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La podredumbre de los políticos que permitió el gran fiasco español
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1898, UN AÑO INFAUSTO

La podredumbre de los políticos que permitió el gran fiasco español

Éramos una nación envejecida y curtida en la travesía de la historia, una nación que había asombrado al mundo y dado lo mejor de sí misma. Pero podíamos perder algo más

Foto: 'Destrucción de la flota del admirante Cervera en Cuba'. (Litografía de 1898)
'Destrucción de la flota del admirante Cervera en Cuba'. (Litografía de 1898)

A veces la patria es un presidio.

Zenk

En las lomas aledañas a las playas de Santiago de Cuba, rodeadas de unas aromáticas flores silvestres llamadas guayacas o sumbitas, unas añejas y descuidadas tumbas sin padre ni madre, con unas cruces oxidadas por la erosión del salitre y en algunos casos cubiertas íntegramente por la maleza circundante, cerca de trescientos hijos de España duermen mecidos por el tiempo y los vientos rasantes imperantes en la costa santiaguina. Los restos de esos marinos españoles fueron enterrados por piadosas mujeres locales que trataron con amabilidad sobrada a los caídos y los amortajaron de la mejor manera posible para adecentarlos ante el gran tránsito final.

En aquel tiempo -corría el año 1898, un año infausto para España-, éramos un imperio decadente y fatigado tras cuatro siglos de agotadora lucha entre los confines de los cuatro puntos cardinales. Éramos también una nación envejecida, encanecida y curtida en la travesía de la historia, una nación que había asombrado al mundo y dado lo mejor de sí misma. Las corrientes positivistas y evolucionistas que hacían furor en la época, dividían el escenario mundial entre naciones pujantes y decadentes, y por ende, susceptibles de ser sustituidas por la elemental ecuación de la ley del más fuerte.

Al sentimiento nacional cubano no se le había dado satisfacción alguna ni un horizonte autonómico que diera una mínima respuesta a los insurgentes

La memoria sumergida, aquella memoria que quiere olvidar, la memoria del dolor que te dobla y arruga, que te recuerda en susurros la grandeza perdida, era la que estaba detrás de la conmoción del desastre de 1898 cuyas secuelas desencajaron la entera maquinaria del estado. Si a eso le añadimos que al sentimiento nacional cubano no se le había dado satisfacción alguna ni un horizonte autonómico que diera una mínima respuesta a los insurgentes; que la gestión administrativa desde la península solo atendía al beneficio sin reciprocidad en la inversión local de la isla, y que infravaloramos de manera arrogante las campañas de desestabilización de la prensa amarilla de William Randolph Hearst y de su compinche Pulitzer alentando la proverbial capacidad fagocitadora del vecino del norte, la tragedia estaba servida.

Foto: El acorazado Maine entrando en La Habana.

Estados Unidos era entonces, y es hoy, una joven nación que desde sus balbuceos solo albergaba una voracidad expansiva ilimitada, como ha demostrado la historia que fue, la última historia y si nadie lo impide, la historia por venir. Su alarmante facilidad para volatilizar indios y mexicanos era más que notoria y a la vista de los acontecimientos y con visión retrospectiva, podría considerarse literalmente como un genocidio sin paliativos. Cuando asentó su actual realización geográfica como estado de estados, comenzaron a galopar a través de los mares, extendiendo así su demoledora filosofía de depredación.

Una perla al sur de Florida

Sin entrar a valorar situaciones maniqueas en las que dirimir quienes eran lo buenos y quienes eran los malos en esta historia, en la península no se valoró como debía la situación; de hecho, no hubo cintura torera para el caso en cuestión, sino una chulería inadecuada para los usos diplomáticos en vigor; ese fue el primer fallo de una larga cadena. EE.UU, de entrada, le echó el ojo a la vecina Cuba, una perla que tenía a unos ciento veinte kilómetros al sur de Florida. En cuatro ocasiones y partiendo de una oferta primera de doscientos treinta millones de dólares que se llego a elevar en ultima instancia a los trescientos, intentaría comprar a España aquella joya. Desde España, nuestros apolillados gobernantes se reían de los intentos por arreglar de “buenas maneras” las aspiraciones norteamericanas y con ese desdén, se comenzaría a enterrar al país.

Un canon de actuación muy repetido en los conflictos que ha enfrentado Norteamérica con otros países ha sido el de la agresión prefabricada

Pero aquella enorme nación, al ver que no prosperaban sus reiteradas ofertas acabaría demostrando malos modos y cambiaría su táctica. La llamada doctrina Monroe (América para los americanos y todo lo demás también), era el mantra de cajón de sastre sobre el cual los EE.UU fraguarían todas sus agresiones en su zona de influencia; como consecuencia de ello, la financiación del movimiento independentista cubano fue 'in crescendo'. Así estaba la situación, cuando en visita de cortesía a la isla, fondeó el crucero Maine en el puerto de La Habana, que por cierto estaba a punto de desguace, dato a tener en cuenta .

Un canon de actuación muy repetido en los conflictos que han enfrentado a Norteamérica con otros países ha sido el de la agresión prefabricada de un tercero para justificar la intervención propia, esto fue lo que exactamente se estaba buscando con el contencioso cubano y que por azares de la vida, ocurrió en Cuba servido en bandeja de plata.

El intenso calor y la humedad imperante probablemente crearon un cortocircuito en la santabárbara y esta, pudo recalentar por combustión espontánea uno de los depósitos de carbón que alimentaban las calderas del navío lo cual crearía una enorme deflagración accidental; aquella terrible tragedia humana se llevaría doscientos sesenta marinos que a la postre servirían como pretexto para librar una artera guerra contra una España en tiempo de descuento.

Lúcidos marinos y militares como Polavieja y Cervera, ya había apuntado hacia soluciones negociadas ante la que se avecinaba atendiendo a los negros pronósticos que los analistas de la época venían recitando como letanía monocorde, pero eran voces en un desierto habitado por la desidia crepuscular de un imperio afectado de esclerosis múltiple.

Reconocimiento tardío

Abundar sobre lo acontecido en Cuba en aquel trágico año de 1898 no tiene mucho sentido, son inumerables los historiadores eruditos que han desgranado la ignominia caída sobre nuestra nación. Dos golpes demoledores en Manila y Santiago por parte de una marina más avanzada tecnológicamente convirtieron en chatarra una flota obsoleta, que lucharía testimonialmente con una dignidad encomiable. Pero la cosa no acabo ahí, a las perdidas militares había que añadir las económicas; la humillación trascendía la magnitud de lo aceptable.

Camarillas de políticos profesionales encastradas en la yugular de la nación seguirían manteniendo su estatus en nuevas formaciones políticas

Años antes, y por no utilizar palabras más gruesas, un ministro de Marina, el infumable almirante Montojo, en un caso de incompetencia supina publicaría en 'La Gaceta' los planos del submarino de Isaac Peral. Cuando se botó en Cádiz aquella avanzada nave, lo más granado de las delegaciones militares europeas en un alarde contra natura con lo que debería de ser un secreto de estado sin paliativos, estaban presentes en la botadura. No esta de mas recordar que el almirante Dewey, el triunfador ante Cervera, diría en sus memorias (sic): “Si España hubiese tenido allí un solo submarino torpedero como el inventado por el señor Peral, reconozco que yo no habría podido mantener el bloqueo de Santiago ni veinticuatro horas”.

La podredumbre de la clase política que había permitido ese fiasco siguió apoltronada en sus mullidos sillones orejeros. Camarillas de políticos profesionales encastradas en la yugular de la nación seguirían manteniendo su estatus en nuevas formaciones políticas. Camaleónicos mutantes, seguirían parasitando más y mejor a una castigada población que pedía cambios a gritos. Nada nuevo bajo el sol.

Ciento diez años después, el gobierno de EEUU asumiría públicamente que la llamada “voladura” del Maine había sido un accidente. Un poco tarde.

A veces la patria es un presidio.

Cádiz William Randolph Hearst
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