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La diferencia entre ser feliz y que los demás te recuerden
  1. Alma, Corazón, Vida
ENTREVISTA CON JAVIER GOMÁ

La diferencia entre ser feliz y que los demás te recuerden

La muerte, la vida ejemplar y la imagen que creamos en la mente de los otros, una suerte de trascendencia laica, están muy presentes en el último libro del pensador español

Foto: Javier Gomá lleva al teatro MarÍa Guerrero un monólogo sobre la muerte de su padre. (Chema Moya / Efe)
Javier Gomá lleva al teatro MarÍa Guerrero un monólogo sobre la muerte de su padre. (Chema Moya / Efe)

Javier Gomá es uno de los intelectuales españoles más reconocidos gracias, entre otros asuntos, a sus textos sobre la ejemplaridad. Su trayectoria al frente de la Fundación Juan March, además, le ofrece un espacio privilegiado de observación de la cultura española, que prolonga como patrono del Teatro Real y del Teatro de la Abadía. En su último libro, 'La imagen de tu vida', se pregunta cómo logra un ser humano perdurar, cómo construir un sentido vital que no se agote en la mera existencia. La pregunta que formula al lector, “¿cómo te gustaría que, algún día, te recordase el caminante?”, es la que da unidad a un libro que contiene, al final, un monólogo dramático, 'Inconsolable', referido a su padre, fallecido poco antes de la finalización del libro.

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PREGUNTA. Según explica, en la visión de la filosofía antigua, ser hombre consiste primeramente en ser feliz: la felicidad es la excelencia de la forma humana. Pero en el hombre moderno hay una ambición mayor, ser individual, y llevar a cabo algo que perdure.

RESPUESTA. El concepto de felicidad en la Antigüedad clásica y en la Medieval era una manera de aplicar a los hombres la perfección de las cosas. Las cosas tendían hacia su perfección: el árbol se movía por un principio interior que le llevaba a ser árbol, el león llevaba en sí un ser rugiente, poderoso y feroz, y así sucesivamente. La aplicación de este esquema al hombre es la felicidad, que no es más que la perfección de esa especie particular que es el hombre. Pero a partir del Renacimiento surge esa gran invención que es la muerte, que existía sólo como hecho individual. Ya que la verdad estaba en el cosmos, que se muriera un individuo era irrelevante, porque aquel seguía siendo tan bello y tan verdadero como antes. Pero en ese momento surge esa anomalía que es la individualidad, y que nos dice que todos estamos dotados de una dignidad de origen que está abocada a una indignidad de destino, que es la corrupción y la muerte. Es entonces cuando empiezan a aparecer el nihilismo, el absurdo y la búsqueda del sentido. Por lo tanto, el concepto de felicidad ya no nos satisface, porque lo importante no es ser feliz, sino ser dignos de ser feliz, que como decía Kant, es el principio que verdaderamente singulariza al ser humano.

P. Pero también afirma que existe un exceso de felicidad en la vida contemporánea, en el sentido de que han proliferado multitud de técnicas para ayudarnos a ser felices.

R. Lo que denuncia ese exceso es que sentimos su privación. Cuando existen tantas escuelas, recomendaciones, prontuarios, catecismos y filosofías para ser felices es porque no lo no somos. Si lo fuéramos no los necesitaríamos. Justamente la profusión de este negocio de la felicidad denota una angustia de origen. Ocurre igual que con la búsqueda del sentido, que es una operación moderna que tiene lugar en el instante en que la vida comienza a perderlo.

La ética no supone elegir entre cosas buenas. No consiste esencialmente en elegir entre bien y mal sino entre un bien y otro

Porque, ¿qué sentido tiene haber evolucionado desde la vida animal y alcanzar la autoconciencia para darse cuenta de que la naturaleza nos aplica las mismas leyes que a los mosquitos? Sería imposible sin ser un fatuo afirmar que uno es feliz, algo muy complicado si has acumulado cierta experiencia y tienes un mínimo de imaginación que te permite ponerte en el lugar de los otros. Somos seres tachados por la vida, que al mismo tiempo que nos dota de una dignidad, se apresura a atropellarla. Al mismo tiempo que progresamos moralmente, lo que significa sobre todo que vamos adquiriendo imaginación, somos conscientes también de que decir que somos felices es un uso impropio del lenguaje.

P. Hay en su libro una frase muy llamativa: “Vivir es la forma de elegir nuestro cansancio futuro”.

R. Todo cuesta tanto... En esta vida, por algún decreto del hado, todo cuesta mucho, y existe una cierta entropía que lleva las cosas hacia la decadencia. Y como no somos capaces de hacerlo todo, tenemos que anticipar qué tipo de cansancio nos merece la pena. La ética no es elegir entre cosas buenas, la ética no es elegir entre bien y mal sino entre bien y bien. Pensar, cuando llegue cansado a mi casa, que ese cansancio ha merecido la pena. La vida es eso, pensar qué el esfuerzo que he realizado ha valido la pena.

P. Cuando habla de la imagen de una vida, alude a un reconocimiento que no está en nuestra mano. Una persona esencialmente buena puede, por circunstancias del destino, ser recordada negativamente, y al revés.

R. Mientras se está vivo, se pueden ver los beneficios de proyectar una imagen luminosa, que inspira confianza, que genera ejemplaridad. La imagen de una vida, por el contrario, da frutos que uno no ve. Hay un cierto elemento de desprendimiento, de ir más allá de tu ego. Es verdad que hay personas que han intentado manipular o condicionar el recuerdo que de ellos se tendrá en el futuro. Es el caso de Cervantes, de quien sabemos poco, sí conocemos que se aplicó con mucha intensidad a escribir prólogos que son el retrato de la imagen que quería que la posteridad recibiese de él, y que constituyen una imagen de enorme valor, pero que quizá no sean el exacto reflejo de su biografía.

Toda civilización que merezca ese nombre propone un ideal humano, una propuesta de perfección que describe y prescribe una dirección

Pero es cierto que esta imagen es difícil de controlar, por las mismas razones que la ciencia y literatura se diferencian. Las verdades científicas deben ser probadas, mientras que nunca se ha verificado ni a Platón ni a Homero ni a Sócrates. La verdad en las humanidades es el consenso de sus lectores: si consideramos a los autores citados como integrantes de un canon no es por capricho de los historiadores, sino porque su lectura sigue siendo fecunda, aunque la estima de ese libro varíe y se vaya ajustando su posición en el canon. Eso provoca también que haya obras y géneros que salgan de él, porque las civilizaciones cambian. La novela pastoril fue la canalización del idealismo, y sin embargo hoy nadie recurre a ese género.

P. ¿Toda sociedad sin un ideal está condenada a no progresar? Usted defiende de una manera ferviente que así es, y nos falta un ideal democrático.

R. Soy un firmísimo convencido de que toda civilización que merezca ese nombre propone un ideal humano, una propuesta de perfección que describe y prescribe una dirección que incluye una oferta de sentido individual y que es capaz de promover el entusiasmo. Tenemos una propuesta de perfección griega, otra romántica y veremos si también tenemos un ideal democrático. Sin esa propuesta de perfección, la sociedad no progresa moralmente y no remueve los obstáculos, y sin ella tampoco prospera la sana crítica, que es la comparación con una realidad imperfecta. Ese contraste entre lo que es y lo que debe ser, constituye el nacimiento de la crítica.

Las cosas son contingentes por naturaleza y eso te hace tomar conciencia de la necesidad de proteger nuestros bienes, que fueron ganados con sacrificio

Pero hay que tener en cuenta que la naturaleza del deber ser es que no existe. Si me juzgan por el ideal, es imposible estar a la altura. Nunca te encontrarás en la vida con el ideal de hombre que propone Aristóteles en su ética, ni con el superhombre que razona Nietszche, ni con el hombre auténtico de Heidegger. Y no puede reprochar a un ideal que no esté en nuestra vida cotidiana. Pero, al mismo tiempo, la sociedad que carezca de un ideal está condenada a la involución. El ideal es un horizonte que se aleja a la medida que el caminante avanza.

P. Sin embargo, es cierto que si se compara un sistema como el nuestro y los conceptos que dice defender con la realidad, el retrato no es nada favorecedor. Hay más asuntos, pero quizá la corrupción sea un asunto muy evidente. El ideal que puede perseguir nuestro sistema se ennegrece cuando observamos los hechos.

R. En el ámbito de las ideas hay dos tipos de miradas, la periodística, que observa los cambios acelerados y supersónicos, y que normalmente te lleva al pesimismo, y esa otra mirada más filosófica que trata de elevar la perspetiva y que observa los cambios no en la semana, ni en la última década, sino en los grandes periodos históricos. Cuando uno eleva la mirada, la perspectiva cambia, al igual que si aplico el microscopio a mi mano encuentro bacterias y células muertas. Si miras 'Las Meninas' de cerca, verás manchas e hilos; pero cuanto te alejas te golpea la evidencia de la belleza. La mirada filosófica es de largo y larguísimo plazo y es allí donde uno puede empezar a concebir un principio de esperanza. Como ser humano, puede que te toque una generación mala, y que vivas una época de desolación o sinsentido, pero si observamos la evolución de la humanidad, tendremos que constatar que hemos ido a mejor. En todos los aspectos. Pero si tenemos en cuenta el criterio fundamental para juzgar la temperatura moral de una sociedad, que es cómo atiende a sus partes má vulnerables, como a los pobres, los parados o incluso los extranjeros, esta sociedad vence por goleada a civilizaciones anteriores. Si se aplica el microscopio, uno encuentra atropellos, pero si se pasa de la actualidad a la realidad comenzamos a sentir un principio de esperanza. Por eso la filosofía es importante, porque el pensador es especialista en la realidad a largo plazo.

Si algo te enseña elevar la mirada es que no hay conquista que sea definitiva. Todo es reversible. Las cosas son contingentes por naturaleza y eso te hace tomar conciencia de la necesidad de proteger nuestros bienes, que han sido conquistados con sacrificio. Todo esfuerzo presupone la existencia de un entusiasmo, y éste de un ideal que dé un sentido que sea digno del entusiasmo colectivo.

Javier Gomá es uno de los intelectuales españoles más reconocidos gracias, entre otros asuntos, a sus textos sobre la ejemplaridad. Su trayectoria al frente de la Fundación Juan March, además, le ofrece un espacio privilegiado de observación de la cultura española, que prolonga como patrono del Teatro Real y del Teatro de la Abadía. En su último libro, 'La imagen de tu vida', se pregunta cómo logra un ser humano perdurar, cómo construir un sentido vital que no se agote en la mera existencia. La pregunta que formula al lector, “¿cómo te gustaría que, algún día, te recordase el caminante?”, es la que da unidad a un libro que contiene, al final, un monólogo dramático, 'Inconsolable', referido a su padre, fallecido poco antes de la finalización del libro.

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