El error que cometes y que hace que tus hijos sean unos malcriados
Es muy difícil conseguir al mismo tiempo que nuestros hijos confíen en nosotros y sean responsables. Para lograr este objetivo, hay algo que no se debe hacer jamás
De entre todo lo que atormenta a los padres primerizos, desde lo material hasta lo relacionado con la educación pasando por lo psicológico, quizá no hay nada más preocupante que lo siguiente: ¿cómo conseguimos no malcriar a nuestros hijos? Es caminar sobre la cuerda floja, puesto que el equilibrio entre proveer a nuestros descendientes con todo lo que necesitan materialmente, apoyarles emocionalmente y hacer que se sientan seguros pero que al mismo tiempo no piensen que el universo gira en torno a ellos es delicado.
No hay receta infalible, obviamente, pero nunca viene de más escuchar lo que tienen que decir los especialistas sobre esta cuestión tan peliaguda, sobre todo teniendo en cuenta que cada vez más (supuestos) adultos se comportan como niños malcriados. Por ejemplo, Hal Runkel, terapeuta familiar y autor de 'Choose Your Own Adulthood: a Small Book about the Small Choices that Make the Biggest Difference' (Greenleaf Book Group), un manual para millennials que intenta guiarles a la hora de tomar las decisiones que determinarán su futuro.
Cuando dices 'como hagas eso otra vez te lo voy a quitar' y no se lo quitas, estás malcriando a tu hijo
Su carácter, no obstante, se ha forjado mucho tiempo atrás, y el resultado está tremendamente influido por la actitud de sus padres hacia ellos. En opinión de Runkel, hay algo que nunca debería hacerse con un hijo: mentirle. En concreto, a la hora de que entiendan cómo funciona el mundo y de qué manera toda acción tiene sus consecuencias. Lo confiesa a 'Business Insider': “lo que malcría a los niños es no dejarles que prueben las consecuencias naturales de sus errores”. Como el dicho español de “aprende a base de golpes”, pero con una sustancial diferencia.
“Cuando damos la impresión de que sus decisiones no tienen consecuencias lógicas y naturales y los rescatamos de ellas, o cuando decimos 'como hagas eso otra vez te lo voy a quitar' y no se lo quitas, estás malcriando a tu hijo”, explica el escritor. Nada peor que amenazar y no cumplir o no ser capaces de trazar límites reales al comportamiento de los niños, sobre todo si estos han sido advertidos con antelación. ¿Por qué? Porque es una sutil forma de sugerir que da igual lo que haga, ya que sus actos no tienen nunca consecuencias negativas y, por lo tanto, no debe responsabilizarse de ellos.
El complicado equilibrio
Así pues, no se trata tan solo de dejar que el pequeño se estrelle con sus malas decisiones –por ejemplo, dejando que pida lo que quiera en un restaurante aunque en realidad no le vaya a gustar–, sino de que aprenda a afrontar las consecuencias de sus decisiones. Sobre todo, porque los padres muy pronto dejarán de ser esos facilitadores mágicos que impiden que los actos de los niños tengan consecuencias negativas para ellos. Desde luego, no debería ser así ni en el colegio, en la universidad o en el trabajo (¿alguien se imagina a un jefe poniendo límites a sus trabajadores y que estos sistemáticamente los traspasasen sin ninguna consecuencia?), pero tampoco en las relaciones personales o amorosas.
No darles responsabilidad es admitir que da igual lo que hagan, puesto que siempre estarán sus padres ahí para salvarles
Por si no queda clara la tesis de Runkel, este proporciona un par de ejemplos. En primer lugar, pide al lector que imagine que damos un juguete a nuestro hijo y que este se dedica a pegar a su hermana con él. No hace falta ni siquiera avisar; si no somos capaces de quitarle el juguete, es que estamos malcriando al pequeño, puesto que debemos hacerle entender que está haciendo es algo incorrecto. Así que nada de la mentalidad de “que se peguen entre ellos” que supuestamente endurece el carácter y en la cual se termina malcriando a los fuertes y convirtiendo en víctimas inseguras a los débiles.
Otro ejemplo: levantar tú mismo a tus hijos cuando ya se les ha dicho que deben responsabilizarse de sus horarios y, por lo tanto, deben poner la alarma del despertador para que suene cuando sea indicado. Si hemos transferido a ellos esa responsabilidad, funcionar como red de seguridad –no es gravísimo que se queden dormidos; no te preocupes, sobrevivirán– solo servirá para transmitir un mensaje: da igual lo que hagas, lo que digas o lo que pienses, puesto que siempre estaremos aquí para salvarte. Y es mentira.
Lo opuesto
Para los padres que sigan buscando un punto de equilibrio entre la permisividad y la rectitud, pueden ser de ayuda las opiniones de algunos hijos de multimillonarios sobre cómo sus padres han conseguido que no sean unos caprichosos. Por ejemplo, Peter Buffett, el hijo de Warren, recordaba en 'Forbes' que su padre, a pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo, no acumulaba bienes materiales ni presumía de su patrimonio. Predicar con el ejemplo es sencial.
Como explicaba Ron Lieber, columnista de economía de 'The New York Times' y autor de 'The Opposite of Spoiled' (Harpercollins Publishers) una guía para criar “hijos generosos y hábiles con el dinero”, animaba a que los niños tomasen sus propias decisiones –en este caso, económicas– desde que fuesen pequeños. “Dejarles cometer errores (incluso espectaculares) es una buena estategia, porque así aprenden y no se equivocan cuando tienen 24 años, lo que puede ser letal para su capacidad crediticia”. Todo acto tiene sus consecuencias, y mejor que estas sean leves y poco dañinas mientras aún estamos a tiempo.
De entre todo lo que atormenta a los padres primerizos, desde lo material hasta lo relacionado con la educación pasando por lo psicológico, quizá no hay nada más preocupante que lo siguiente: ¿cómo conseguimos no malcriar a nuestros hijos? Es caminar sobre la cuerda floja, puesto que el equilibrio entre proveer a nuestros descendientes con todo lo que necesitan materialmente, apoyarles emocionalmente y hacer que se sientan seguros pero que al mismo tiempo no piensen que el universo gira en torno a ellos es delicado.