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El punto oscuro de la infidelidad moderna: qué está pasando hoy en los matrimonios
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LOS LÍMITES DE LA COMUNICACIÓN

El punto oscuro de la infidelidad moderna: qué está pasando hoy en los matrimonios

La facilidad con la que podemos ponernos en contacto con otras personas sin que nadie más se entere ha abierto la puerta a una intimidad que puede ser letal

Foto: El móvil, nuestro refugio más habitual. (iStock)
El móvil, nuestro refugio más habitual. (iStock)

Una de las conversaciones de sobremesa más habituales es la que intenta dilucidar qué es una infidelidad y qué no. Por lo general, se llega a un acuerdo tácito por el cual todo contacto físico de índole sexual se considera claramente como un comportamiento injusto con la pareja (aunque no siempre, que hay gente para todo). Más difícil resulta ponerse de acuerdo en la llamada “infidelidad emocional”, que en muchos casos se traduce simplemente en una fascinación platónica. Hay quien nunca lo considerará infidelidad, pero para otras tantas personas, es aún más perniciosa que la física, puesto que afecta al estrato más íntimo del ser humano.

Las nuevas formas de comunicación han complicado mucho más las cosas. Una encuesta llamada 'Second Annual State of Dating in America' publicada hace apenas tres años ponía de manifiesto la gran variedad de criterios que existen sobre este tema, especialmente en lo que atañe a las diferencias entre hombres y mujeres: si el 92% de ellas consideraba que hacer el amor repetidamente con otra persona es ser infiel, el porcentaje descendía hasta el 86% en el caso de los hombres. En todos los casos, ellos tenían el listón más bajo.

La palabra “Facebook” aparece en el 75% de casos de divorcio en los que hay una tercera persona en la relación

Entre todos los datos había uno que llama especialmente la atención, porque es el que nos interesa en el caso que nos ocupa: ¿flirtear con otra persona a través de las redes sociales o servicios de mensajería instantánea como WhatsApp se puede considerar una infidelidad? Los resultados son reveladores. Mientras que el 68% de las mujeres cree que sí, el porcentaje, una vez más, desciende sensiblemente en el caso de los hombres. En definitiva, hay una clara diferencia de criterio, especialmente a la hora de trazar el límite.

Esta se encuentra detrás de muchos de los divorcios que se producen hoy en día, como explica el doctor Zack Carter, experto en comunicación y terapia familiar, en 'Psychology Today'. Como recuerda a propósito de un estudio publicado en la revista 'Cyberpsychology', la palabra “Facebook”, uno de los medios donde más habitual es por su facilidad esta clase de comunicación, aparece en el 75% de los casos de divorcio en los que se ha producido una infidelidad con el sexo opuesto. Carter conoce bien el caso, puesto que acaba de publicar una investigación sobre el tema en el 'Journal of Divorce and Remarriage'.

La falsa seguridad

Carter explica cómo se ha acostumbrado a ver parejas en las que uno de los miembros de la pareja (habitualmente, el hombre) ha entablado una relación amorosa con una tercera persona a través de esta clase de tecnología. El problema se encuentra en la “falsa seguridad” que caracteriza estas comunicaciones, y que provoca que aquello que nunca se diría cara a cara a una persona del sexo contrario se comunique por texto. Lo que provoca que “se divulgue información personal y vulnerable que de otra manera no habría sido revelada”.

Quejarse de la vida sexual en el matrimonio es uno de los temas de conversación preferidos de estos infieles 'light'

Se trata de uno de los errores de percepción más habituales, puesto que conduce a una peculiar conexión emocional con terceras personas mientras pensamos que no se trata más que de palabras y números en una pantalla. Pero no es así, sino que sus efectos pueden ser los mismos que si quedásemos con esa persona en una cafetería o un bar para quejarnos de nuestra vida sexual (uno de los temas preferidos por estos infieles 'light', según el terapeuta). La primera razón por la que proliferan estos contactos es porque “hay una ilusión de que no se producen 'consecuencias en el mundo real' cuando vivimos y nos comunicamos de forma online”.

Esta percepción tiene una consecuencia clara: puesto que pensamos que se trata de un juego que afecta tanto a la realidad como una partida de 'Fifa' al resultado de la final de la Champions League, es una buena manera de justificar todos aquellos excesos que no serían admisibles si la comunicación se llevase a cabo en persona. En muchos casos, se trata de un intento de compensar aquello que se percibe como una situación injusta. Por ejemplo, cuando se piensa “mi mujer no me da lo que quiero en la cama, así que hablar de temas sexuales en Facebook con mi compañera satisface esa necesidad”.

Uno de los conceptos más recurrentes en la psicología de las redes sociales es el de FOMO ('fear of missing out'), la ansiedad que sentimos cuando vemos, por ejemplo, las fotografías subidas por los demás a una red social, que nos hacen desear esto que estamos viendo. Algo semejante ocurre en la mente de estos infieles virtuales cuando flirtean con su entorno, que gracias a la accesibilidad de la red, siempre es cercano: debido a que en redes mostramos nuestro lado más agradable, es fácil caer prendados por esa vida que las imágenes de perfil y las actualizaciones de estado prometen.

El último gran problema es que todo el mundo ya lo hace hoy en día; o, al menos, eso piensa el infiel. Aquí es muy difícil trazar una línea clara: todos hablamos con personas de todo tipo, edad y condición en redes sociales, muchas de ellas del sexo contrario, así que ¿por qué nosotros no? Debido a que el contenido de dichas conversaciones es privado –ni siquiera es posible saber si está teniendo lugar, algo que no ocurriría con una cita en un lugar público–, sospechamos que los demás hacen lo mismo que nosotros nosotros. “Y sus matrimonios parecen funcionar bien”, añade Carter.

Una solución un tanto expeditiva

Este problema tiene una respuesta, en apariencia, sencilla: comprender que las conversaciones virtuales tienen efecto en el mundo real, al igual que las que se llevan a cabo en persona, y que por lo tanto, debemos controlarnos si lo que de verdad deseamos es no hacer daño a la persona con la que estamos. Si tal cosa no es posible, el terapeuta propone soluciones un tanto más expeditivas, como crear límites externos a nuestro comportamiento compulsivo.

Piensa que escribir un mensaje es como estar en una habitación cerrada con llave a solas con alguien

Por ejemplo, comunicarse a través de llamadas de voz y no de mensajes. Puede parecer un tanto radical, pero Carter anima a todos aquellos que crean que pueden incurrir en un comportamiento indeseado utilizar esta vía, puesto que les ayuda a ser más conscientes de aquello que están diciendo y, sobre todo, a sortear la intimidad asociada con la comunicación por texto. “Piensa que escribir un mensaje es como estar en una habitación cerrada con llave a solas con alguien”, ejemplifica el autor.

En la mayoría de casos que el terapeuta ha conocido, no es el miembro de la pareja que flirtea con otra persona quien abandona su matrimonio, sino aquel que no ha hecho nada y se siente víctima de la situación. Lo que ocurre es que la esposa o el marido llegan a intimar de tal manera con una tercera persona que terminan despreocupándose por su relación e, incluso en el caso de que este nuevo romance no llegue a ningún sitio, les cuesta recuperar el sentimiento original por su pareja. Mejor prevenir que curar, sugiere Carter, que avisa que esa desconexión puede empezar incluso antes de entablar conversación con otra persona, “simplemente curioseando las fotografías de Instagram para saciar sus deseos y fantasías visuales”.

Una de las conversaciones de sobremesa más habituales es la que intenta dilucidar qué es una infidelidad y qué no. Por lo general, se llega a un acuerdo tácito por el cual todo contacto físico de índole sexual se considera claramente como un comportamiento injusto con la pareja (aunque no siempre, que hay gente para todo). Más difícil resulta ponerse de acuerdo en la llamada “infidelidad emocional”, que en muchos casos se traduce simplemente en una fascinación platónica. Hay quien nunca lo considerará infidelidad, pero para otras tantas personas, es aún más perniciosa que la física, puesto que afecta al estrato más íntimo del ser humano.

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