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Por qué en Japón ya no hay crímenes y a qué se dedica la policía ahora
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Por qué en Japón ya no hay crímenes y a qué se dedica la policía ahora

Con los años, los homicidios se han convertido en una rareza en el país nipón: en todo 2015 tan solo fue registrado un asesinato por arma de fuego

Foto: Policías japoneses en la capital, Tokio. (Reuters)
Policías japoneses en la capital, Tokio. (Reuters)

La operación policial duró una semana, pero al final acabó mereciendo la pena. Los infatigables agentes de la ciudad de Kagoshima, al sur de Japón, hicieron guardia día y noche cerca de un coche con las puertas abiertas. Estaba aparcado frente a un supermercado y contenía una caja de cerveza de malta. Finalmente, un hombre de mediana edad que pasaba por ahí decidió llevárselas. Al instante, cinco policías se abalanzaron contra el malhechor y atraparon a uno de los pocos infractores de la ley que quedan en la ciudad.

La escena la relata 'The Economist' y describe a la perfección lo que implica ser uno de los países más seguros del mundo. Con los años, el crimen se ha convertido en una rareza en Japón. La tasa de homicidios ha ido disminuyendo desde la década de los 50 hasta llegar a los 0,3 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Para que nos hagamos una idea, la de España es algo más del doble (0,63) y la de Estados Unidos, 13 veces más alta. Que en todo el año 2015 tan solo fuese registrado un asesinato por arma de fuego es para estar de enhorabuena.

Cinco oficiales se presentaron en la casa de una mujer tras denunciar que le faltaban las zapatillas que había dejado secando en el tendedero

Pese a que nunca se había respirado tanta paz, el número de policías no ha parado de aumentar: 15.000 más que hace una década, cuando los índices de criminalidad eran mucho más altos. En total, son alrededor de 260.000 policías uniformados, conocidos coloquialmente como omawari-san, los que patrullan las calles japonesas. La proporción de oficiales es especialmente acusada en Tokio, donde trabaja la mayor policía metropolitana del mundo.

A la caza del crimen

Esto se traduce en un interés agudo por los crímenes que son considerados demasiado pequeños para investigar en otros lugares, como pueden ser el robo de bicicletas o la posesión de cantidades reducidas de droga. 'The Japan Times' señaló que los agentes de narcóticos se dedican a arrestar a personas de remotas zonas rurales que consumen pequeñas dosis de drogas en la intimidad de sus casas.

La criminalidad casi ha desaparecido no por la policía, sino por la cultura y el control enraizados en la sociedad

“Como la policía se está quedando sin cosas que hacer, se está volviendo más creativa sobre qué cosas constituyen un crimen”, asegura a la revista británica Kanako Takayama, de la Universidad de Kioto. Entre los casos más llamativos, encontramos innumerables ciclistas multados por cruzar un semáforo en rojo o el anciano que fue arrestado por dibujar bigotes a lo Hitler en los carteles electorales del primer ministro, Shinzo Abe. Asimismo, también tuvo especial relevancia el caso de los cinco oficiales que se presentaron en el apartamento de una mujer después de que ella denunciara que le faltaban las zapatillas que había dejado secando en el tendedero.

Sin embargo, a pesar de la baja criminalidad y la gran cantidad de agentes, las estadísticas indican que apenas se resuelven el 30% de las denuncias. Una vez más, el caso del ladrón de cervezas de Kagoshima sirve para representar la situación: después de una semana de trabajo de al menos cinco agentes, el caso fue desestimado. Según el abogado Yoshihiro Yasuda, la criminalidad casi ha desaparecido de Japón no por la buena actuación policial, sino por la cultura enraizada en la sociedad y el control que se impone a sí misma.

¿Cómo lo ha conseguido?

Un párrafo de estudio de las Naciones Unidas nos da una respuesta concisa a todos los factores que podrían influir en la mejora de la seguridad en Japón:

“La tasa de homicidios del país se asocia con una sociedad estable y próspera con baja desigualdad y altos niveles de desarrollo. Los jóvenes japoneses solo cometen una décima parte de los homicidios cometidos por sus predecesores en 1955, y la distribución por edad y sexo de las víctimas tiende a ser uniforme en todo los grupos de edad. Esto se atribuye, entre otros factores, a los niveles extremadamente bajos de posesión de armas (1 por cada 175 hogares), la eficacia de su sistema judicial (según datos policiales, el 98% de los casos de homicidio están resueltos), el rechazo de la violencia tras la Segunda Guerra Mundial y el crecimiento de la opulencia sin las concentraciones de pobreza asociadas a muchos países desarrollados”.

También podría argumentarse que la cultura comunal de Japón -en la que conceptos como el honor y la honestidad siguen teniendo relevancia social- reduce la delincuencia, así como las tasas de homicidio, agresión y desorden público. Culturalmente, enfadarse en el país nipón se considera inaceptable, algo que solo los niños pueden hacer. Tampoco están bien vistas las drogas, por lo que su consumo es casi inexistente.

La Yakuza, de capa caída

Asimismo, mucho tiene que ver los malos tiempos que vive el crimen organizado en el país nipón. 'The Japan Times' recoge el caso de dos gansters de la Yakuza como una señal clara de su decadencia: fueron arrestados por haber robado comida en un supermercado. En concreto, sandía, arroz, anguila y platos preparados. Uno de los miembros le dijo a la policía que “el grupo es tan pobre” que dependen del hurto para alimentarse.

No obstante, pese al descenso acusado de los homidicios, desde 1945, masacres como la del año pasado, en la que murieron 19 personas en el centro de discapacitados de la ciudad de Sagamihara, suelen ocurrir una vez por década. Un denominador común de los criminales es que están socialmente aislados, a menudo sufren una enfermedad mental no tratada o los efectos del abuso emocional o físico.

La operación policial duró una semana, pero al final acabó mereciendo la pena. Los infatigables agentes de la ciudad de Kagoshima, al sur de Japón, hicieron guardia día y noche cerca de un coche con las puertas abiertas. Estaba aparcado frente a un supermercado y contenía una caja de cerveza de malta. Finalmente, un hombre de mediana edad que pasaba por ahí decidió llevárselas. Al instante, cinco policías se abalanzaron contra el malhechor y atraparon a uno de los pocos infractores de la ley que quedan en la ciudad.

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