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"La manera en la que tratamos a los refugiados nos genera mucha culpa"
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entrevista a cristina cerrada

"La manera en la que tratamos a los refugiados nos genera mucha culpa"

La autora aborda en su novela 'Europa' la faceta más íntima y familiar de las personas que, a causa de la guerra, se convierten en refugiados en un país hostil

Foto: La autora Cristina Cerrada. (Miguel Sola)
La autora Cristina Cerrada. (Miguel Sola)

Un pasado traumático, un presente hostil al que son incapaces de adaptarse y un futuro en el que el lastre del ayer sigue aún presente. Y duele. Cristina Cerrada narra en su nueva novela, 'Europa' (Ed. Seix Barral), las vidas de una familia marcada por el desarraigo, la violencia y el silencio. Son refugiados en un país extranjero. Huyen de una guerra anónima que no necesita nombre ni época, pues, como dice la autora, todas son parte de un mismo conflicto desgarrado y perenne.

Desde su formación como socióloga, Cerrada describe las diferencias entre personajes para afrontar el futuro. Un futuro sin certezas ni identidad, pero por el que merece la pena seguir adelante. Es el caso de Heda, la protagonista, que mira al dolor de frente y lucha, entre el recelo de los nacionales, la huelga de sus compatriotas y hasta un intento de violación, por volver a sentirse como la que era, por "volver a ser".

PREGUNTA. Europa es un continente, es política, una manera de tratar a los refugiados, pero, también, una pensión oscura y apartada en la que dos de los personajes se reúnen para practicar algo que intenta ser amor. ¿Qué relación tiene este lugar con la realidad política del territorio?

RESPUESTA. Es una alegoría clara de la coyuntura social, política y cultural. Allí tiene lugar algo que es dramático y no es nuevo. Europa ha sido y es una realidad de cruce de conflictos que se repiten, de religiones, culturas y tipos humanos que no siempre han cooperado y no siempre han logrado los resultados que se proponían. Como consecuencia de ello, no es ni un lugar ni un concepto que se acerque ni remotamente a la perfección ni a la eficacia. En este sentido, la pensión es otro no lugar. Es un sitio en el que de manera transitoria dos personajes (una refugiada y el dueño de los medios de producción) se reúnen de manera furtiva. Pero esa relación es desigual, como sucede en Europa.

P. Al acogerles, pueden surgir esos problemas de los que hablas.

R. Aunque las intenciones y las formas hablen de igualdad, derechos y legalidad, hay una clara relación de poder por parte del que posee los medios de producción, del que es residente, perteneciente a la raza y al credo hegemónico. Ese desequilibrio genera una expectativa de resolución en el lector, la misma que tenemos con el conflicto de los refugiados en Europa. Queremos un final feliz. Y, aun así, nuestras relaciones con estas personas que vienen de fuera suelen ser frágiles, problemáticas y desequilibradas.

P. La novela relata las consecuencias de una guerra cruenta y despiadada, pero sin nombre y apellidos. De países y conflictos anónimos. Teniendo en cuenta que cada año se bate el récord de desplazados, ¿por qué no identificar estas situaciones de violencia?

R. Quería expresar que el drama de la guerra, el de los refugiados, se repite una y otra vez. Hay gente a la que esta historia en particular le recuerda a las invasiones comunistas y otras ven claramente la guerra de los Balcanes. Al indeterminarlo reflejo que, en el fondo, todas son el mismo conflicto que ha venido sucediendo a lo largo de los años, aunque más dramáticamente durante el último siglo y medio. No le pongo nombres y apellidos porque constantemente está pasando lo mismo en Europa. Y todos deberíamos ser conscientes de ello.

Además de dejar lo material atrás -un hogar, un trabajo, una seguridad económica- se encuentran con el recelo del grupo al que llega

P. ¿Qué efectos psicológicos tiene en una persona el exilio?

R. Cuando estás anclado a tu espacio, bien identificado en tu propia cultura y vinculado emocionalmente a tus seres queridos, como individuo te sientes seguro y feliz. No es algo consciente. Tenemos la sensación de estar amparados y protegidos, de no vivir amenazados. Ya desde el principio de los tiempos, el ser humano es gregario y sabe que está mejor viviendo en grupo que aislado. Estos grupos se cohesionan conforme a lazos familiares y más tarde conforme a lazos religiosos, nacionales o de producción, y generan unos códigos reconocibles por el individuo que hacen que se sienta bien.

Pero cuando se pierden estos anclajes, la realidad se vuelve amenazante. Está ahí para hacerte daño. Cuando te ves forzado a abandonarla, te sientes absolutamente desamparado y desprotegido. Incluso desprovisto de tu identidad. Cuando uno sale de vacaciones, adquiere la eventual condición de turista, pero arrastra los rasgos y signos propios de su identidad. Sin embargo, la realidad del refugiado es bien diferente. Puede ser un profesor de universidad (como es el caso del padre de la protagonista) que de pronto se ve arrojado a la carretera con un petate tirando de su familia. Esos rasgos que antes le hacían sentir seguro han desaparecido, y no digamos al llegar al país de acogida. Además de dejar lo material atrás -un hogar, un trabajo, una seguridad económica- se encuentra con el obstáculo, como mínimo, del recelo del grupo al que llega. Todo lo que viene de fuera se percibe, en principio, como una amenaza. Entonces se cohesiona y se actúa contra él.

P. O se aíslan en su realidad paralela.

R. Eso es lo que intento expresar con la madre de la protagonista. En el país de acogida, no es más que un cadáver, una carcasa vacía. Lo hemos visto mucho en el cine: la persona mayor que va a rastras con la familia de desplazados. La cultura del país al que llega no penetra ni una brizna en ella, no aprende ni una sola palabra, vive en su mundo y se aísla. La inversión de energía que implica volver a generar nuevos códigos es tan grande que no me extraña que se rindan.

P. En cambio, la mayoría de los expatriados de la novela pronto forman una comunidad alrededor del desarraigo y el orgullo de ser 'compatriotas' en una tierra ajena.

R. Aunque la comunidad que llegue huyendo de la guerra sea pequeña y en condiciones de completa desigualdad y desposesión, el país de acogida suele cerrar filas y su población se cohesiona por oposición al otro. De la misma forma, los refugiados actúan de manera muy reactiva. Se trata de una cohesión muy distinta a la que podrían tener en su país, casi necesaria. Por eso se repite a lo largo de la historia la frase “es uno de los nuestros”, siempre en términos de oposición de unos frente a otros.

P. Esto le crea a la protagonista un conflicto interior terrible.

R. Ella vive en una encrucijada. Quiere volver a ser, volver a sentirse como la que era, a tener una identidad. Y en este sitio nuevo, sin anclajes ni vínculos, pues es muy difícil. Vive un pulso entre lo que ella era (lo que podría haber llegado a ser) y lo que no es. Muchos refugiados permanecen así, en este estado de shock, inmóviles. En cambio ella decide acudir a la pensión Europa, decide responder la llamada del explorador porque sabe que por ahí puede conseguir lo que habría logrado de una manera más legítima y limpia en su país. Lo hace, y se siente sucia y mal.

Colocamos a los refugiados en una posición de sospecha: son culpables hasta que se demuestre lo contrario

P. Ese personaje, el del explotador, es un claro ejemplo de cómo, aunque acogemos, lo hacemos por intereses que van más allá de la mera humanidad.

R. Esas relaciones de poder se dan en todas las estructuras humanas. Por ejemplo, en la pareja. Pero nada es tan desigual como la que viven los inmigrantes, y qué te voy a decir de la de los refugiados. En cierta manera, hay grandes dosis de condescendencia por nuestra parte frente a ellos. Y esto nos genera mucha culpa, pues somos de tradición católica. Saber que estamos contraviniendo una ley religiosa, nos genera un remordimiento cristiano que sigue estando ahí. Eso al final provoca mucha agresividad y conflictividad social. Porque, no nos engañemos, la inmigración genera problemas.

P. ¿Qué clase de problemas?

R. A veces están más mitigados y otras estallan. Siempre hay. Quién no ha parado en un semáforo y cuando ve a un inmigrante vendiendo pañuelos aprieta el botón de cierre automático de las puertas. No estamos seguros ni tranquilos. Los colocamos en una posición de sospecha: son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Es una reacción humana. La llegada de elementos de fuera del grupo nos crea reticencia y desconfianza. Se parece tanto a otros momentos en los que Europa ha vivido ascensos de ideologías ultranacionalistas y conservadoras... "Yo me defino por oposición al resto".

P. ¿Por qué hablar de violaciones? ¿No es un concepto al que se ha asociado demasiado a los refugiados?

R. Hay un personaje en la novela, otro refugiado, que representa el horror y la desconfianza del ser humano. El miedo hacia otra persona está tan grabado en el inconsciente colectivo que lo tenemos todos, lo podemos imaginar y empatizar con ello como si lo hubiésemos vivido. Decidí incluirlo porque la protagonista es una mujer. Es un miedo atávico, real. Quería añadirlo y que fuera importante, pues lamentablemente las mujeres son víctimas recurrentes e innecesarias en las guerras.

Puede haber cordialidad y acogida, pero nunca serán perfectas. El asunto de los refugiados no es nuevo y no se va a resolver ahora

P. ¿Siempre va a existir el conflicto? ¿Se considera usted pesimista al respecto?

R. Cuando te pones a escribir una novela, descubres cosas que no sabías que pensabas. De la historia se deduce la imposibilidad de la filantropía, de la hermandad. Pero no nos engañemos. No hace falta pensar en términos idealizados y perfectos para dar con una buena sociedad. El conflicto siempre va a existir: dentro del grupo y por oposición a otro. La sociología ha estudiado cómo a veces las disensiones internas de un grupo se han resuelto buscando a otro para proyectar la agresividad sobre él y así no desintegrarse internamente. Es algo propio de la conducta humana. No se puede erradicar. Puede haber cordialidad y acogida, pero nunca serán perfectas. El asunto de los refugiados no es nuevo y no se va a resolver ahora. Va a ser una problemática sociológica con una evolución parecida a la de la desigualdad de género y que cuando llegue el momento en el que se solucione, las secuelas desaparecerán. Pero ahora mismo las secuelas están ahí, y van a seguir estando durante un tiempo.

P. El trauma es un lugar común en sus personajes que les acechará el resto de sus vidas. ¿Se puede superar?

R. A nivel individual, por supuesto. Me viene a la cabeza Frank Capra, el director de cine, que emigró a Estados Unidos con su familia desde Italia. Sus películas reflejan el sueño americano: todo hombre es libre y puede llegar a conseguirlo con su trabajo y fuerza individual. Sin embargo, él siempre tuvo ese complejo de advenedizo: yo soy alguien que llega de fuera y se me va a notar, quiero ser uno de ellos pero no lo consigo, no lo consigo. Todo esto tiene mucho que ver con el trauma. Hay algo del pasado que de una forma dramática no llegó a buen término, y eso se reproduce a lo largo de la vida porque está en la base de nuestro esquema de pensamiento. Nos genera la cosmovisión que tenemos ahora (los del grupo y los advenedizos), y la que en un futuro hay que superar.

Un pasado traumático, un presente hostil al que son incapaces de adaptarse y un futuro en el que el lastre del ayer sigue aún presente. Y duele. Cristina Cerrada narra en su nueva novela, 'Europa' (Ed. Seix Barral), las vidas de una familia marcada por el desarraigo, la violencia y el silencio. Son refugiados en un país extranjero. Huyen de una guerra anónima que no necesita nombre ni época, pues, como dice la autora, todas son parte de un mismo conflicto desgarrado y perenne.

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