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Por qué un gran yate es imprescindible para los ricos y para qué lo usan de verdad
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exhibición y defensa de la intimidad

Por qué un gran yate es imprescindible para los ricos y para qué lo usan de verdad

Muy engorrosos para navegar, fundamentales cuando se trata de hacer ostentación de riqueza. ¿Cómo son y dónde están estas grandes viviendas móviles de superlujo?

Foto: El yate de Andrey Melnichenko, atracado en el Támesis. (EFE)
El yate de Andrey Melnichenko, atracado en el Támesis. (EFE)

Estos días ha atracado en Santander uno de los yates de Andrey Melnichenko, multimillonario ruso que ha amasado su fortuna gracias al negocio del carbón y los fertilizantes. El barco se llama 'A', según algunas fuentes en honor de Aleksandra Nikolic (modelo serbia conocida por su matrimonio con el magnate), y el mes pasado fue noticia también al aparecer en uno de los puntos más turísticos del Támesis, junto al famoso buque de guerra 'HMS Belfast', que lleva atracado allí como museo flotante desde 1971.

El gigantesco barco —143 metros de eslora— es uno de los yates más lujosos del mundo. El ruso lo compró por unos 250 millones de euros en 2008 y, aunque el valor de estos transportes de megalujo baja aún más rápido que el de los coches nada más salir del concesionario, debe de seguir valiendo un buen pellizco. Dicen los rumores que solo los pomos de las puertas de los baños cuestan 40.000 dólares, una minucia si tenemos en cuenta que Melnichenko tiene, según 'Forbes', 9.200 millones de patrimonio.

No hay nada como un superyate para pasar automáticamente al 'top'. Cuanto más grande y menos práctico, mejor

Estos barcos suelen tener varias piscinas, helipuerto, discotecas, y a veces la parte inferior del casco es de un indestructible cristal transparente que permite ver el fondo del mar. Lo importante, sin embargo, no es solo lo que tienen y su tamaño, sino dónde se dejan ver. Emma Spence ha escrito un libro de próxima aparición sobre superricos y explica que los dueños de estos navíos de lujo suelen preferir atracar en puertos destacados, con bares y restaurantes, para asegurarse un público de nivel similar al suyo.

Su investigación, reseñada en 'The Guardian', se ha centrado en la Costa Azul, epicentro de esta moda, si podemos llamar moda a algo solo al alcance de unas decenas de personas en todo el mundo. Durante seis años, ha accedido a sus secretos, normalmente muy bien guardados de los paparazis y de cualquier posible ataque con ventanas antibalas y sistemas antimisiles, y se ha convertido en la sombra de un comerciante de yates en Mónaco.

Los gastos fijos son astronómicos, y es necesaria toda una tripulación profesional para mantenerlos a flote. Como apuntábamos, al contrario que el arte y las propiedades inmobiliarias, los yates se deprecian, y muy rápido. No hay nada como comprarse uno para pasar automáticamente al 'top' de los que pueden permitirse derrochar. Cuanto más grande y menos práctico, mejor. Como decía un propietario entrevistado por la escritora, "lo que hace deseable un yate es que permite a los superricos representar su estatus de riqueza".

Uno de los multimillonarios de los que ha hablado Spence es Sir Philip Green, propietario de un yate de 100 metros llamado 'Lion Heart' (Corazón de León). Una vez, Emma fue testigo de cómo Sir Philip apareció en el yate de otro rico como Pedro por su casa: "Entró por popa con pantalones de navegar y una camiseta, una apariencia típica de los superricos: mejor cuanto más informal". Los hijos adultos del dueño del yate y sus amigos inmediatamente se pusieron de pie como si hubiera entrado un mandatario y le prestaron atención hasta que él dijo que podían sentarse. "Jamás he visto a alguien imponer ese respeto en el yate de otro", dice la autora.

Tanta altivez suscita envidias, por supuesto. Otra de las anécdotas del libro es una gamberrada que una tripulación 'rival' llevó a cabo en el barco de Green. Treparon a bordo y cambiaron el nombre, de Corazón de León, 'Lion Heart', a 'Lion Fart', Pedo de León.

En seis años, Spence solo se ha encontrado con dos capitanas y dos sobrecargos mujeres. A partir de los 30 años, desaparecen: solo quieren jovencitas

Hay una tensión permanente entre la exhibición y la defensa de la intimidad. En Saint-Tropez, cientos de personas se sientan a esperar la llegada de los superyates en los muelles. Los dueños no son famosos, pero llegar así les da un estatus que intimida. Sus hijos varones, cuenta Spence, "se pasean cada noche por los grandes clubes exclusivos, como el VIP Rooms de Saint-Tropez o el Gotha en Cannes, gastan 5.000 o 10.000 libras en una mesa y compran botellas de Dom Pérignon. Hay una pandilla de chicas jóvenes que pasa el día de acá para allá por el puerto, entrando en esos clubes y codeándose con ellos. Después, las más afortunadas pueden subir a los yates. Lo complicado, según cuenta, es explicarles que no pueden subirse borrachas y con tacones afilados a bordo.

De vuelta al yate paterno, estos niños bonitos tienen que bajar un poco el listón y se aseguran de servir un champán algo más barato. Con todo, acceder a la casa flotante es pasar un exigente filtro, ideal para controlar que solo los que estén en la misma liga lleguen a mezclarse con ellos. La ley marítima es una buena excusa para deshacerse de las jóvenes venidas desde los clubes sin mayores contemplaciones: si el barco no tiene certificado de 'gran yate', solo pueden subir 12 personas, así que los hijos de estos ricachones pueden hacer un 'casting' caprichoso y dejar plantadas a las que quieran en el último momento.

Según el testimonio de esta autora, toda la industria alrededor de los superyates está fuertemente sesgada por géneros. El equipo a bordo es masculino en cubierta y femenino en el interior. En seis años, solo se ha encontrado con dos capitanas y dos sobrecargos mujeres. El capricho de los dueños hace que a partir de los 30 años, las mujeres desaparezcan de las tripulaciones. Solo quieren jovencitas.

Superhabituales

Hay cada vez más superyates, porque hay cada vez más súperricos: el número ha crecido, según Credit Suisse, hasta un 50% en cinco años. Simon Goldsworthy, de la empresa de yates de lujo Camper & Nicholsons, dice que "el cliente que hace 15 años, con un yate de 50 metros, tenía uno de los más grandes de la bahía; ahora está rodeado por decenas de yates de 60 o 70 metros, con lo que se convence de que debería subir de nivel".

William Mathieson, director editorial de Superyacht Group, dice que esta tendencia de los yates de expedición se debe a una nueva generación de jóvenes superricos, desde herederos de las fortunas tradicionales a millonarios del sector 'punto com', en busca de experiencias de huida. Aunque algunos dueños quieren aventuras exóticas en lugares lejanos, Mathieson sospecha que para otros es el equivalente en yate a los innecesariamente grandes 'todoterrenos de ciudad'.

Si te estás planteando adquirir uno de estos exclusivos medios de transporte, tranquilo, no hace falta que pases el día a bordo con el esfuerzo que supone tratar con el populacho de la tripulación. Lo importante, según explica Spence, es que lo tengas amarrado en lugares bien visibles.

Estos días ha atracado en Santander uno de los yates de Andrey Melnichenko, multimillonario ruso que ha amasado su fortuna gracias al negocio del carbón y los fertilizantes. El barco se llama 'A', según algunas fuentes en honor de Aleksandra Nikolic (modelo serbia conocida por su matrimonio con el magnate), y el mes pasado fue noticia también al aparecer en uno de los puntos más turísticos del Támesis, junto al famoso buque de guerra 'HMS Belfast', que lleva atracado allí como museo flotante desde 1971.

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