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Los niños no quisieron quitar los pies del asiento del tren. Se lió muy gorda
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lo opuesto a 'supernanny'

Los niños no quisieron quitar los pies del asiento del tren. Se lió muy gorda

A todos nos ha pasado alguna vez: sentirnos ofendidos por un menor en público y dudar de si debemos responder. ¿Reaccionar por las malas o dejarlo pasar y tragarnos el orgullo?

Foto: No nos extraña que la foto haya levantado ampollas.
No nos extraña que la foto haya levantado ampollas.

Jubilado enfadado y niños provocadores es una combinación peligrosa. En el transporte público, donde todo se ve (y se puede grabar) pero las responsabilidades y las jerarquías son difíciles de delimitar, la cuestión es aún más resbaladiza.

Recientemente los medios británicos han publicado una de esas historias que parecen tener poca relavancia por sí mismas -la clave de todo está en que existe una imagen llamativa de lo sucedido- pero que llevan a debates importantes sobre el estado actual de las cosas y cómo mejorarlo. La discusión sobre la autoridad y sobre la posibilidad de usar la violencia en alguna medida para corregir el mal comportamiento en los niños está muy viva en Europa, aunque la teoría socialmente aceptada y los estudios científicos son bastante tajantes: ningún cachete es la mejor opción. La letra con dulzura entra.

Sin embargo, la paciencia no nos asiste siempre como debiera y muchas fuentes del sistema educativo se muestran impotentes para enseñar sin un poco más de manga ancha por parte de los padres, que a veces se creen investidos de licencia para gritar, o incluso pegar, pero discuten el más mínimo gesto de autoridad del resto de los adultos. De unos colegios irrespirables, donde se ahogaba sistemáticamente la personalidad de los pequeños, y de unas calles sin protección donde los menores no tenían derecho a nada, hemos pasado a plantearnos si no habremos relajado demasiado la disciplina, para mal de los profesores y de los propios chavales.

Tiempo para pensar e indignarse

Nuestros mayores, todos, tienen motivos para el malestar. Su salud no es lo que era, el mundo cambia a velocidad de vértigo y les deja atrás y la sabiduría que suponían en los ancianos cuando ellos eran jóvenes no es la que se les atribuye hoy. Pero el comportamiento de este hombre, fotografiado y denunciado en las redes sociales, no es fácil de disculpar.

Según informa 'Manchester Evening News', la Policía de Transportes de Gran Bretaña (BTP) y Northern Rail han confirmado que el individuo en cuestión agredió a un niño (de ocho a once años) por negarse a bajar los pies del asiento en un tren que viajaba de Clitheroe a Manchester Victoria a la hora de comer. La situación de entrada, muy habitual: unos niños con problemas en casa, o con ganas de llamar la atención, ponen los pies donde no deben y un adulto se indigna y decide hacer justicia. Si los críos obedecen, con mejores o peores modales, la cosa suele quedar así. Pero cuando la respuesta es un muro, solo queda comerse las palabras y la humillación... o derribarlo por la fuerza.

El equipo del tren y el resto de pasajeros no dieron importancia al asunto y dejaron al sujeto irse sin más, pero se compartió en redes sociales

Un estudiante de 17 años, testigo anónimo de lo sucedido, explica: "Los niños, tres chicos de ocho-once años, tenían los pies encima del asiento. El tío fue hacia ellos, les pidió que los bajaran y ellos se pusieron bastante chulos. El tío, de unos 70 años, les amenazó con un sopapo y se sentó. Entonces, los niños volvieron a subir los pies sin intención de hacerle caso. El tipo volvió, intentó bajarles los pies y lo siguiente que vi es al hombre dándole a uno de los niños en las costillas y haciéndole una llave, como en la foto".

El testigo avisó a Northern Rail, que gestiona este servicio de trenes, y vio que, para su sorpresa, al hombre no le pasaba nada. Entre el equipo del tren y el resto de pasajeros no se dio importancia al asunto y dejaron al sujeto irse sin más. Lo que podía haber sido un incidente sin consecuencias se fotografió y se compartió rápidamente en Facebook y Twitter. Y se encendió la mecha, claro. Otra pasajera compartió el estado: "Los niños se portaron mal e iban sin padres pero tenían ocho-diez años, tres chicos. El hombre actuó como un poli americano. Niño llorando".

La institución ferroviaria y la policía de transportes están investigando lo sucedido y han pedido más declaraciones de testigos para completar la información.

¿Qué hacer ante un niño desobediente?

Hemos oído hasta la saciedad que las rabietas son necesarias, parte del desarrollo de los niños y de su exploración de los límites. Esto es cierto sobre todo hasta los tres o cuatro años, cuando aún no saben gestionar la frustración. Cuando un preadolescente necesita romper las normas a diario, la cosa cambia y salpica a los demás niños y a los adultos. ¿Cómo actuar para que la convivencia sea posible?

Los expertos recomiendan a los padres poner normas claras y estables y marcar rutinas; motivar con premios y no solo con castigos; que las acciones de los niños tengan siempre similares consecuencias, estemos de peor o mejor humor; ser firme pero sin dejar de demostrar afecto y, a partir de los seis o siete años, razonar mucho con ellos porque, aunque aún no entiendan todas nuestras razones, respetan y aprenden del hecho de que estas razones existan. Que un chico de diez o doce años no reaccione bien ante el ordeno y mando es signo de inteligencia y hay que argumentar, aunque la última palabra tiene que tenerla siempre el adulto.

El tipo volvió, intentó bajarles los pies y lo siguiente que vi es al hombre dándole a un niño en las costillas y haciéndole una llave

En otro artículo de esta misma sección, Rocío Ramos-Paúl, la 'Supernanny' española, nos explica esta necesidad de negociar y ser flexibles durante la adolescencia y cómo combinarla con la firmeza y la seguridad. Lo que hizo este hombre no soluciona el problema más allá de un desahogo que seguramente habrá lamentado después. Por el disgusto, y porque los chicos de esas edades llevan en su ADN ese tipo de comportamientos, como dice Ramos-Paúl. Dándoles tanta importancia no los frenamos, sino que les reafirmamos en que lo que están haciendo es una lucha con sentido contra los mayores. Cuando probablemente es, sobre todo, culpa de las hormonas o de un mal día en el instituto, no de un conflicto generacional real.

Si desobedecen por sistema probablemente tienen baja autoestima, aunque parezca lo contrario. También puede que lo que juzgamos desde fuera como una falta de normas en su casa sea más bien una falta de amor o unas normas inestables o arbitrarias.

En cualquier caso, erigirse en justiciero del tren o del autobús en un caso como este, donde nadie corre peligro físico ni psicológico, no parece merecer la pena.

Jubilado enfadado y niños provocadores es una combinación peligrosa. En el transporte público, donde todo se ve (y se puede grabar) pero las responsabilidades y las jerarquías son difíciles de delimitar, la cuestión es aún más resbaladiza.

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