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¿Encaja tu nombre con la cara que tienes? Esta es la mejor forma de saberlo
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¿Encaja tu nombre con la cara que tienes? Esta es la mejor forma de saberlo

Tendemos a asociar los rostros más redondeados con aquellos nombres que requieren un movimiento circular de la boca al pronunciarlo. Se le conoce como el efecto "bouba/kiki”

Foto: Definitivamente, este no es un Bob. (iStock)
Definitivamente, este no es un Bob. (iStock)

Seguro que alguna vez te han dicho que tienes cara de llamarte José, Gonzalo, MariCarmen o algún que otro nombre en las antípodas del propio. Semejante frase te deja estupefacto. ¿Qué le llevaría a decir algo así? Lo más probable es que lo achaquemos al ojo de buen cubero, a esa ley no escrita por la que todos los camareros de los bares de viejo han de llamarse Manolo o a los prejuicios propios de la clase social, esos que nos dicen que un Borja y un Jonathan nunca vivirían en el mismo barrio. Sin embargo, ahora un estudio científico les ha dado la razón. En efecto, hay nombres que concuerdan mejor que otros, todo depende del tipo de rostro.

El nombre que nos eligen (desde Pelayo hasta Lobo) determina nuestra vida mucho más de los que nos imaginamos. Por ejemplo, si suena como Bob o Lolo, o cualquiera que requiera un movimiento circular de la boca al pronunciarlo, y tienes una cara redonda, estás de enhorabuena: vas a llegar lejos en esta vida. Así lo asegura un estudio de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, publicado en 'Psychonomic Bulletin & Review'.

Los políticos ganan de media unos 10 puntos porcentuales cuando su nombre encaja a la perfección con la forma de su cara

La investigación, realizada por el profesor Jamin Halberstadt y su estudiante de doctorado David Barton, analiza lo que se conoce como el efecto “bouba/kiki”. Es decir, la tendencia humana a asociar objetos redondeados con nombres que se pronuncian redondeando la boca. Dicha hipótesis señala que más de un 95% de la gente elige el nombre “bouba” con la forma más redondeada, la de la derecha, y “kiki” con la puntiaguda, la de la izquierda. Aunque la teoría date del 2001, se basa en unos experimentos que llevó a cabo el psicólogo Wolfgang Köhler en 1929 en las Islas Canarias. En ese caso, el nombre puntiagudo era “takete” y “baluba” el contrario. El efecto funciona, por tanto, en varios idiomas. Además del inglés y el castellano, también se ha probado con el tamil, de la India.

Los científicos neozelandeses llevaron a cabo una serie de experimentos con un fin muy concreto: descubrir si los nombres se juzgan más favorablemente cuando “encajan” con la forma de la cara de quien lo posee. La primera prueba consistió en que los participantes clasificaran seis nombres en 20 fotografías con los rostros manipulados para marcar aún más sus rasgos. A las caras más redondas se les puso nombres como George o Lou (recordemos que el estudio se hizo en un país anglosajón) y a las más angulares, Pete o Kirk. En el segundo experimento, esta vez sin exagerar sus rasgos, los resultados fueron idénticos. Y un tercero descubrió que a los participantes les gustaba más una persona cuando su nombre coincidía con su rostro.

Las formas de la cara producen expectativas sobre los nombres y alimentan juicios sociales más complejos, incluyendo los votos

Probablemente ya te puedes imaginar a dónde se encamina esto. Barton y Halberstadt aplicaron sus inesperados resultados al mundo real. Por ello, calcularon el grado de sincronía rostro-nombre de 158 candidatos que se presentaron a las elecciones de 2016 para el Senado de EEUU. Los escogieron por pura conveniencia, ya que ya habían utilizado estos sujetos en anteriores estudios. Pues bien, los políticos ganaban de media unos 10 puntos porcentuales más cuando su nombre encajaba a la perfección con la forma de su cara.

Para que nos hagamos una idea, Jeremy Corbyn igualaría a Theresa May, pero Donald Trump ganaría con creces ante Hillary Clinton. ¿Encaja con la realidad? Os dejamos a vuestro criterio el duelo a escala nacional. “El hecho de que los candidatos con nombres que casaban bien tuvieron más votos nos sugiere la provocativa idea de que la relación entre la experiencia perceptual y corporal podría ser una fuente potente de sesgo en algunas circunstancias”, señala Barton.

“Las formas de la cara producen expectativas sobre los nombres. La transgresión de estas expectativas tiene implicaciones afectivas, que a su vez alimentan juicios sociales más complejos, incluyendo las decisiones de votación”, agrega Harlberstadt. Estamos seguros de que la próxima vez que te reten al ¿Quién es Quién? no habrá quien te gane: déjate llevar por tu intuición y estáte atento al movimiento de tu boca cuando pronuncies sus nombres.

Seguro que alguna vez te han dicho que tienes cara de llamarte José, Gonzalo, MariCarmen o algún que otro nombre en las antípodas del propio. Semejante frase te deja estupefacto. ¿Qué le llevaría a decir algo así? Lo más probable es que lo achaquemos al ojo de buen cubero, a esa ley no escrita por la que todos los camareros de los bares de viejo han de llamarse Manolo o a los prejuicios propios de la clase social, esos que nos dicen que un Borja y un Jonathan nunca vivirían en el mismo barrio. Sin embargo, ahora un estudio científico les ha dado la razón. En efecto, hay nombres que concuerdan mejor que otros, todo depende del tipo de rostro.

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