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Las cosas que nunca debes hacer en un bar
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Las cosas que nunca debes hacer en un bar

Si crees que con gritar "guapa" a la camarera desde que entras por la puerta o con tirar sonoras monedas de dos euros a la barra como propina lo tienes todo hecho, te equivocas

Foto: El estatus de Cliff y Norm en 'Cheers' no se consigue en un día.
El estatus de Cliff y Norm en 'Cheers' no se consigue en un día.

España destaca por ser uno de los lugares de Europa con más bares por habitante. Para un español, “tiempo de calidad” después del trabajo significa, casi siempre, pasar un rato en ese lugar mágico y libre de obligaciones donde todos somos un poco jefes, campeones y figuras.

El que hace deporte, para reparar fuerzas; el que nunca hace nada, para al menos ver a gente y cambiar de aires. Todos somos filósofos en un bar, todos sabemos de todo en un bar, no hay como el calor del amor en un bar… Aunque todo esto solo es así cuando estás a este lado de la barra.

¿Qué pasa con los hosteleros del otro lado? ¿Les llega parte de esa felicidad o preferirían trabajar en una cadena de montaje para no ver toda esa diversión tan cerca?

Que no cunda el pánico: los que han pasado por ello, como dueños, gerentes o camareros, suelen cogerle cariño a sus habituales… pero no a todos por igual. Aquí te damos todas las pistas más importantes para que no sea necesario algo similar al síndrome de Estocolmo para quererte a ti, que estás leyendo esto, como cliente y no solo como persona. Porque son cosas distintas.

1. No seas un brasas

Todos sabemos que no se debe ser antipático, pero créenos, los camareros prefieren a alguien demasiado seco que a un pesado que suelta rollos interminables sin atender a los signos no verbales de falta de interés o, peor, de prisa.

Puede parecer que si el camarero está solo agradecerá el palique, pero puede ser aún peor, porque, caso de que no quisiera escucharte, no tiene forma de huir. Si vas mucho y solo consigues tener una agradable charla cuando estáis los dos solos, puede que para él o ella no sea tan agradable.

Otra prueba infalible es probar alguna vez a no ser tú el que inicia una conversación y ver si la inicia el camarero. Si nunca lo hace y sin embargo ya se conoce toda tu vida, no es grave pero asúmelo: eres un brasas.

2. Las cosas claras

O sea, si te gusta el chocolate espeso, dilo desde el principio y no tengas vergüenza, agradecen la seguridad. Mientras tú valoras si ser sincero o no, pueden haber perdido un valioso tiempo en traerte algo que no quieres.

Si te cuesta elegir entre las opciones del menú de comida o bebida, puedes pedirle que te sugiera cosas, pero mejor dale alguna pista de lo que te apetece (caliente o frío, picante o no, ligero…) para que no tenga que recitar en balde ni necesite inspiración divina. Y nunca le des el trabajo añadido de tomar la decisión final. No les hace ilusión, en serio. Lo ideal es que, si te sugiere algo y te gusta, se lo agradezcas. Si no te gusta, date cuenta de que era imposible saberlo.

Mejor si no dejas monedas demasiado pequeñas de propina, pero si tus consumiciones son también pequeñas mejor algo que nada

El otro extremo de la tipología es ese cliente que tiene muy claro lo que quiere, lo tiene definidísimo en su cabeza y te pide que le quites una de las dos aceitunas y que le pongas, como comentábamos en otro artículo, una ensalada de tomate sin tomate. Esto tampoco te convertirá en el cliente del siglo. Tienes todo el derecho, pero aquí no hablamos de normas sino de detalles para nota.

3. No seas tacaño

Lo importante es el gesto, no tanto la cantidad. Los sueldos en la hostelería no suelen ser gran cosa y un pequeño añadido por el que no tendrán que pagar impuestos es una ayuda a final de mes y puede ser la diferencia entre ahorrar o no. Lógicamente, mejor si no dejas monedas demasiado pequeñas (librarte de la calderilla que eres incapaz de usar en el supermercado no es generosidad, amigo), pero si tus consumiciones son también pequeñas, mejor algo que nada.

4. ¿Y la tarjeta de crédito?

No siempre les viene mal, pero cuidado con los sitios pequeños, que lo tienen mal para negociar con las entidades bancarias. En los bares grandes puede llegar a ser incluso mejor plástico que metálico: ahora que la mayoría de los datáfonos tienen número secreto y no hay que esperar por tu firma, se ahorra tiempo, hay menos opciones de equivocarse al no tener que dar cambio, y así se pueden evitar algunos descuadres de caja.

En cualquier caso, si preguntas qué les viene mejor siempre te lo agradecerán.

5. ¿Tonteos? Pocos y rápidos

Sonreír, contestar a tu frase supuestamente graciosa o sortear tus halagos con elegancia es un esfuerzo y no siempre está bien recompensado en su nómina. No les des tarea cuando los veas liados, y retírate enseguida si ves que no hay una respuesta clara.

Ten en cuenta que para una persona media un piropo puede ser agradable aunque no quiera nada contigo, pero para la gente que trabaja en un bar es menos valioso, porque conocen a gente nueva todos los días y ya saben que pueden resultar atractivos. Es muy difícil subirle el ego a un camarero con experiencia, y sorprenderle está destinado a muy pocos, así que no juguetees solo por aburrimiento.

Si te gusta de verdad (para que nos entendamos, si no es la primera vez que ves a la persona y si este flechazo no te sucede todas las semanas), pregunta una vez y jamás insistas después del primer no.

6. No grites

Parece una norma básica de educación, pero en los bares solemos relajarnos demasiado. Ellos no te sirven la bebida lanzándotela desde lejos y tú tampoco deberías dar instrucciones a voz en cuello.

Peor quizá que gritar es chistar, como si los que te atienden fueran tus mascotas.

7. Los extras no se exigen

Si pasas más tiempo en tu bar favorito que Norm el de 'Cheers' ten por seguro que tendrán detalles contigo. Rondas extra, chupitos finales, mejores tapas con la cerveza… La línea entre lo comercial y lo amistoso es difícil de trazar a partir de un momento, pero si te aprovechas serán los del bar los que tendrán que poner fronteras, y será duro para todo el mundo.

8. La confianza, en las dos direcciones

Muy relacionado con lo anterior. Si tratas al personal de mesa o de barra como si fuera tu amigo a la hora de tomarte confianzas y contar intimidades, piensa que a los amigos hay que cuidarlos. ¿Siempre te pregunta por tus hijos o por tu marido y tú no sabes ni su nombre? Solucionar esa asimetría puede ser muy bueno para los dos.

9. Los platos y los vasos no son papeleras

Para hacer determinadas guarradas, casi mejor el suelo. Cuidado sobre todo con mojar desperdicios secos. Mal está llenar el hueco entre los pies y la barra de cáscaras de pipa, pero envolverlas como para regalo con una servilleta o meterlas en un vaso húmedo es mucho peor.

Otra cosa que odian los camareros es que sueltes las monedas en la barra bruscamente, desperdigándolas o haciéndolas sonar sin necesidad

No aproveches para librarte de papelotes que llevas en la cartera como si tal cosa, dejándolos en la mesa o en el plato. Parece que no cuesta nada recogerlos cuando limpian la mesa, pero si eso fuera cierto tampoco te cuesta a ti levantarte hasta una papelera, que para eso están.

10. Usar el dinero como si fuera limosna

Aclarémoslo rápido: pagas por todo lo que obtienes en el bar, producto y servicio, no porque seas muy generoso ni porque estés por encima de nadie.

Agitar los billetes en la mano para llamar la atención de los camareros parece un soborno, una cosa sucia. Está feo porque es como dar por hecho que si te atienden rápido es por obtener un premio (que ya merecen aunque te atiendan en el orden que toca) y no por mera profesionalidad.

Otra cosa que odian es que sueltes las monedas en la barra bruscamente, desperdigándolas o haciéndolas sonar sin necesidad. Como diciendo “si las quieres, recógelas, esclavo". No lo harías al pagar a un abogado o al que te hace la declaración de la renta.

Así que está claro, ¿no? Por prestigioso y serio que sea tu trabajo, para los buenos camareros el suyo también lo es.

Por eso lo hacen tan bien y por eso los necesitamos.

España destaca por ser uno de los lugares de Europa con más bares por habitante. Para un español, “tiempo de calidad” después del trabajo significa, casi siempre, pasar un rato en ese lugar mágico y libre de obligaciones donde todos somos un poco jefes, campeones y figuras.

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