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El abogado que dejó el bufete para hacerse escort. Y le va mejor
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El cuerpo como herramienta de trabajo

El abogado que dejó el bufete para hacerse escort. Y le va mejor

Francesco Mangiacapra, joven italiano titulado en derecho, explica el porqué de su decisión. Tras su relato se esconde una historia de lucha por la dignidad

Foto: Un trabajador del sexo nos cuenta cómo es su trabajo (iStock)
Un trabajador del sexo nos cuenta cómo es su trabajo (iStock)

Acabar un grado o un máster ya no es garantía de nada. Por ello, muchos jóvenes con importantes titulaciones, y años de sacrificio, deciden abandonar su carrera y su vocación en pos de otras opciones que les permitan ser, como mínimo, autosuficientes. Con todo, hace décadas, renunciar a lo que se había estudiado, podía desembocar en una oportunidad igualmente digna, como las socorridas convocatorias para sacar una oposición. Por desgracia, los caminos alternativos actuales, más allá de los trabajos de emergencia como teleoperador, pueden acabar en opciones laborales bastante oscuras.

Hace un par de años comenzó a emitirse en la televisión americana la serie 'The Girlfriend Experience'. Inspirada en la película con el mismo nombre, la serie se hacía eco de una realidad incomoda. En ella, mujeres inteligentes que cursaban su enseñanza en universidades de renombre, preferían ganarse su sustento ejerciendo el trabajo de escort antes que aguantar becas interminables, convertidas en durísimas pruebas de selección entre múltiples candidatos, para conseguir el único puesto de trabajo disponible. Una demostración más de que la prostitución ya no es algo exclusivo de ciudadanos en peligro de exclusión, como indocumentados o personas en riesgo de pobreza.

"Utilizo ahora más mi cabeza, para vender mi cuerpo, que cuando trabajaba en el bufete"

Menos visible, por el contrario, es el caso de los hombres que ejercen el oficio. Con el fin de ilustrar esta realidad, Francesco Mangiacapra, napolitano y licenciado en derecho, ha escrito un libro que saldrá a la venta en marzo y que promete polémica: “Digo verdades que irán en mi contra, pero lo hago para reconstruir mi imagen social y humana”.

Vender el cuerpo en vez de regalarlo

En declaraciones al diario 'La Stampa', Francesco narra la desilusión y la falta expectativas en las que se veía inmerso: “Acababa de licenciarme y me sentía un desecho humano”. Recuerda Francesco como: “Mi madre me ha visto sin trabajo y frustrado, le he tenido que pedir 15 euros para salir a comer una pizza con los amigos”.

Tras pasar un tiempo de enorme carestía en un bufete de abogados, harto de no poder llevar adelante la existencia independiente que cualquier joven ansía, el licenciado campano recibió una oferta de 150 € por un encuentro que no pudo rechazar: “En ese momento tuve clara mi elección”, explica, “He preferido vender mi cuerpo en vez de vender mi cerebro haciendo fotocopias”.

Francesco considera que su condición de trabajador sexual le ha dotado de la decencia que el mercado laboral no le ha sabido reconocer

Semejante alternativa significaba para Francesco la posibilidad de llevar una vida que de otro modo le acabaría siendo negada: “No me siento orgulloso de ejercer la prostitución, pero debo a mi profesión el hecho de ser ahora independiente. Utilizo ahora más mi cabeza, para vender mi cuerpo, que cuando trabajaba en el bufete. Y la gente se siente atraída por mí porque demuestro que tengo capacidad para pensar”.

Francesco considera que su condición de trabajador sexual le ha dotado de la decencia que el mercado laboral corriente no le ha sabido reconocer. Por dicho motivo, el abogado apuesta por dar visibilidad social a su profesión, siempre que la misma se efectúe de manera voluntaria y sin coacción: “La legalización lograría que emergiera la economía sumergida”. Francesco demuestra que tiene claros sus principios: “No existe la verdadera libertad sin libertad sexual. Revindico el derecho de usar mi propio cuerpo para trabajar”.

A pesar de todo, reconoce que su actividad “tiene una fecha límite, no puede durar muchos años, no hay fiestas ni hipotecas”. Como en cualquier otro trabajo, las perspectivas de progreso son imprescindibles: “Me gustaría poder pagar impuestos y construirme un futuro creando una empresa, o una agencia, con mi saber hacer y mi cartera de clientes”.

A diferencia de otros trabajadores del sexo italianos que llevan su condición a escondidas, Francesco no tiene problemas en reconocer a qué se dedica: “Soy el único trabajador sexual que lo ha declarado abiertamente”. Para ello ha sido fundamental la aceptación de su oficio por parte de su familia: “Mis padres son personas inteligentes que han sabido anteponer mi serenidad a sus expectativas y a la opinión de la gente”.

Un discurso controvertido el de Francesco, sobre todo al referirse a una profesión en la que 4,5 millones de personas se encuentran sometidas y explotadas, según la Organización Internacional del Trabajo. Difícil, sin embargo, no reconocerle un cierto coraje. El napolitano es radical, pero pone voz a la marginalidad de muchos jóvenes inteligentes e instruidos, ignorada, o peor aún, no reconocida desde las instituciones que podrían ayudar a paliarla. “Yo ahora vendo mi cuerpo, antes lo malvendía haciendo fotocopias”, concluye el abogado.

Acabar un grado o un máster ya no es garantía de nada. Por ello, muchos jóvenes con importantes titulaciones, y años de sacrificio, deciden abandonar su carrera y su vocación en pos de otras opciones que les permitan ser, como mínimo, autosuficientes. Con todo, hace décadas, renunciar a lo que se había estudiado, podía desembocar en una oportunidad igualmente digna, como las socorridas convocatorias para sacar una oposición. Por desgracia, los caminos alternativos actuales, más allá de los trabajos de emergencia como teleoperador, pueden acabar en opciones laborales bastante oscuras.

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