"Matar es solo el 10%": las confesiones de un sicario de los cárteles de México
Arrepentido por los crímenes perpetrados, un asesino a sueldo de la organización criminal de los Arellano Félix desvela en un nuevo libro cómo era su trabajo desde dentro
“Cuando decidí entrar en el cártel de Tijuana como sicario, no me importó que el precio de vivir como un rey fuera matar a otras personas”. Quien pone voz a estas declaraciones es Martin Corona, un asesino que llegó a ser un respetado líder dentro de la organización criminal de los Arellano-Félix, enemigos acérrimos del Cártel de Sinaloa, liderado por el Chapo Guzmán.
Corona vive en la actualidad como un ciudadano corriente con pasaporte americano. Su historia dentro del mundo del crimen dio comienzo a la temprana edad de 12 años. Hijo de un marine, en una familia sin grandes dificultades económicas, Corona acabaría cayendo en las tentaciones de dinero, droga y mujeres que tales redes prometen a sus vasallos. Como sicario, los cometidos de sus misiones eran siempre los mismos: cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, matar a sus objetivos y retornar sano y salvo.
No tenía nada que me atara al mundo de los vivos. Rompí el contacto con mi familia. En cierto modo estaba ya muerto
En el año 2006, el principal líder del cártel, Javier Arellano-Félix fue detenido en una operación llevada a cabo por la agencia del Departamento de Justicia de los Estados Unidos dedicada a la lucha contra el narcotráfico (DEA). Corona jugó un papel decisivo en el declive del cártel de Juárez al confesar sus crímenes y proveer a los tribunales de evidencias contra los principales señores de la droga.
Junto al escritor e investigador del mundo de la mafia mexicana Tony Rafael, el exasesino presenta el próximo mes el libro: ‘Confessions of a Cartel Hit Man’ . Para el agente especial del departamento de Justicia Steve Duncan, quien firma el prólogo, Corona es el único homicida del cártel que se siente verdaderamente arrepentido. ¿Cómo se convierte una persona en un ser capaz de matar sin vacilaciones? En un artículo a Men’s Journal, Corona ofrece algunas pinceladas que intentar dar algunas respuestas a semejante pregunta.
Una vida destruida, un enemigo cosificado
“La competición en todos lados del negocio de las drogas se basaba en cuántos enemigos tienes que que matar antes de jubilarte”. Con una prosa carente de adornos, Corona cuenta cuáles eran las funciones de su cargo. Tras haber desempeñado otros oficios menores dentro del cártel, a los 30 años le llegaría su primera misión como sicario: “Yo era ahora la punta de lanza de una organización criminal internacional. En ese nivel se espera que actúes como todo un profesional”.
Intenta así dar una explicación a cómo una estructura familiar endeble puede conducir a que uno decida el camino de la autodestrucción: “No tenía nada que me atara al mundo de los vivos. Rompí la relación con mi padre y mis hermanos. No tenía contacto alguno con mi esposa ni con mis hijos. Era un fugitivo del sistema de justicia de California. No tenía nada de lo que preocuparme o por lo que vivir. En cierto modo estaba ya muerto”.
Cada gramo de cocaína que se vende en la calle está manchado de sangre
Frente a la soledad de una existencia como la suya aparecía la vida en los barrios exclusivos de Tijuana, perfectamente comparables a Bel-Air o Beverly Hills, donde los jueces, políticos y grandes fortunas conviven con los señores de la droga en perfecta indiferencia mutua.
Además de una familia rota, los asesinos necesitan estrategias mentales que les permitan disculpar sus actos. Para Corona su justificación personal se basaba en que “las personas que el cártel tenía entre sus objetivos no eran mejores o peores que nosotros. Eran solo adversarios”. Existe así una especie de competición fría en la que gana quien dispara primero: “Si la situación fuera al revés, quien tienes delante no va a titubear titubearía a la hora de disparar. Yo tampoco tenía dudas. Era un negocio muy feo, pero era, a fin de cuentas, un negocio”.
Las funciones de un asesino
Confesando lo que sucede entre las bambalinas del narcotráfico el antiguo sicario quiere de alguna manera remover la conciencia de quienes consumen drogas sin pensar en cómo las sustancias han acabado entre sus manos: “La sociedad estadounidense se engaña a sí misma cuando cree que la droga es un crimen sin víctimas. Cada bolsa de hierba o cada gramo de cocaína o heroína que se intercambia en la calles o en la fiesta posterior a los Oscar, está manchada de sangre. Buena parte de ella es sangre inocente. Otra mucha no lo es”.
A pesar de la creencia generalizada de que en Estados Unidos los cárteles no cometen asesinatos, Corona asegura que las órdenes de ejecución desde México eran continuas y las víctimas de las organizaciones de del Chapo y los Arellano se podían contar por millares allende la frontera.
Cuando salía del coche con un arma en la mano y con toda la atención concentrada en el enemigo sentía una enorme calma
El cártel de Tijuana, al igual que sus enemigos de Juárez, Sinaloa o Golfo, contaba además con una intrincada red ubicada en sitios estratégicos capaz de abastecer en cualquier momento de coches, casas, documentos, armas y soldados a los principales sicarios encargados de las misiones más complicadas.
El principal mérito de un sicario es el de actuar como el autentico cerebro que organiza la operación: “Los pandilleros son detenidos porque su única función es la de apretar el gatillo. Un asesino que hace honor a su título sabe que hacer eso es solo el 10% de su trabajo. La principal ocupación consiste en organizar y proyectar el momento en que pronuncias ‘¡oh, mierda! Y el plan se te cae”.
Con todo, la labor de acabar con la vida de alguien está bastante alejada de lo que aparece en las películas: “Lo creas o no, es complicado matar alguien con un solo disparo en un tiroteo. La única descarga absoluta y definitiva es la que se descerraja en la cabeza. Necesitas estar cerca y el objetivo tiene también que estar quieto para conseguir ese disparo”.
La percepción psicológica en las refriegas cambia la noción del espacio y el tiempo: “Desconozco lo que supone estar en un ejército en una guerra organizada. Pero cuando salía del coche con un arma automática en la mano, vestido con mi traje de batalla y con toda la atención concentrada en el enemigo, sentía una enorme calma. Era como si estuviera dentro de un túnel, pero al mismo tiempo era consciente de todo lo que me rodeaba en sus detalles más nimios”.
La narración del sicario parece, en definitiva, sacada de la ficción. Corona intenta rememorar sus sensaciones no desde su perspectiva actual de arrepentido, sino de cómo lo vivía cuando actuaba: “Haber hecho las cosas con precisión, no es algo de lo que me sienta hoy en día orgulloso. No obstante, en aquel momento sí lo estaba”.
“Cuando decidí entrar en el cártel de Tijuana como sicario, no me importó que el precio de vivir como un rey fuera matar a otras personas”. Quien pone voz a estas declaraciones es Martin Corona, un asesino que llegó a ser un respetado líder dentro de la organización criminal de los Arellano-Félix, enemigos acérrimos del Cártel de Sinaloa, liderado por el Chapo Guzmán.