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La mayor victoria naval hasta el momento: la batalla que alumbró a un dios español
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LA LEYENDA DE LEPANTO

La mayor victoria naval hasta el momento: la batalla que alumbró a un dios español

580 naves enfrentadas en dos bandos. Liga Santa contra el Imperio Otomano. ¿Qué le ocurrió a Miguel de Cervantes en esta batalla para que le apodaran "el manco de Lepanto"?

Foto: Estatua de Cervantes en Toledo. (iStock)
Estatua de Cervantes en Toledo. (iStock)

Era un mañana temprana del año del señor de 1571, y un hombre desgarrado por la fiebre y con los ojos vidriosos se debatía entre las pesadillas propias de su condición y la tremenda tensión que se anunciaba en el Golfo de Corinto. En la bodega de la ágil galera la Marquesa, hacinado junto con otros compañeros, probablemente afectado por una gripe severa o a juzgar por las calenturas que arrastraba, con algún trastorno estomacal de calibre, aquel hombre de una enorme sabiduría incompleta, deliraba intensamente cuando se produjo la alarma de combate.

En aquel trascendental momento, un siete de octubre, se daría el que probablemente fue el mayor triunfo documentado en una batalla naval hasta el momento. Miguel de Cervantes se llamaba aquel bisoño soldado que, en una romántica intención, se había apuntado a una de las más grandes luchas que la historia ha registrado. Está documentado que, a pesar de su febril estado, este monumental escritor de fama imperecedera, incrustado en la escuadra de don Álvaro de Bazán, a hurtadillas se encaramó a una de las chalupas desde las que los arcabuceros hacían fuego, y que muy probablemente sin arma alguna y sin protección, apecho descubierto enfrentándose a una muerte segura, proveía de cartuchos a sus compañeros mayores en el arte de la degollina.

placeholder Batalla de Lepanto.
Batalla de Lepanto.

Piñas de fuego

Parapetado tras aquel esquife, ora echaba serrín en cubierta ora retiraba a los caídos, ora proporcionaba la munición necesaria para que no se detuviera aquella infernal cadencia de fuego. Hay constancia si, de que estuvo durante un buen tiempo encaramado a la dorsal de la chalupa arrojando con un fervor casi místico las famosas "piñas de fuego", un artilugio envasado en pequeños tarros de gruesa cerámica, precursor de los actuales cócteles Molotov. Asimismo, hay constancia de que llevaba un cuerno de pólvora al cinto y de que vestía con los alegres colores amarillo y bermellón y que su sudada blusa blanca estaba desgarrada por la virulencia del trajín en cubierta.

Otra vez y en contra de los criterios del galeno, se escapa de la enfermería y sube a cubierta espada en mano con más ímpetu y con fervor redoblado

Su clara e indiscutible nariz aguileña y su incipiente alopecia fue su carta de presentación en medio de aquella melee. Pero hay un momento crítico en el que el que fue el más famoso autor de la literatura de todos los tiempos, el autor de 'El Quijote', ensombrece radicalmente su espléndida imagen de combatiente romántico y baja al infierno de las cosas tristes donde la realidad se oscurece hasta negar la luz; ese infierno que esboza la 'Divina Comedia' o 'El libro tibetano de los muertos', ese momento en el que la razón no admite el lapsus que se produce en la realidad y nos deja fuera del análisis consciente y racional, ese estado de 'shock' que dura un intervalo de tiempo sin determinar hasta que recuperamos la conciencia de nuestra propia identidad.

Dos disparos de arcabuz del turco, uno de ellos en el bajo pecho, el otro sobrevenido cuando se protegía con la mano para no perder el aliento vital, lo doblan. Sangra abundante y es arrastrado como un fardo, sin contemplaciones, por tres compañeros hacia la enfermería de la que no debería haber salido. Su porte casi aristocrático y su natural estilo de perfiles elegantes le hacen acreedor de una atención inmediata mientras en cubierta el infierno no aligera. Su mano, que solo es un guiñapo, quedó inutilizada de por vida. Arriba, se combate ya en un cuerpo a cuerpo de una intensidad brutal y la cubierta de la Marquesa es un fangal de sangre que convierte el pavimento en puro suelo deslizante.

Vuelta a la lucha

placeholder Sello del escritor. (iStock)
Sello del escritor. (iStock)

Se ha acabado todo el serrín de frenado y ya no hay manera de evitar aquella sangría de locura 'in crescendo'. Otra vez y en contra de los criterios del galeno, se escapa de la enfermería y sube a cubierta con más ímpetu y con fervor redoblado. Espada en mano, en su mano derecha, este esgrimista confeso, arremete contra la horda de turbantes multiplicado por si mismo. En 'Rinconete y Cortadillo' o en el propio 'Quijote', da fe de esta antigua afición y la refleja en las disputas que en ellas se revelan.

Cuando ya se hace tarde para los musulmanes de la Puerta Sublime y la batalla declina para sus filas, en la cubierta de la Marquesa, yacen más de cien soldados propios y ajenos. La carnicería ha sido terrible. Entre ambas escuadras, las pérdidas suman más de veinte mil caídos. Los dos dioses enfrentados no cesan en su ira el uno por el otro, y su instrumento en estas latitudes, el mediocre género humano, seguirá la estela de los crueles designios de aquellos dioses inventados para huir de una verdad lacerante; su propia ignorancia y miedo a saber para ser más libres. La Santa Liga vence en un día de fuego y acero para mayor honra del gran rey Felipe II. Y Cervantes recuperado se convierte en un dios de la literatura, un dios más creíble…

Era un mañana temprana del año del señor de 1571, y un hombre desgarrado por la fiebre y con los ojos vidriosos se debatía entre las pesadillas propias de su condición y la tremenda tensión que se anunciaba en el Golfo de Corinto. En la bodega de la ágil galera la Marquesa, hacinado junto con otros compañeros, probablemente afectado por una gripe severa o a juzgar por las calenturas que arrastraba, con algún trastorno estomacal de calibre, aquel hombre de una enorme sabiduría incompleta, deliraba intensamente cuando se produjo la alarma de combate.

El Quijote
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