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Por qué se producen tantos atascos en las ciudades (y una buena solución)
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¿LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE DOS PUNTOS?

Por qué se producen tantos atascos en las ciudades (y una buena solución)

Aunque el diseño de una ciudad y sus vías de acceso tiene mucho que ver con la posibilidad de que el tráfico se paralice, nosotros no ponemos mucho de nuestra parte

Foto: Hay varias razones por las que estás aquí atrapado, y tienen que ver con tu inconsciente. (Efe/ Luca Piergiovanni)
Hay varias razones por las que estás aquí atrapado, y tienen que ver con tu inconsciente. (Efe/ Luca Piergiovanni)

Los atascos son problemas consustanciales a las grandes ciudades españolas, como bien saben los madrileños, los barceloneses o los valecianos… Pero también los habitantes de otros municipios de menos tamaño, como Cartagena, Las Rozas, Alicante o Vigo, que figuran en los primeros puestos del 'ranking' de ciudades con más tráfico. Esto no solo perjudica al conductor, estresado por la tardanza en llegar a su destino y por ver cómo la gasolina se esfuma sin avanzar apenas unos metros, sino que dispara los niveles de contaminación y, en resumidas cuentas, nos cuesta mucho dinero al año.

De ahí que cada vez sean más las investigaciones que se preocupan por encontrar soluciones a esta situación, sobre todo teniendo en cuenta que todo apunta a que las grandes ciudades seguirán creciendo hasta convertirse en megalópolis. Pero casi todas ellas parten de una premisa equivocada, como han descubierto dos investigadores del MIT y de la Universidad de Birmingham, Marta González y Antonio Lima, que exponen sus resultados en 'The Conversation': es falso que los conductores elijan siempre la ruta más rápida.

Apenas en la mitad de los casos la ruta preferida por los conductores es la óptima; estos son víctimas de sus sesgos cognitivos

Como exponen en su investigación 'Understanding Individual Routing Behavior', nada de eso. Tras analizar los resultados del GPS de miles de conductores que se desplazaban por cuatro diferentes ciudades europeas, descubrieron que apenas en la mitad de los casos la ruta preferida por los conductores era la más óptima. Es decir, preferían seguir su criterio que el de las aplicaciones de navegación que, en teoría, saben mejor que ellos cuál es la distancia más corta entre dos puntos.

Foto: Los barrios de la capital catalana, a vista de pájaro. (iStock)

No solo eso, sino que la mayoría de los conductores tenían, aparte de su ruta de todos los días, una alternativa. Cabría pensar que esta quizá sería más eficiente que su primera opción, pero tampoco es así. Su ruta alternativa tan solo era la más eficiente en un tercio de las ocasiones. La moraleja es clara: si tardamos tanto en llegar a nuestro lugar de destino, parte de la culpa es nuestra, no solo por elegir trayectos más largos, sino también, por preferir las más transitadas.

¿Por qué lo hacemos mal?

Para entender un poco mejor nuestro fallido comportamiento detrás del volante resulta revelador descubrir cuáles son las explicaciones psicológicas que se asocian a este fenómeno, y que se basan en investigaciones previas. La más importante quizá sea admitir que el placer es un factor importante a la hora de seleccionar nuestra ruta, no solo la cantidad de gasolina que consumimos o la simplicidad del recorrido.

A la hora de elegir entre una ruta y otra, que la primera parte del trayecto se realice en línea recta es decisivo

Esto quiere decir, como puso de manifiesto una investigación publicada en el 'Journal of Transport Geography', que las rutas suelen pasar por zonas emblemáticas, lo que provoca una distribución asimétrica del tráfico. Tiene lógica. ¿Quién preferiría, pasar su mañana en una de las callejuelas que rodea Gran Vía, donde los transeúntes apenas disponen de espacio para pasar, u observando la arquitectura de los edificios que conforman una de las principales arterias de la capital? Aquí entra en juego otro factor importante, y es que a la hora de orientarnos, estos puntos de referencia son útiles para situarnos en mitad del urbanismo irregular de muchos barrios españoles.

Otro condicionante es la simplicidad del recorrido, que atiende ante todo a que la primera parte se realice en línea recta, como descubrió una investigación publicada en 'Memory & Cognition'. Un ejemplo: si pensamos en cómo llegar desde Plaza de España hasta Cuatro Torres, ¿qué ruta escogería? Es probable que decida bajar hasta Cibeles y, desde ahí, subir la Castellana hasta llegar a su destino. O también es posible que elija el camino más corto, que le llevaría hasta Ciudad Universitaria, la Dehesa de la Villa, Sinesio Delgado y, de ahí, a las Torres, como se puede ver en el siguiente mapa. ¿Poco intuitivo? Nuestra predilección por los caminos cortos nos ha vuelto a jugar una mala pasada.

En otras palabras, nuestras preferencias personales se imponen por encima de la eficiencia; y en ello resulta determinante la familiaridad que mantenemos con determinadas rutas o nuestra confianza. De nuevo, la lógica de “más vale malo conocido...” se impone. Otra pregunta más: ¿qué preferiría, escoger una ruta que conoce al dedillo y que sabe exactamente cuánto le va llevar, incluso en el peor de los casos, o jugársela con otra que le han dicho que es más corta pero que no conoce bien y que, por lo tanto, le obligará a estar atento durante el trayecto?

No son las únicas variables inconscientes que influyen en nuestro comportamiento. Por ejemplo, también es más probable que decidamos tomar las rutas que conducen al sur que las que van hacia el norte, como señalaba otro estudio de 'Memory & Cognition'. ¿Por qué? Tan sencillo como que, tal y como señalaba Bárbol en 'El señor de los anillos', “parece que ir al sur es ir cuesta abajo”. Algo relacionado de forma estrecha con nuestro conocimiento espacial básico sobre arriba y abajo, pero que termina siendo decisivo en el tráfico de las ciudades.

Las posibles soluciones pasan por incentivar al conductor a tomar rutas alternativas o fomentar el uso de coche compartido

A la hora de modelizar todos los datos, los investigadores han creado una espiral, muy parecida a la que forman las líneas magnéticas entre dos polos, para entender cuál es la posibilidad de que un conductor se desvíe de la aparente línea recta que le lleva a su destino. Y, en consonancia con las argumentaciones anteriormente planteadas, parece ser que “en un entorno urbano, los conductores toman un desvío aproximadamente proporcional a la distancia entre su punto de inicio y el final”. Eso es lo máximo que alguien se va a separar de su camino; más allá de eso, tan solo se toman desvíos tan grandes en caso de que el viaje se realice en dos etapas.

Si la montaña no va a Mahoma...

¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para evitar que nuestro inconsciente nos lleve a todos a las rutas más transitadas? Debido a que es muy difícil cambiar la mentalidad de los alrededor de 15 millones de conductores que hay en España, puede resultar más práctico que las nuevas aplicaciones hagan por sí mismas los cálculos y que los envíen automáticamente por las vías más cortas. Lo sentimos, en dicho caso el conductor tendrá que dejar de confiar en su criterio –como hemos visto, menos acertado de lo que piensa– y más en el de los sistemas informáticos.

Puede ser una solución en un contexto en el que los atascos tienen un gran impacto en la salud personal y en la productividad del país. Como descubrió en su día la consultora suiza INFRAS, en colaboración con el Instituto alemán IWW, los costes de congestión suponen una importante cantidad económica. En España, en el año 2000, rondaban los 50.000 millones de euros. Si bien hay quien ha defendido la posibilidad de externalizar dichos costes, a nivel de transporte personal y urbano, una buena opción es incentivar los mecanismos que lleven a los conductores a elegir la ruta más eficiente o –la tendencia de futuro que se asoma tras la esquina– a optimizar los sistemas para compartir automóvil.

Los atascos son problemas consustanciales a las grandes ciudades españolas, como bien saben los madrileños, los barceloneses o los valecianos… Pero también los habitantes de otros municipios de menos tamaño, como Cartagena, Las Rozas, Alicante o Vigo, que figuran en los primeros puestos del 'ranking' de ciudades con más tráfico. Esto no solo perjudica al conductor, estresado por la tardanza en llegar a su destino y por ver cómo la gasolina se esfuma sin avanzar apenas unos metros, sino que dispara los niveles de contaminación y, en resumidas cuentas, nos cuesta mucho dinero al año.

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