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Morir a dos pasos de la residencia: última aventura de los mayores desaparecidos
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las organizaciones piden medidas urgentes

Morir a dos pasos de la residencia: última aventura de los mayores desaparecidos

Cada año, decenas de ancianos se desorientan y acaban perdidos. Más de la mitad no vuelve a aparecer con vida. El Imserso estudia un plan de choque para combatir el problema

Foto: Iván posa con un álbum de fotos en el que aparece su padre Saturnino. (Carmen Castellón)
Iván posa con un álbum de fotos en el que aparece su padre Saturnino. (Carmen Castellón)

Iván Garzas todavía no ha querido visitar el lugar donde el pasado 6 de marzo encontraron semimomificado a su padre. El cuerpo estaba detrás de un pequeño montículo, en un encinar de Las Rozas (Madrid), a dos kilómetros y 200 metros en línea recta de la residencia de la que escapó dos meses y pico antes.

Saturnino Garzas tenía 67 años la tarde del 26 de diciembre cuando, después de varios intentos, consiguió zafarse de la vigilancia del geriátrico Los Peñascales (Torrelodones). Su huida no dejó rastro, pero tuvo que cruzar la autopista de La Coruña por un túnel e internarse entre los árboles. Tenía párkinson, alzhéimer y una movilidad muy reducida. “Le daban como rachas de energía. Seguramente caminó hasta que se tropezó y ya no pudo levantarse”, dice su hijo.

Las organizaciones de desaparecidos en España documentan un caso como el de Saturnino cada semana: ancianos que se pierden, desorientados, y que son localizados sin vida días o meses después, casi siempre en el campo. “Solo podemos contar los que nos reportan directamente a nosotros, cerca de medio centenar al año, pero estamos seguros de que son una minoría del total. No me gusta especular, pero la cifra real tiene que ser dos o tres veces mayor. Es un drama que va en aumento porque cada vez hay más personas mayores en España y más casos de alzhéimer”, comenta Paco Lobatón, presidente de la Fundación QSD.

Dentro del universo de los desaparecidos, el de los mayores es el segmento de mayor riesgo. Joaquín Amills, presidente de SOS Desaparecidos, recuerda de memoria los números. Su organización, dice, activó 94 búsquedas de personas con más de 70 años en 2015 (un 21% del total). Menos de la mitad (43) fueron encontrados con vida. El resto aparecieron muertos (43) o siguen en paradero desconocido (8).

“Lo más triste es que el de los mayores es el único sector en el que la solución es sencilla. Necesitamos más concienciación y un protoloco unificado de búsqueda. A veces las sirenas y las luces los asustan más, por ejemplo. Y si las personas con más riesgo llevasen geolocalizadores, los encontraríamos inmediatamente. Hay que actuar muy rápido. Muchos mueren a las pocas horas de desaparecer porque necesitan medicamentos", dice.

Tomar conciencia del problema es tan importante como dedeicar recursos tecnológicos. Saturnino Garzas, de hecho, tenía asignado un geolocalizador en el cinturón, costeado por un programa de Cruz Roja. “Pero en la residencia nos dijeron que no hacía falta. Se lo llevamos hasta tres veces, pero insistieron en que no era necesario porque de allí no se podía escapar”, dice Iván, que está esperando a recibir el cuerpo y el informe forense para demandar a Los Peñascales.

Es un escándalo que los ancianos estén muriendo como perros abandonados en las calles

Lobatón asegura que la tecnología necesaria para tenerlos localizados 24 horas no es para nada cara, pero muchas familias ni siquiera la conocen. “Los dispositivos más baratos cuestan 50 euros. Deberían ser accesibles para todo el mundo. Y si las familias no llegan, que se pongan en marcha programas de ayuda. Es un escándalo que estén muriendo como perros abandonados en las calles, en cunetas, en zanjas, víctimas del frío, del calor, de la deshidratación y el descuido social. Hay que levantar una voz muy alta”.

La Fundación QSD ha elaborado un plan de emergencia que presentó el pasado 7 de marzo ante la dirección general del Imserso y que podría concretarse en fechas próximas. Además de asignar recursos económicos a la geolocalización de la población con mayor riesgo (a los 1,2 millones de personas con alzhéimer en España), proponen una campaña de sensibilización para familias y residencias.

“Los neurólogos insisten en lo rápido que puede cambiar la situación de un mayor. Los familiares están tranquilos porque los ven relativamente bien, capaces de moverse por su barrio o su pueblo, pero luego, de pronto, se desorientan y desaparecen. Puede ser un proceso muy rápido, de un día para otro”, dice.

Francisco Soto, 67 años, desapareció en Nijar (Almería) el jueves 18 de mayo. “Tiene párkinson y estuvo todo el día fatal, lo hemos visto por las cámaras”, comenta su hija Esther, que enumera los detalles con la precisión de un informe policial. “A las 20:00 se lo llevaron a la habitación en silla de ruedas y lo acostaron con un pañal y una camiseta interior. A las 20:40 salió con el pañal en la mano y un bote de crema. Pidió un masaje en las piernas, pero cuando llegó la enfermera, ya se había ido”.

Su cama está situada frente a una puerta del patio, en un ángulo muerto para las cámaras. El personal de la residencia tardó un rato en entender que había saltado el muro, ayudándose de unas sillas de plástico. “Lo intentó primero con una de mimbre y se le rompió. De hecho, al otro lado del muro había tres gotas de sangre y un poquito más adelante, otras tres. Cuando llegamos ya estaba la Guardia Civil, pero dicen que los perros pierden el rastro en un polígono”. La familia por ahora se agarra al testimonio de un pastor, que asegura que saludó a Francisco con vida, que estaba sentado en una piedra y que después se fue caminando por el campo. “Le gustaba mucho hacer dedo para irse al hospital. Se le daba muy bien. Quizás es eso lo que ocurrió”, razona su hija.

A Juan Bautista Cervetto, de 73 años, lo encontraron gracias a las redes sociales, donde el mensaje se compartió 15.000 veces

Precisamente en un hospital de Alicante encontraron a Juan Bautista Cervetto, de 73 años, un día después de su desaparición. Juanjo, su hijo, recuerda que “tiene demencia frontotemporal, prima hermana del alzhéimer. Salió a comprar un anzuelo para pescar un pantalón que se nos había caído al entresuelo. Dedujimos que simplemente se tropezó y se pegó un golpe fuerte en la frente. Se lo llevaron en ambulancia y no se acordaba de su número de teléfono, así que no me llamó nadie”. Al final lo encontraron gracias a las redes sociales, donde el mensaje se compartió 15.000 veces. “Me empezaron a llegar mensajes. Primero me avisó un conocido y luego las enfermeras que le pusieron los puntos. Al final fue solo un susto, pero pasamos un día terrible”.

Los que no me ayudaron fueron los de la residencia y la Comunidad de Madrid, que nos dejó tirados

Las primeras horas resultan vitales. Iván Garzas cree que con un protocolo más engrasado su padre se podría haber salvado. La búsqueda fue en vano. “Hice lo que pude aunque, a partir de los primeros días, sabía que no lo íbamos a encontrar con vida”. Pasó un mes largo sin ir a trabajar, trillando los alrededores de la residencia con la ayuda de voluntarios y de la Guardia Civil, en batidas multitudinarias que acababan al caer la noche. “Ya conocía cada piedra del arroyo, cada camino. De hecho, pasé con el perro a 300 metros de donde lo encontraron. Se volcó todo el mundo, uno de los guardias civiles venía hasta en sus días libres. Los únicos que no me ayudaron fueron los de la residencia y la Comunidad de Madrid, que nos dejó tirados”.

Gran parte de las residencias geriátricas españolas se encuentran en las afueras y cuando los ancianos se escapan es difícil que encuentren ayuda. El verano pasado, María (82 años) salió a dar un paseo por una zona que conocía hasta que tropezó y cayó rodando por un terraplén. Incapaz de volver al camino, se echó a andar. Sobrevivió durante cinco días bebiendo agua de los charcos que iba encontrando, durmiendo acurrucada en los árboles y dosificando unos caramelos de miel y limón que llevaba en el bolso. Pudo contarlo porque la encontraron fortuitamente, hecha un ovillo en el suelo, en mitad del campo balear.

Miriam, hija de dos desaparecidos: "Tenemos teorías, pero no podemos acusar a nadie"

Por duro que sea, las familias dicen que encontrar el cuerpo, saber lo que ha pasado, suele constituir un alivio. Los familiares de Antonio Quesada (76 años) y Ana María Artiles (74) llevan cinco años esperando encontrar una pista. La última vez que alguien los vio estaban tomando algo en una churrería de su pueblo, en Guanarteme (Las Palmas). “Creemos que se los tuvo que llevar una tercera persona, aunque no sabemos el motivo. Tenemos teorías, pero no podemos acusar a nadie. La incertidumbre es lo peor: el no saber qué ha pasado con ellos, no saber si les han hecho algo terrible, si han sufrido. Hemos preguntado a todo el mundo, buscado en barrancos y cunetas. Pero no hay ni rastro”, dice su hija Miriam.

Iván Garzas dice que, tras el disgusto inicial, se sintió aliviado cuando encontraron el cadáver. “Supe que era él desde el principio porque llevaba unas zapatillas que le había comprado yo en Decathlon unos días antes”. Ahora está deseando que le entreguen el cuerpo para enterrarlo y cerrar el capítulo más doloroso de su vida. En la muñeca se ha tatuado una pulsera que le regaló Saturnino y la fecha en la que se escapó de Los Peñascales: 26-12-2016.

Iván Garzas todavía no ha querido visitar el lugar donde el pasado 6 de marzo encontraron semimomificado a su padre. El cuerpo estaba detrás de un pequeño montículo, en un encinar de Las Rozas (Madrid), a dos kilómetros y 200 metros en línea recta de la residencia de la que escapó dos meses y pico antes.

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