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Por qué quienes mienten y engañan salen perdiendo al final
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¿hay mentirosos felices?

Por qué quienes mienten y engañan salen perdiendo al final

Si después de decirle al casero que esa humedad que has provocado estaba ahí desde el principio sientes un bajón de ánimo importante, no eres débil sino una persona común

Foto: Puedes engañar a los demás, pero no a ti mismo. (iStock)
Puedes engañar a los demás, pero no a ti mismo. (iStock)

Si te sientes triste cuando mientes no pienses que estás poco preparado para la vida moderna. Si aprendes de ello y evitas hacerlo demasiado para ahorrarte ese mal rato, puede que tengas más posibilidades de ser feliz. Y es que, además de estar mal, mentir o robar puede hacerte mal.

Amy Morin, autora del libro '13 cosas que no hace la gente mentalmente fuerte', nos habla en Psychology Today de un estudio de la universidad de California directamente relacionado con los intereses que han guiado su obra. La investigación concluye que el engaño que nos parece conveniente puede llegar a costarnos mucho bienestar.

Si todos tus amigos se tiran por la ventana…

Los datos para Morin son desalentadores: una abrumadora mayoría de personas, al menos en EEUU, tiende a hacer trampas en aspectos importantes de la vida. Según los datos que proporciona en su artículo, un 56% de los estudiantes de Administración y Dirección de Empresas admiten haber copiado al menos una vez, el 41% de las personas casadas confiesan alguna infidelidad “física o emocional” y en torno a tres de cada cuatro personas –sobre todo los hombres pero no por mucha diferencia— afirman que engañarían a su pareja si supieran que nunca serán descubiertos.

El bien nos hace sentirnos mejor, no solo en los tebeos de superhéroes

Es triste ser corrupto

Los impuestos son otro caso claro. Aunque a casi todos nos parece indudablemente mal evadirnos, el fraude fiscal es una tentación real para millones de personas.

Las que hicieron el experimento en cuestión, que se puede encontrar en ScienceDirect, participaban en actividades y conseguían papeletas para ganar premios. Cuantas más papeletas lograban, más probabilidades de llevarse el gato al agua. Los investigadores pusieron deliberadamente fácil hacer fraude, pero no todos los sujetos estudiados tomaron el mal camino. Los que siguieron las normas hablaron de dos motivos: pensaban que simplemente estaba mal, o creían que podían ganar justamente.

Los que actuaron en grupo se mostraron menos preocupados por mentir: lo hacían por los demás

Los que engañaron intentaron justificar su deshonestidad convenciéndose a sí mismos de que en el fondo eran buenas personas, pero en la práctica sabían que los otros participantes lo verían inmoral si lo supieran, y esa discrepancia entre las dos imágenes, la suya propia y la que imaginaban en la cabeza de los otros, ensombrecía sus éxitos sin importar los premios. Un ascenso a la cima rápido y fácil iba seguido de una caída en picado.

Además, no había un punto en que dejara de afectarlos: la relación entre la cantidad de personas engañadas y la infelicidad sufrida por el tramposo fue directamente proporcional.

placeholder Piénsatelo dos veces, eres el principal afectado. (iStock)
Piénsatelo dos veces, eres el principal afectado. (iStock)

A Morin le interesa especialmente que los individuos que trabajaron en grupo se mostraron menos preocupados por su comportamiento. Si eres seguidor de 'Gran Hermano', quizá ya hayas pensado que este es probablemente el motivo por el que las fechorías relativamente graves en pandilla (robo de comida en masa los días de hambre, travesuras infantiles solo para molestar a gente dormida y agotada…) tienen mejor prensa que las cábalas de los llamados despectivamente “estrategas” en pos de sus intereses individuales. La explicación que, según sospechan los psicólogos del estudio, tienen estos fenómenos puede estar relacionada con un autoengaño sencillo: cuando hacemos trampas en grupo podemos convencernos de que, al menos en parte, lo hacemos por los demás. Volviendo a 'Gran Hermano', robarle cosas al dormido para animar a otro de los traviesos nos resulta en cierta forma desprendido y generoso, mientras que el que calcula nominaciones queda como un egoísta.

De ahí a los riesgos de llegar a romper normas violentamente si los demás lo hacen (durante una guerra o revolución, por ejemplo) va un paso.

El mal no compensa

La conclusión del estudio es clara: si tienes una brújula moral bien engrasada es mejor que no te crees problemas. Que el bien nos hace sentirnos mejor no es una máxima cursi de tebeo de superhéroes sino una realidad palpable, y llevar una vida falsa y alejada de tus valores es un engaño, sobre todo a ti mismo.

Si te ves como una persona honesta, serás más feliz cuando tu comportamiento ejemplifique tus creencias. Así que si tienes la tentación de omitir un par de cosillas en tu declaración de la renta o adornar un poco la verdad, recuerda que la deshonestidad se cobra peaje.


Si te sientes triste cuando mientes no pienses que estás poco preparado para la vida moderna. Si aprendes de ello y evitas hacerlo demasiado para ahorrarte ese mal rato, puede que tengas más posibilidades de ser feliz. Y es que, además de estar mal, mentir o robar puede hacerte mal.

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