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Las insólitas vacaciones de una profesora de matemáticas
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una 'profe' distinta

Las insólitas vacaciones de una profesora de matemáticas

Gloria Eguaras pasa los veranos con su familia en distintos destinos de los países más desfavorecidos para ayudar "sin condescendencia y para aprender"

Foto: Gloria Eguaras, otro modelo de misionera. (Andreas Palaudarias)
Gloria Eguaras, otro modelo de misionera. (Andreas Palaudarias)

Gloria Eguaras no es la típica profesora de matemáticas. Afable, ingeniosa y bajita, podría ser Mafalda cuarenta años después de que la dibujase Quino. Da clase en las Escolapias de Barcelona, pero lo que la hace verdaderamente especial es su forma de aprovechar las vacaciones de verano. Al empezar julio, no descansa, no se esparce en la playa ni se tira en el sofá con una novela barata, sino que hace las maletas y se va a trabajar “de verdad”.

Hace ya doce años que decidió aprovechar los meses libres del maestro, la envidia del resto de profesionales, para echar una mano en el Tercer Mundo. De niña, en el colegio de monjas, había soñado con ser misionera, pero su experiencia en países desfavorecidos cambió radicalmente su visión del mundo y de la cooperación. Dice que las cosas no son como pensamos desde nuestra condescendencia. “Descubrí rápidamente que Santo Domingo y Senegal no necesitaban mi ayuda. ¿Quién era yo para ayudarles a ellos? Era justo al contrario”.

Aquel barrio eran niños jugando por la calle, música por todas partes, bullicio. La visión de mis hijos era menos ingenua que la mía

Su primer viaje lo hizo en solitario a Los Meaditos, uno de los barrios calientes más peligrosos de Santo Domingo, donde las Escolapias tenían un centro de educación y cooperación. No sabía dónde iba, “¡ni siquiera sabía que allí eran negros!”, exclama con perplejidad. Allí chocó contra la desconfianza, pero trabajando con los niños acabó ganándose a los padres. “Es lo mismo que cuando trabajas aquí de voluntaria en una prisión”, dice como si todo el mundo lo hiciera de vez en cuando. Durante el curso siguiente creó un proyecto de cooperación para llevarse alumnos del instituto como voluntarios y decidió algo más: sus dos hijos de ocho y once años la acompañarían.

¿No le dio miedo llevar a sus críos a un lugar tan peligroso? “Para nada. Tú ves aquello con tus parámetros. En seguida te impresiona la miseria, la gente armada, oyes tiros por la noche y sabes que hay muchísima prostitución, un drama. Sin embargo, mi sorpresa cuando me llevé a los críos fue ver aquello a través de sus ojos. Para ellos, aquel barrio miserable eran niños jugando por la calle, música por todas partes, bullicio. Su visión era mucho menos ingenua que la mía. Desde aquí se presume que son barrios que hay que cambiar porque no nos damos cuenta de que tienen otra clase de riqueza que nosotros hemos perdido”.

Lejos de los tópicos

Durante los años siguientes expandió su actividad a África. Hasta el año pasado, pasaba julio en Santo Domingo y agosto en Senegal, donde una monja amiga suya la ayudó a echar raíces. Sin embargo, con el tiempo, encontró un camino distinto al de las misioneras. Para Gloria no existe una distancia material ni espirtual. Lejos de los tópicos del misonariado asociados a la Madre Teresa de Calcuta, lejos de la piedad, Gloria entendió que la verdadera cooperación es una ayuda mutua, y que por lo tanto había que establecer una relación de igual a igual.

Explica que los africanos tienen muy mal concepto de los blancos precisamente por esto. “El turismo blanco deja dinero, pero la cooperación suele ser invasiva y petulante. Hay muchos voluntarios que, con la mejor intención, trabajan desde la desigualdad. Blanco rico busca negro pobre para arreglarle todos los problemas. Si quieres encontrarte a ti mismo, allí no tienes nada que hacer. Si estás allá ha de ser porque los admiras”. Y explica que su ONG se reúne una vez al mes en España sólo para debatir esto: ¿qué significa realmente estar allí? ¿Es moral? ¿Quién importa, el cooperante o quien se supone que recibe su ayuda?

Tenemos que enseñarles que admiramos su cultura. Están acostumbrados a que les impongamos la nuestra

¿Y cómo se hace? “Tienes que convencerles de que vamos a trabajar juntos. Yo me centro en los jóvenes, que tienen la energía y la influencia para mejorar su sociedad. Pero lo primero que tenemos que enseñarles los occidentales es que admiramos su cultura y su forma de vida. Están acostumbrados a que les impongamos condescendientemente la nuestra. Para ir allí a decirles “lo hago mejor que tú”, mejor me quedo en casa. Yo no sé sacar agua de un pozo, ni bajar la fruta de un árbol. ¿Qué les voy a enseñar, cómo se coge el metro?”

Por supuesto, hay un choque de valores que Gloria no trata de ocultar. En la aldea de Senegal donde desarrolla su proyecto, existe la poligamia y la sociedad se rige según el clan. ¿Cómo juega entonces sus cartas? “El hombre que me lleva en coche, Salif Mane, es hijo de la tercera mujer de un rey. Cuando su pareja se quedó embarazada, el padre no quiso que se casaran. Al crío se lo quedó él. Había que circuncidarlo y él no podía. Me admitieron en una reunión de su familia y me empeñé en llevar al crío en el hospital para que se hiciera bien, como si no hubieran circuncidado a todos los críos en la misma aldea”.

Más fe

Pese a las diferencias culturales, describe su relación con Salif como una amistad muy intensa. Con él ha vivido toda clase de aventuras, por ejemplo, la de quedar retenida en un control de carretera de Gambia. A la pregunta obvia de cómo se lo monta para entenderse con los senegaleses, responde que la barrera del idioma no existe y pone un ejemplo: “la primera conversación larga que tuvieron mis hijos fue para saber cómo se llamaba en Senegal el Avecrem, pero no había manera. Estuvieron una hora riéndose como locos. He descubierto que cuando dos personas quieren entenderse, la conversación es lo de menos”.

El resultado, tras doce años pasando así las vacaciones, es que Gloria está quedándose en tierra de nadie, ni allí ni aquí. Hasta su fe católica ha cambiado sustancialmente. “De alguna forma tengo más fe. Vives los milagros que se dan, y el primero es crear el vínculo. Ahora mismo tengo poco que ver con la Iglesia, aunque muchas religiosas que he conocido me han aportado mucho. Pero también me han aportado mucho los musulmanes. ¿Qué diferencia hay?”

El mayor esfuerzo que tengo que hacer es no ver nuestra sociedad como algo absurdo

Terminó el curso el 30 de junio, y el día 1 de julio ya iba camino de Senegal. “Descansar es dejar de hacer lo que te cansa, y a mí me cansa España. El mayor esfuerzo que tengo que hacer es no ver nuestra sociedad como algo absurdo. Luchamos con problemas que hemos creado nosotros. Allí es todo lo contrario”. Entonces, en su voluntariado, ¿hay algo de egoísmo? “Todo. A mí me gusta estar allí con ellos, aprender de ellos. La ayuda que les doy es material, echo una mano sin molestarles, tenemos un proyecto educativo y otro médico. Pero la ayuda que me dan ellos es inmaterial, y ya no puedo vivir sin esto”.

Durante toda la conversación, Gloria no ha dejado de sonreír. Ha cargado cada frase de entusiasmo. Se la notaba impaciente por irse. La ONG en la que trabaja, creada por un médico español residente en Etiopía, se llama Alegría Sin Fronteras.

Gloria Eguaras no es la típica profesora de matemáticas. Afable, ingeniosa y bajita, podría ser Mafalda cuarenta años después de que la dibujase Quino. Da clase en las Escolapias de Barcelona, pero lo que la hace verdaderamente especial es su forma de aprovechar las vacaciones de verano. Al empezar julio, no descansa, no se esparce en la playa ni se tira en el sofá con una novela barata, sino que hace las maletas y se va a trabajar “de verdad”.

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