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El punto G masculino: todo lo que deberías saber sobre el centro del placer
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EL TABÚ ¿LLEGA A SU FIN?

El punto G masculino: todo lo que deberías saber sobre el centro del placer

Aunque esté rodeado por la leyenda, cada vez son más los que afirman haber alcanzado cotas de placer supremo acariciando esta región de su organismo

Foto: No, no estábamos hablando del cuello. (iStock)
No, no estábamos hablando del cuello. (iStock)

Culo veo, culo quiero, como se suele decir. O, expresado de otra forma, una vez se comenzó a hablar del punto G femenino, ese centro exacto de placer inigualable que, en teoría, permitiría a la mitad de la población que sale perdiendo en la división de tareas de la cama disfrutar por fin, el hombre también quiso subirse al carro. Sobre la existencia del punto G masculino se ha escrito o, mejor dicho, elucubrado mucho.

Desde un punto de vista médico, pero un tanto laxo (“vale, aceptamos pulpo como animal de compañía”), podemos considerar que sí. Las glándulas de Skene, que se encuentran en la pared anterior de la vagina alrededor del orificio externo de la uretra, son consideradas en ocasiones como el punto G femenino. Ya que en el año 2001 el Comité Internacional Federativo de Terminología Anatómica aceptó que estas glándulas podían ser consideradas como la “próstata femenina”, haciendo una sencilla regla de tres, llegaremos a la conclusión de que la próstata de los hombres sería su punto G… sobre todo teniendo en cuenta que es una de las zonas erógenas más potentes del organismo masculino.

Desde el año 1982 se popularizó el término “punto G” referido a las mujeres; pronto, los hombres empezaron a buscar el suyo propio

Así es. Si hay algún lugar que pueda considerarse el punto G masculino, esa es su próstata (hay quien se refiere a él como punto P). De ahí que el masaje prostático, aunque siga siendo tabú, se haya convertido en una socorrida herramienta para obtener o, mejor dicho, multiplicar (ellos no tienen tantos problemas para alcanzar el clímax) el placer masculino. A veces, de manera externa, a través del perineo –la zona que se encuentra entre el ano y los testículos–, pero de manera mucho más sencilla, a través de la penetración, que puede llevarse a cabo de muy distintas maneras, según gustos, inclinaciones o preferencias.

Foto: ¿Prescindir de los orgasmos más intensos de tu vida? Destapa tu lado más oculto y déjate de miedos. (iStock)

No cabe duda de que la mayor parte de discursos sobre el punto G participan de la mistificación de dicha zona. Lo aseguraba una investigación publicada en el 'American Journal of Obstetrics & Gynceology': desde su irrupción en el léxico sexual a principios de los años 80 en el libro 'The G Spot' se ha convertido en un concepto muy utilizado, a pesar de que la evidencia sobre su existencia no haya sido concluyente. Aún peor si se trata del masculino: hay que poner mucho de nuestra parte para creer en él. Pero no tanto para disfrutarlo, se llame como se llame.

La ruta hacia el orgasmo

Todo mito requiere de sus evangelistas. En este caso, las revistas y medios destinados a la sexualidad, al bienestar o al mero disfrute entre las sábanas. Escuchemos, entonces, las palabras de 'Cosmopolitan', clásico entre los clásicos: “La próstata de un tío –la glándula de tamaño de una nuez al lado de su vejiga– es el botón mágico definitivo que quieres pulsar si quieres que su cabeza explote en la cama”, explica el medio relanzado por Helen Gurley Brown.

Una recomendación habitual es comenzar a investigar los misterios del punto G por nuestra cuenta para conocer nuestros límites

El medio ofrece también una breve guía de cómo estimular este punto delicado: “Para excitarlo, ya sea a través del sexo oral o del coito, apoya dos dedos sobre la franja de piel que hay entre sus testículos y su ano”, explica el doctor Ian Kerner. “Ahí está la próstata”. Es el camino más fácil o, al menos, el que menos probabilidades tiene de ser recibido con un “¡ni se te ocurra!” si a una mujer se le ocurre intentarlo con otro hombre entre las sábanas. El resultado es que la excitación sea aún mayor y que “se intensifiquen las contracciones pélvicas, magnificando su orgasmo diez veces”. Puede ser que en lugar de diez sean once o nueve, nos gustaría aclarar. No es una ciencia exacta.

Veamos qué tienen que decir en 'AskMen' (“aprende a ser un mejor hombre” es su lema) sobre el tema. “Piensa en el cosquilleo que sientes en tu estómago cuando estás sorprendido, se levanta un poco de brisa o te asustas”, anima el articulista. “Estos cosquilleos proceden de un movimiento en tus terminaciones nerviosas, y cuando el objetivo es el punto G de tu cuerpo, estás ejerciendo presión en la parte más sensible”. Su consejo a la hora de explorar en nuestro cuerpo es ir con cuidado. ¿Hasta dónde? “Detrás de la pared anal en el lado de tu ombligo (entre dos y cuatro pulgadas desde el esfinter)”.

placeholder Ahí está para el que la quiera tocar. (iStock)
Ahí está para el que la quiera tocar. (iStock)

Una recomendación habitual es comenzar a investigar en los misterios del punto G por nuestra cuenta para conocer nuestros límites. Está al alcance de nuestra mano (valga la redundancia). Y parece ser que el tema da para mucho: hasta hay un libro sobre el tema titulado 'La guía definitiva para el placer de próstata' escrito por el doctor Charlie Glickman y Aislinn Emirzian, que promete “trucos útiles sobre masajes, posiciones, 'pegging', juguetes y más”. La utilización de juguetes y lubricante puede ser particularmente útil a la hora de experimentar nuevas sensaciones.

Experimentando con el deseo

Todo muy bonito, pero como sugiere un artículo sobre el tema recientemente publicado en 'The Guardian', durante mucho tiempo esta clase de prácticas han sido consideradas como tabú. Como recuerda el periodista y locutor Gareth McLean, “los traseros, meter cosas en ellos, y el placer derivado de tal actividad era considerado 'gay'”. Si no se ha explorado más esta vía de placer es porque era considerado algo propio y exclusivo de homosexuales. ¿Recuerdan la soez reafirmación de virilidad de Luis Aragonés? “No me cabe por el culo ni el pelo de una gamba”.

Como zona erógena, es puntuada por detrás de pene, labios, testículos, muslos, cuello y pezones. ¿Sigue siendo tabú?

Nuestra orientación sexual no está determinada por aquello que nos gusta hacer en la cama; es decir, que probemos otras vías no pone en duda ni nuestra heterosexualidad, ni virilidad, ni nada parecido. Por eso muchos hombres se han negado a admitir (o a rechazar) que obtienen placer sexual de la estimulación de la próstata o de dicha zona. “No olvidemos que no hace tanto tiempo que los hombres no solo se dejaban los calcetines puestos para hacer el amor sino que apenas se quitaban los pantalones”, recordaba el artículo.

La búsqueda del placer es completemente legítima. Y en ella no hay que olvidar otras zonas erógenas del hombre. Un estudio publicado en la revista 'Cortex' ya demostró que los cuerpos de hombres y mujeres mantienen un gran parecido en sus zonas erógenas, y que entre las zonas destacadas en el cuerpo masculino se encuentran el pene (puntuación de 9 sobre 10), los labios (7), los testículos (6,5), la parte interna de los muslos (5,8), el cuello (5,6), los pezones (4,8), el perineo (4,8), la nuca (4,5) y las orejas (4,3).

Foto: Las mujeres son más sensibles a las zonas erógenas, pero comparten con los hombres la gran mayoría de estas. (Corbis)

Los datos contradicen, en apariencia, lo que acabamos de ver, ya que tanto pezones como cuello o muslos parecen más determinantes. Sin embargo, el perineo es la única parte del cuerpo a la que los hombres le dan más importancia que las mujeres, lo que demuestra su carácter único en la anatomía masculina. Especialmente porque no suele encontrarse dentro de nuestro repertorio. sexual La compañía Durex afirma que “no todos los hombres disfrutan la estimulación de la próstata, pero merece la pena independientemente de tu sexualidad”. Y aunque puede que tengan cierto interés comercial en este mercado por explotar, nada se pierde “si se intenta de forma lenta, lubricada y segura”.

Culo veo, culo quiero, como se suele decir. O, expresado de otra forma, una vez se comenzó a hablar del punto G femenino, ese centro exacto de placer inigualable que, en teoría, permitiría a la mitad de la población que sale perdiendo en la división de tareas de la cama disfrutar por fin, el hombre también quiso subirse al carro. Sobre la existencia del punto G masculino se ha escrito o, mejor dicho, elucubrado mucho.

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