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Desmontando las mentiras detrás de la economía de toda la vida
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ENTREVISTA CON EDUARDO GARZÓN

Desmontando las mentiras detrás de la economía de toda la vida

En su nuevo libro, el economista de Izquierda Unida ofrece un recorrido por los conceptos básicos de la disciplina. Y se parecen muy poco a lo que nos suelen contar

Foto: Randall Wray, creador de la Teoría Monetaria Moderna, conversa con Alberto y Eduardo Garzón. (Fernando Alvarado / Efe)
Randall Wray, creador de la Teoría Monetaria Moderna, conversa con Alberto y Eduardo Garzón. (Fernando Alvarado / Efe)

La mayoría de la gente no entiende de economía. Quizá porque se presente de una forma muy técnica, con numerosos gráficos, porcentajes y ecuaciones, que generan la sensación de que es una materia ardua, sólo comprensible para personas que han dedicado mucho esfuerzo a entender sus conceptos. Pero cuando se mira debajo de la apariencia, lo que nos encontramos, asegura Eduardo Garzón (Logroño, 1988), es un montón de mentiras disfrazadas de realidades irrefutables. La economía es también política, y las teorías que se aplican hoy benefician a unos y perjudican a otros. Con 'Desmontando los mitos económicos de la derecha' (Ed. Península) pretende ofrecer instrumentos teóricos claros que permitan separar la ficción de lo real, así como subrayar la idea de que buena parte de lo que habíamos aprendido estaba equivocado.

PREGUNTA. Habla en el libro de mitos económicos, de una serie de ideas que parecen bien asentadas en el pensamiento colectivo. Si son falsas, ¿por qué han arraigado tan fuerte?

RESPUESTA. Tenemos un sistema diseñado para transmitir esta serie de ideas, que parecen naturales pero no lo son. Los economistas acaban su carrera y se quedan en estas cosas que les enseñaron en los planes de estudio, y no conocen visiones alternativas, de modo que acaban difundiendo por un montón de medios este tipo de ideas. Esa es la que gente que luego trabaja en empresas de prestigio y en el gobierno, los que van a tertulias y a los que uno respeta en las comidas familiares. Terminan vendiendo la economía como una ciencia objetiva y exacta y no lo es.

P. La economía, en tanto ciencia social, tiene muchas posibles interpretaciones. Sin embargo, tiende a transmitirse una visión única de ella. Se da una lectura simple a problemas complejos.

R. En sus inicios, la disciplina se presentaba como economía política, y a medida que pasó el tiempo, fruto de la intención de imitar a las ciencias naturales, proliferaron las ecuaciones y los modelos matemáticos. Se hizo académica y se revistió de más seriedad, y pareció abandonar su función real, que es analizar cómo distribuir los recursos en función de las capacidades de los agentes económicos. Todavía existe esa idea de “a mí no me hables de economía que soy de letras”, cuando la ciencia económica es social, y por tanto principalmente de letras. Pero como se disfraza con un montón de fórmulas matemáticas, casi nadie tiene los instrumentos para rebatirla, lo cual es la mejor manera de que la tengan como una verdad absoluta.

Enseñas algo que no se corresponde con la realidad, y resulta que lo que está mal es la realidad

P. Pero eso es hacer mala ciencia. Si reduces la realidad únicamente a lo que se puede medir, y después sólo se tienen en cuenta unas pocas variables de entre todas ellas, el resultado será una ciencia económica poco útil, porque no se acercará a la realidad.

R. Parten de premisas que son verdades indemostrables, que se dan por ciertas y que trucan las reglas de juego con las que opera el modelo matemático. Por ejemplo, parten de la premisa de que la gente compra los productos que son más baratos, y eso hace que sus investigaciones y análisis den como resultado que es así, y que el precio es el factor determinante. Pero hay muchos productos que no se venden por eso, sino porque tienen unas características especiales o porque ofrecen otras ventajas; como eso no se recoge en los modelos, porque no puedes medir todas las preferencias de la gente, lo que hacen es simplificar, y pierden así el contacto con la realidad. En las clases en la facultad nos decían que lo que determinaba el precio de los productos era el coste de la materia prima y el de los salarios, además de los impuestos. Pero un compañero, cuyo padre tenía una tienda de muebles, decía que lo que se hacía en su negocio era fijarse en la competencia para marcar los precios. La respuesta fue “tú apréndete esto”. Enseñas algo que no se corresponde con la realidad, y resulta que lo que está mal es la realidad.

Un gobierno no está limitado a la hora de crear dinero, y eso ofrece una ventaja muy importante a la hora de aplicar políticas públicas

P. Afirma que el déficit público no es bueno ni malo per se, y que a veces puede ser muy positivo. Entonces, ¿por qué se mantiene la actual limitación en el déficit en la UE? ¿A quién beneficia?

R. El dinero puede llegar a la gente de dos maneras: o a través de los bancos privados, a los que los bancos centrales les dan facilidades para que presten, y con ello se lucran, o a través del déficit público. Si este se reduce o se prohíbe, no se inyectará dinero en la sociedad, por lo que se estará aumentando la capacidad de las entidades financieras para que sean ellas las que muevan el dinero y consigan beneficio. Por otra parte, cuanta menos capacidad tenga el Estado para incrementar su gasto, menos sanidad, educación y servicios públicos proveerá, lo que le brindará un notable espacio de crecimiento al sector privado. A este le viene muy bien que su competidor público tenga escasa capacidad de desarrollo. Si la sanidad pública es mala y su calidad disminuye, será la privada la que obtenga los réditos. Esa es la intención también del déficit bajo o inexistente.

P. Afirma que un Estado tiene una capacidad prácticamente ilimitada de producir dinero. Esto también lo defiende la Teoría Monetaria Moderna. Pero aunque esté bien sobre el papel, la economía también es política, y eso tiene sus costes. Imaginemos que Francia, un país con una notable capacidad productiva, se marcha del euro y empieza a emitir francos. Es probable que sufriera ataques, en ese caso, sólo porque está siguiendo otro tipo de políticas.

R. Sí, los dirigentes europeos podrían chantajear al que fuera contra su sistema. Así ocurrió en Grecia, cuando el BCE maltrató a los griegos cerrándoles el grifo de crédito y provocando un corralito que perjudicó a su economía. Hay que tener en cuenta que lo teórico está separado de lo práctico y de lo político. Un gobierno no está limitado a la hora de crear dinero, y eso tiene una ventaja muy importante a la hora de aplicar políticas públicas, y es una ventaja que hay que tener en cuenta. Está claro que al entrar en el terreno práctico puede acarrear consecuencias negativas por el simple hecho de ir contra corriente. Sin embargo, cuando hablamos de confianza y de validez de una moneda, hay que tener en cuenta que Francia, por seguir el ejemplo, tiene muchos productos y sus ciudades puede ofrecer muchos servicios de turismo y hostelería, y para pagarlos serían necesarios los francos, al igual que si alguien quisiera invertir en ese país se vería obligado a comprarlos. Todo depende de su desarrollo económico. Un país como Haití tendría muchos problemas para hacer valer su moneda pero Francia no, aunque se deban tener en cuenta los ataques que podría sufrir desde la élite económica europea.

Si tuviéramos más dinero circulando, se incrementaría la capacidad de nuestra economía, pero eso no haría subir los precios

P. En este caso, es mejor estar en el euro, en el sentido de que siempre es más sencillo defenderse de esos ataques si se tiene un poder mayor.

R. Por supuesto. El debate no es euro sí o no. Podríamos salirnos de la UE, pero si seguimos teniendo en el gobierno al Partido Popular, mejor quedarnos, porque para seguir aplicando las mismas políticas, mejor con el euro. Además, siempre sería mejor conseguir una correlación de fuerzas favorable a una nueva forma de gestionar la economía dentro de la UE, lo que es perfectamente posible. Hay que cambiar el poder en la UE, que es un desafío importante y difícil. Pero entiendo a la gente que se quiere salir porque piensa que todo sería más rápido y que podrían aplicarse otro tipo de políticas.

P. Asegura que inyectar más dinero en la economía no genera por sí mismo inflación, que ese es uno de los mitos que nos creemos. Una prueba sería las cantidades astronómicas que se han dado a los bancos durante la crisis, y que a pesar de ser muchísimo dinero, no han creado inflación.

R. Pero son cantidades que no han llegado a la economía real. Con ellas han comprado bonos públicos o derivados o han especulado con todo tipo de divisas, se han movido en ese circuito. Y además ese dinero no ha llegado a la economía real porque las empresas productivas y las familias no piden nuevos créditos. Su principal problema es que no tienen suficientes clientes, y por eso no necesitan ni más trabajadores ni comprar más a sus proveedores, y por eso no piden dinero. Pero incluso en ese caso, si se inyectase dinero, tampoco habría inflación. Si tuviéramos más dinero, se incrementaría la capacidad de nuestra economía, pero eso no haría subir los precios. Eso ocurriría si los negocios estuvieran funcionando a plenos rendimiento, lo que no es el caso. Hay mucho margen para inyectar dinero sin que se generen tensiones inflacionistas.

Hay que democratizar la economía de modo que seamos nosotros quienes pongamos en marcha la máquina cuando lo decidamos entre todos

Todo en las sociedades capitalistas se enfoca desde la rentabilidad, de forma que la máquina sólo se pone en marcha si al dueño de las fuerzas productivas le resulta rentable. Antes de 2006 lo era, y ahora no, y por eso no la ponen a funcionar a plena capacidad. Pero eso no quiere decir que seamos más pobres: seguimos teniendo maquinaria, conocimientos, capacidad y piernas y brazos. La cuestión es que debemos organizarnos desde otra lógica que no sea la de la mera rentabilidad. Hay que democratizar la economía de modo que seamos nosotros quienes pongamos en marcha la máquina cuando lo decidamos entre todos.

P. Pero la política tiene pocas armas hoy. Está subordinada a la economía, sobre todo a la financiera. Se puede obtener el poder político y sin embargo carecer de capacidad de acción real. Hemos visto varios casos en la UE de esa clase.

R. Es importante hablar de lo teórico o técnico para dar la batalla en el campo práctico. Necesitamos proyectos económicos sólidos y creíbles que nos motiven para dar la cara. Las élites económicas son muy poderosas, por lo que el desafío no es sencillo pero debemos saber que la imposibilidad no es técnica. Hay muchas cosas que se pueden conseguir, y la primera piedra es creernos que existe una alternativa. De hecho, ni siquiera la izquierda se ha creído sus propios proyectos. Sabe que quiere conseguir sociedades más justas, pero no saben cómo llegar a ellas o no tiene herramientas para responder a la derecha económica. Por eso dar la batalla en el plano teórico es tan importante.

P. La renta básica es la medida estrella de buena parte de la izquierda, e incluso de parte de una derecha ligada a la tecnología. ¿Cuál es su opinón?

La renta básica está diseñada y articulada para paliar el descontento social: lo que se pretende es dar lo suficiente a la gente para que sobreviva y así no nos dé la tabarra. Desde la izquierda, la renta básica se ha pensado como instrumento para empoderar a la gente, de forma que el trabajador pueda decir al empresario “o me pagas más o me voy”. Pero no es la panacea, es un elemento muy importante que podría ser mejorado y que debería ser articulado en especie más que en términos monetarios. Al igual que por el mero hecho de haber nacido tenemos derecho a la educación y a la sanidad, podríamos ampliar a la alimentación, la energía o el transporte. Conseguiríamos mucho más que con la renta básica, que al fin y al cabo te deja en una situación en la que los oligopolios pueden abusar de ti. Si te dan dinero pero te abandonan a la lógica de rentabilidad económica, al final careces de poder para evitar que las grandes empresas saquen partido de ti. Si quieres alquilar una vivienda en Madrid y el Estado la garantizase sería muy distinto.

La mayoría de la gente no entiende de economía. Quizá porque se presente de una forma muy técnica, con numerosos gráficos, porcentajes y ecuaciones, que generan la sensación de que es una materia ardua, sólo comprensible para personas que han dedicado mucho esfuerzo a entender sus conceptos. Pero cuando se mira debajo de la apariencia, lo que nos encontramos, asegura Eduardo Garzón (Logroño, 1988), es un montón de mentiras disfrazadas de realidades irrefutables. La economía es también política, y las teorías que se aplican hoy benefician a unos y perjudican a otros. Con 'Desmontando los mitos económicos de la derecha' (Ed. Península) pretende ofrecer instrumentos teóricos claros que permitan separar la ficción de lo real, así como subrayar la idea de que buena parte de lo que habíamos aprendido estaba equivocado.

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