaba al banco con una gorra y gafas de sol, le daba una nota al cajero en la que podía leerse “relájate, mantén la calma” mientras señalaba a su pistola y huía rápidamente con el botín en sus manos.

Foto: Nunca es tarde si el botín es bueno. (iStock)

Cada ocasión, Adair se prometía que sería la última, pero siempre volvía a caer. Fue su yerno el primero que le reconoció en la portada de 'The Orange County Register'. Cuando se lo contó a su esposa, Kareti, esta pasó por los estados de negación, miedo y furia. Acudió a la policía para denunciar a su padre, y ese mismo mediodía, Susan se citó con su marido en un restaurante, donde fue detenido por el FBI. “Estoy aquí por lo que hice”, termina confesando al periodista desde la sala de entrevista de la prisión. “Mi familia me entregó”. Según sus propias palabras, su vida ha sido “71 años de bondad y cuatro meses de idiotez”. Susan, que sigue a su lado, escribió una carta al juez. “No conozco a la persona de las noticias”, escribía. “Me entristece profundamente ver en qué se ha convertido este hombre que amé y por el que sentí tanto orgullo como marido, padre y policía”.

Entre marzo y julio de 2015, un misterioso atracador llevó a cabo cinco robos a mano armada y a plena luz del día en la región de Orange County. El botín no era cuantioso, pero la frecuencia con la que este bandido llevaba a cabo sus golpes le hizo aparecer en la portada de los medios de la zona. No solo era su constancia, sino también su particular apariencia: las imágenes mostraban a un hombre de avanzada edad, casi un anciano, que cubría su rostro con una gorra y unas gafas de sol. Gracias a ello, se ganó el sobrenombre de “pinzón” ('snowbird'), un término también utilizado para hablar de los jubilados que pasan el invierno en cálidas playas como las de Florida.

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