Aquí (de verdad) no hay quien viva: los peores vecinos de tu vida
¿Crees que aquel que se dejó el despertador encendido en vacaciones es de lo peorcito en cuestión de convivencia? Espera a conocer a estos...
La cultura popular española está repleta de referencias al infierno de vivir en comunidades de viviendas. Desde '13,rue del Percebe', el genial tebeo de Francisco Ibáñez (precursor de 'Aquí no hay quien viva' y 'La que se avecina'), hasta 'La comunidad', de Álex de la Iglesia, pasando por el cine de Berlanga o la web 'Drama en el portal'.
Aquí hay poco suelo y muy caro, y demasiadas constructoras sin escrúpulos dispuestas a sacar el máximo rendimiento. Patios minúsculos por los que se oye absolutamente todo (pero no se ventilan los olores), paredes de papel, ascensores claustrofóbicos... y una tendencia a espiar a los demás bastante preocupante. Si además nuestros congéneres no saben convivir, no entienden eso de la higiene personal o no controlan a su mascota... directamente es como para fantasear con destierros a Siberia.
Hemos consultado en redes sociales y hemos seleccionado algunos casos que espeluznan a cualquiera: bienvenidos al portal del horror.
Drogas y basura (humana)
Ricardo (38 años), nuestro primer confidente, nos cuenta: "Mi vecino de enfrente tiene dos negocios: primero, cultiva maría y la vende. Lo del coche aparcado enfrente y el tipo que entra y sale a los dos minutos es habitual. Pero además cría perros. Primero lo hacía con una raza grande, pero por motivos de espacio ha cambiado a otra más pequeña. Hay que imaginar la cantidad de chuchos que pudo llegar a tener, y claro, hay que limpiar. ¿Qué hacía? Todo al patio: abría el desagüe y manguerazo. Hasta que un día la cañería dijo 'basta' y reventó en el garaje sobre el coche de un vecino". La definición de 'negocios sucios que salpican' a los demás.
El mismo entrevistado tiene a otra 'elementa' dos pisos más arriba: "Para sacar la basura, la tira al patio; es decir, sacude el mantel y lo que haya. Colillas, trozos de vidrio... Encima es de las que se quejan: se le cae ropa que tiende a mi tendedero y siempre espera a que la ponga en la zona de buzones en lugar de bajar. Un día bajó y nos acusó de apropiarnos de una 'camiseta supercara' y lo fue soltando por todas las esquinas. Hasta desmonté un armario donde guardamos cosas para ver si estaba detrás, pero ni rastro. Se vengó tirando, literalmente, mitades de ladrillo a mi patio, que cayeron en la piscina que tengo y casi le dieron a mi perro en la cabeza". Pero donde las dan las toman: "Una vez se le cayó un tanga de leopardo y se lo dejé medio metido en su buzón; así, que se viera".
Fueron meses de horror hasta que se marchó para casarse. Los vecinos compramos cerveza para celebrarlo en la cochera
Otro colaborador, sesenta y algo años, al que llamaremos Mario, dice: "Un día a las tres de la mañana me empezaron a llamar a la puerta. Era la vecina de arriba, reclamándome que daba yo portazos enloquecidamente. Le expliqué que solo tenía una puerta y que solía estar abierta. La vecina tenía treinta y pocos, rubia y no de mal ver, salvo por la mirada de esquizofrénica, la bata, las chanclas y la mascarilla. En varias ocasiones más bajó enfurecida a reclamarme los portazos; estaba como una manada de cabras suizas de LSD. Tenía líos con todos los vecinos y lo suyo era claramente una esquizofrenia paranoide de libro de texto... La mejor fue una ocasión en que tenía yo visita de amiga con derecho a roce y la había tenido que apercibir del problema. En cuanto la loca de arriba llamó a la puerta, mi visitante se metió al baño cuidando de no cerrar la puerta. Cuando acabaron los gritos de varios minutos, la encontré acurrucada dentro de la ducha, aterrada. Noche 'sexy' poca... Fueron meses de horror hasta que un día la loca se marchó para casarse. Los vecinos compramos unas cajas de cerveza e hicimos una pequeña reunión para celebrarlo en la cochera del edificio".
'Neighbours from hell'
Pepe, 52 años, confiesa que él también ha sido lo que llama un 'neighbour from hell' para otros, con sus sinfonías de Mozart a todo volumen. Probablemente mejor que las prácticas de Dj a altas horas de la noche de su huraño vecino contiguo. Cuando se fue, llegó una pareja... y la cosa no mejoró del todo: "La muchacha profería unos alaridos en el acto del 'amó' que eran para oírlos. Una noche que se quedó a dormir, mi madre vino sobresaltada a decirme que creía que había 'un alma en pena'. 'Hombre, tanto como en pena...', contesté yo".
Otra amiga, Alicia, treintañera, ha tenido que elegir entre varios sujetos al que le parece más destacable: "El hombre tenía montado un 'bisnes' de venta de droga al por menor y recibía clientes a todas horas del día. Un buen día, cuando se dio cuenta de que yo ya me había coscado de todo, llamó a mi puerta y me ofreció un par de paquetitos de 'género gratis' a cambio de mi discreción. He de admitir que por ese entonces yo vivía la vida loca y me pareció buena idea. Así que acepté. Craso error. A partir de entonces, intentó utilizar mi piso (que estaba frente a su puerta) como almacén, porque tenía a la 'pasma' con la mosca detrás de la oreja. Me negué. Otro día tuvo una pelea en su casa con un cliente insatisfecho y se refugió en mi casa mientras el otro aporreaba la puerta y le amenazaba de muerte. Otro día, por fin, le montaron una redada en casa pero se libró porque no tenía "género" en ese momento. Cuando volvió de la comisaría me acusó de haberme chivado y me lanzó amenazas veladas. Ahí acabó nuestra extraña amistad. Poco después, volvió la policía a su casa y esta vez sí le pillaron. Creo que aún está en la cárcel, planificando mi asesinato".
Una joven de Madrid, María, tiene otra de arrojar cosas: "Tengo una vecina anciana, que está un poco senil y vive con su hijo mayor. Total, que a la mujer a veces le da por ahí y tira platos y huevos a la calle y al patio interior. Lo malo es que en la calle hay tres terrazas y ahora están llenas. Lo cual resulta bastante peligroso. Y cuando los tira al patio interior, además de manchar la ropa tendida, nos da un susto de muerte a los vecinos. Imagínate, estás ahí comiendo tan tranquilo en tu casa y de pronto oyes PUM PUM. Y son platos de porcelana estrellándose contra el suelo". Algunas no aguantan nada, ¿eh?
Todo el que tenga hijos sabe que, al menos durante los primeros tiempos, hay que aguantar lloros incontrolables. Pero algunos no lo aceptan. Esto le pasó a otra consultada, Gracia (36): "La vecina de abajo me llamó a las dos de la mañana y me preguntó por qué no hacía nada para hacer callar a mi hija. Le contesté que había pensado en tirarla por la ventana pero que me daba no sé qué. Entonces amenazó con llamar a la policía. Le dije: 'Llama, llama, a ver si se la llevan y dormimos todos'. Pero se lo tomó mal y encima no llamó". Así no hay manera.
No se lo olían
A Laura se le agolpan las historias. Recientemente ha sufrido a un vecino que entrena a su loro para que se pase el día silbando. "Desde el clásico 'fiu, fiu guapa' a la 'Marcha imperial' de 'La guerra de las galaxias'. Estas vacaciones nos despertamos cada día al amanecer gracias al loro. El abuelo de la familia se entretenía entrenándolo y luego se iba, dejándonos a todos con la gracieta. El pajarillo cantaba cada vez que veía luz". Pero tiene otra historia más extravagante. Cuando vivía en el Borne en Barcelona, "los yonquis entraban a consumir haciendo ruidos asquerosos. Cuando se pasaban mucho, llamábamos a la guardia urbana, pero a la noche siguiente volvían. Esta situación aguzó el ingenio de un vecino, que decidió untar el portal de Nocilla para que pareciera diarrea y disuadirles de sentarse en el portal. La idea funcionó en ese sentido, pero claro, también era asquerosa para el resto, en especial para los que necesitábamos deslizar una maleta por el suelo, los encargados de limpiar o los que ya habían vomitado antes de saber lo que era". Lo que se dice una obra de arte para los cinco sentidos.
El vecino de arriba de Ana (30) un día llamó a la puerta a eso de las 10 de la mañana: "Cuando lo vi por la mirilla, pensé que se le había caído un calcetín o algo al patio. Yo vivo en un primero y puedo acceder a él. Abrí la puerta y lo veo con un 'flis' de estos de limpiar y un paño atado al cinturón, rollo escuadrón de limpieza. Me dice que ha sacudido una alfombra gigante y ha caído mucha mugre a mi ventana y me la va a limpiar, ¡que no puede dejármela así! Quería meterse en mi casa a limpiar los cristales de mi habitación. Estaba mi hijo, que tenía poco mas de un año, la cama sin hacer... Un cuadro. El caso es que le dejé y quedaron superlimpias". Ojalá todos los vecinos invasivos fueran así.
Abrieron la puerta para salir a la calle y se encontraron unas deposiciones, presumiblemente de su mascota, en una caja cerrada, como un regalo
Los vecinos de abajo de David (cuarenta y pocos) eran los encargados de cocinar la comida china que se vendía en Gran Vía, años 2001 a 2004: "Los fines de semana por la noche, un olor a fritanga subía por el patio a la vez que se oía el crepitar de un 'wok'. Si me pillaba con la ventana abierta, me provocaba arcadas... En esa misma época tuve una compañera de piso que cuando mantenía relaciones sexuales cerraba la puerta, subía el volumen de la música y entonces todo el edificio podía oírla gemir por la ventana que dejaba abierta y daba al patio. El sonido tenía una especie de eco reverberante".
Mejor cómprate un gato
En casa de sus padres, Sergi tuvo a una familia estupenda... para este artículo. Ponían la música a un volumen curioso: "Temblaban las ventanas. Y subía, vaya que si subía y les decía que la bajaran, pero nada, 10 minutos y como un ariete contra portón. Y solo ponían ¡¡dos canciones!! Y hablo de estar semanas así, con dos temas que alternaban todo el santo rato, el pequeño ponía 'Bonito bonito eres', de Yolanda Ramos, y el mayor 'How you remind me', de Nickelback. He acabado odiando ambas canciones a muerte, a unas 6-7 veces la hora". Ni Mozart componía tan bien como para eso. Además, nos explica que eran un poco amigos de lo ajeno. Dos hermanos distintos de la misma familia intentaron robar en la casa aprovechando que había confianza en la comunidad y se dejaban puertas abiertas: "Era sintomático en esa familia que tenían que robarnos sí o sí".
Emilia y su marido vivieron una pesadilla en la sierra de Madrid con un vecino que se la tenía jurada a su gato por un quítame allá esas caquitas en el jardín. Un buen día abrieron la puerta para salir a la calle y se encontraron unas deposiciones, presumiblemente de su mascota, en una caja cerrada con primor, como un regalo. Nos recuerda a la cabeza de caballo de 'El padrino', porque, aunque no se demostró si fue la misma persona, poco después escucharon un disparo y acto seguido vieron al gato, "corriendo a toda leche sangrando para casa. Lo llevamos al veterinario y le sacaron la bala. Nadie vio nada, nunca se supo más", nos dice Emilia. Uno de esos casos que justifican aquello de que "los animales son mejores que las personas".
Por lo menos, mejores que algunos vecinos.
La cultura popular española está repleta de referencias al infierno de vivir en comunidades de viviendas. Desde '13,rue del Percebe', el genial tebeo de Francisco Ibáñez (precursor de 'Aquí no hay quien viva' y 'La que se avecina'), hasta 'La comunidad', de Álex de la Iglesia, pasando por el cine de Berlanga o la web 'Drama en el portal'.