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Esto es lo que piensa realmente de sus clientes una cajera de supermercado
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Esto es lo que piensa realmente de sus clientes una cajera de supermercado

Sonríe a los niños cuando ni sus padres pueden con ellos y se las arregla para cobrar el importe exacto en medio de colas que son como batallas campales. Así nos ve en el fondo

Foto: "Toma tu tarjeta y vete de una vez". (iStock)
"Toma tu tarjeta y vete de una vez". (iStock)

Cuando nos acercamos a las cajas para pagar nuestra compra, creemos que estamos pasando por un momento más o menos molesto del día. Hay que intentar decidir cuál de las cajas irá más rápido (sin acertar jamás), abandonar a su suerte algunos billetes que serían más felices en nuestro bolsillo y luego cargar con varias bolsas ("¿pequeñas o grandes?": ¡calcúlelo usted!) hasta casa o hasta el coche.

La mujer (casi siempre lo es) del otro lado de la cinta lo tiene bastante peor: sueldo bajo mínimos, muchas horas de pie (o sentada en una banqueta que es un potro de tortura), aguantar las prisas de los demás y asistir, lo quiera o no, al declive de la civilización. Porque algo va mal en el lado acomodado del mundo cuando los menos ricos compran carísimos platos precocinados (repletos de azúcares y grasas saturadas) y los más privilegiados compran otros productos, aún más caros, a los que se ha devuelto el estatus de 'naturales' a base de complejos procesos industriales, mientras la fruta fresca se pudre en su balda, tirada de precio.

"Los peores clientes son los menores de edad que intentan comprar alcohol. Siempre cogen algo obvio, como vodka barato"

Esta es la carta anónima en la que una cajera cuenta al tabloide inglés 'The Daily Mail' su versión de los hechos. Si te quejas de tu trabajo de oficina y te has preguntado alguna vez cómo es dedicarse a cobrar de camino a la salida del supermercado, puede que esto te ayude a recuperar la perspectiva.

Los peores clientes

"La cinta de cada comprador es como una pequeña instantánea de su vida: las mamás de la comida orgánica sin gluten chupi-guay, los solteros tristes con comidas para uno de calentar en el microondas... Los hombres jóvenes son los que peor comen, todo patatas de bolsa y comidas precocinadas, mientras que las señoras de clase media son las más obsesionadas por comer sano". A ella no le sorprenden las estadísticas porque las ve cada día en vivo y en directo.

placeholder Sin gluten, sin triglicéridos y sin sabor: perfecto.
Sin gluten, sin triglicéridos y sin sabor: perfecto.

Si pudiera evitar a un tipo de visitantes, lo tendría claro: "Los peores clientes son los menores de edad que intentan comprar alcohol. Siempre cogen algo obvio, como vodka barato. El supermercado donde trabajo está en una zona acomodada y por lo general son niños de Primaria [máximo, 10-11 años de edad]. Una vez, la madre de un chaval estaba haciendo la compra por su cuenta y se lo encontró discutiendo con el personal. Nunca he visto a nadie tan avergonzado".

"Lo que menos me gusta es encargarme de las cajas de autoservicio, esperando a que los clientes estallen. Se ponen furiosos"

Algo que habrá hecho reflexionar a más de uno en nuestro país es cómo puede ser que los que tienen menos problemas de dinero lleguen a ser en ocasiones los más avariciosos. También sucede en Reino Unido: "Lo que me sorprende de nuestros clientes es cuánto se fijan en las gangas, viviendo en una zona tan buena. Varias veces al día, una señora excava en su bolso hasta producir una pila de cupones de descuento".

Triple trabajo para nuestra protagonista: "Me deprimo, porque tengo que comprobarlos uno a uno. Por lo general, terminará ahorrándose tres-cuatro euros. Me dan ganas de decir: ¿de verdad merece la pena?".

Miedo y compasión

Es aburrido y frustrante, pero a veces sería mejor aburrirse: "Temo a las mamás con bebés gritando, y a los ancianos que de repente recuerdan que necesitan leche y vagan en su busca dejando al resto de gente de la cola esperando enfadada. Compadezco a los padres divorciados: siempre compran pizzas de fantasía y se dejan convencer para comprar dulces y películas. Está claro que no ven a menudo a los niños, así que les dan lo que quieren".

¿Lo peor de todo? "Lo que menos me gusta de mi trabajo es encargarme de las cajas de autoservicio, esperando a que los clientes estallen. Se ponen furiosos, hasta dan puñetazos a las pantallas de la máquina".

"Algunos meten las cosas muy despacio en las bolsas y piensas: 'Me estás fastidiando la media"

"Nadie piensa demasiado en mi trabajo, pero hay que ser un poco psicóloga, técnica de mantenimiento y trabajadora social".

Seguro que María, otra cajera de un supermercado con la que hemos hablado, estaría de acuerdo con esa conclusión: "Lo que más rabia me da es la gente que llega a última hora, la que tiene prisa y la que es desagradable en general, que piensa que no tienes estudios y es tu única opción". Llevados por ese prejuicio, nos cuenta, llegan a hacer por ella hasta las cuentas más básicas, de tabla de multiplicar.

Lo que más puede llamar la atención de su día a día son los robos: "Te la lían. A uno le pillamos con toda la cintura llena de salchichas, ¡era como un cinturón de balas, ja, ja! Otro robó una caja de Colacao y parecía Robocop. Desde que han puesto alarma, la peña se lleva los pollos sin el envase ni nada. Que yo pienso: 'Eso llegará de pelusilla fino, no necesita rebozado'. Luego está la típica tarjeta que no te pasa a final de mes y sabes que no tiene fondos, que te están contando milongas".

Hay mucha gente amable y habituales ya conocidos que le alegran el día pero, incluso los más simpáticos, pueden causar problemas si van con demasiada tranquilidad. Por ejemplo, "las viejillas con sus céntimos, que las hay adorables, pero otras son de retorcer el cuello. En mi caso, te exigen artículos por minuto. Algunos meten las cosas en las bolsas y tú piensas: 'Me cago en todo, me estás fastidiando la media'. U opinan sobre tu corte de pelo aunque no les preguntes, como si fueran tu estilista. Había una señora que le daba al whisky y era de ver. Nos venía mamada a veces y un día casi se nos cae".

Ser buen cliente de autoservicio parece de sentido común, pero no debe serlo por lo que dicen estas trabajadoras. Ante la duda, ya sabes: no robes, date un poco de brío con las moneditas y la conversación, sé amable y, si puedes evitarlo, no vayas borracho.

Cuando nos acercamos a las cajas para pagar nuestra compra, creemos que estamos pasando por un momento más o menos molesto del día. Hay que intentar decidir cuál de las cajas irá más rápido (sin acertar jamás), abandonar a su suerte algunos billetes que serían más felices en nuestro bolsillo y luego cargar con varias bolsas ("¿pequeñas o grandes?": ¡calcúlelo usted!) hasta casa o hasta el coche.

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