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María Pacheco, la gran rebelde: culta, enigmáticamente bella y racial
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Una mujer eterna

María Pacheco, la gran rebelde: culta, enigmáticamente bella y racial

Combatió contra Carlos I hasta la extenuación. Tras su huida a Portugal murió en la indigencia sin recibir jamás el perdón del emperador

Foto: 'Doña María Pacheco después de Villalar', de Vicente Borrás y Mompó
'Doña María Pacheco después de Villalar', de Vicente Borrás y Mompó

"Creo que la última tendencia del mercado libre es que los pobres sean aún más pobres"

–Norman Mailer

Era una historia de amor al límite, de compromiso entregado y sellado hasta la muerte; era una historia de dos, pequeña y grandiosa a la vez, ambos bebiendo el mismo aire de libertad, pero que resultó una historia desventurada y aciaga, profundamente enraizada en una época adversa para una pareja que quiso defender los intereses de una Castilla mancillada por un inexperto emperador vestido con una indumentaria de otro planeta.

En la convulsa España de los albores del siglo XVI, durante un cambio de ciclo, una mujer resistió tenazmente al mando de la revuelta de los Comuneros. Tras perder a su marido en la batalla contra el rey extranjero llamado Carlos de Habsburgo, María, fiel a sus ideas, continuaría luchando hasta su muerte en la indigencia en Oporto.

Era la compañera de recorrido, en este trajín vital, de Juan Padilla, un caballero clásico imbuido de honor y buenas maneras

María nació en la espectacular Alhambra, en el esplendido palacio de Yusuf III, regalo de los Reyes Católicos a su padre, Don Íñigo López de Mendoza, Capitán General del Sur; de ahí probablemente se entienda su carácter geográficamente racial. Era muy culta, bien parecida y con una belleza enigmática, con carácter más que fuerte y de una humanidad indiscutible acompañada de un ejercicio de la autoridad de marchamo casi genético. Pertenecía a una de las familias de más prosapia de la historia de España. Era noble hasta la médula y tanto su mirada como su porte impactaban. Hija de Íñigo López de Mendoza, Marqués de Mondéjar y de Francisca Pacheco, hija del marqués de Villena, tenía la sangre purpurada de tan nobilísimos ancestros. Educada en un escenario renacentista, con tutores de latín, griego, matemáticas, historia, etiqueta, literatura y otras disciplinas de elevado nivel humanista, era una mujer con todas las hebras para ser sobradamente cosmopolita. Pero su vida no apuntaba en esa dirección...

El rey que venía de fuera

María Pacheco era la compañera de recorrido, en este trajín vital, de Juan Padilla, un caballero clásico imbuido de honor y buenas maneras. Los dos compartían la Utopía de hacer valer los intereses de Castilla, cuando ya tarde, la alargada sombra del emperador empezaba a hacer estragos en las saneadas arcas de la vieja corona.

Un ejército comunero formado por gentes sencillas, imbuido de una fuerza inapelable, luchó durante muchos meses contra las tropas del emperador

Para ponernos en antecedentes y darle un marco a esta historia, hay que decir que en aquellos años del siglo XVI, Isabel la Católica ya había emprendido el Gran Viaje allá por 1504. Su hija, Juana I de Castilla, encerrada en el castillo de Tordesillas bajo el control del sádico Marqués de Denia, era una elevada mujer, acuchillada de manera inmisericorde por un destino voraz e infame, y calificada de loca con objeto de inhabilitarla para el ejercicio del poder que por ley y derecho le correspondía. Por ahí andaba Fernando el Católico zascandileando en sus últimos estertores todavía en funciones de asaltacamas. Al morir el maquiavélico rey católico en 1516, su nieto, hijo de la reina Juana, Carlos de Habsburgo, heredaría todos los reinos peninsulares a excepción de Portugal y sus territorios de ultramar. Previamente, Carlos ya había heredado de su padre, Felipe el Hermoso, todos los reinos de los Habsburgo, aglutinando bajo su testa coronada un vasto imperio jamás visto. Educado en la corte de Flandes, no hablaba español y desconocía absolutamente las costumbres locales, mas allá de que no tenía un interés digno de mención por adaptarse.

En 1517, aquel rey desconocido pisaba tierras españolas en Asturias (en Tazones para ser más precisos) junto a toda su corte de atildados flamencos. Nubes grises se cernían sobre Castilla y Aragón y amenazaban pedrisco. Altos cargos de la administración local y numerosas prebendas fueron encomendadas a la aristocracia que venía de las nieblas permanentes del Mosa y el Escalda en menoscabo de los nobles locales.

Un infausto final

Por aquel entonces, un ejército comunero formado por gentes sencillas, imbuido de una fuerza inapelable, a la vez que desesperada, luchó durante muchos meses contra las tropas del emperador de Gante, perdiendo todas las batallas menos la del coraje. Las Comunidades de Castilla querían expulsar al, por ley, nuevo rey, alegando que ya existía una legítima soberana, tal que era la reina Juana, recluida en Tordesillas por su fenecido padre y por oscuros intereses de estado. Villalar fue una masacre sin oportunidades donde los flamencos y sus adláteres locales dispararon literalmente al tiro al blanco.

Murió en la indigencia a la temprana edad de 35 años. Carlos de Gante, el emperador advenedizo, nunca le concedió el perdón

Un fatídico 23 de abril de 1521, las tropas comuneras eran definitivamente aplastadas por el ejército real y el marido de María Pacheco, el ilustre Juan Padilla, sería hecho prisionero y pasado por las armas sin más dilación.

Comunera hasta el final, y ya viuda, María Pacheco, lejos de abandonar la lucha, siguió combatiendo hasta la extenuación. Todavía resistiría en Toledo, la última ciudad en capitular, cinco meses más. Tras la rendición de la ciudad ante el emperador, María, disfrazada de aguadora, consiguió huir con su criatura a Portugal. Condenada a muerte en rebeldía en 1524, la última comunera quedaría a la intemperie de la vida y abandonada a la caridad. Juan III, un rey caballero, como todos los portugueses lo son, se negaría a entregar a María Pacheco al emperador. Murió en la indigencia a la temprana edad de 35 años. Pudo haber disfrutado de una posición privilegiada pero su elección fue la más honorable. Nadie puede negar que María Pacheco merece, por derecho propio, un elevado lugar en la Historia.

Carlos de Gante, el emperador advenedizo, nunca concedió el perdón a María Pacheco, por lo que su última voluntad de ser enterrada en Villalar, junto a su marido, no pudo ser llevada a cabo. Sin haber obtenido el favor de ningún Dios tras su ardua y testimonial lucha, los restos de la eterna María Pacheco reposan en la monumental catedral de Oporto.

Que El Creador, cuando esté de guardia, la acoja en su seno.

"Creo que la última tendencia del mercado libre es que los pobres sean aún más pobres"

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