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Objetos de lujo que no se venden a la gente común, aunque tenga dinero
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UNA CRIBA PARA LOS NUEVOS RICOS

Objetos de lujo que no se venden a la gente común, aunque tenga dinero

Una de las características esenciales de los productos para la élite es su exclusividad, lo cual quiere decir que no solo deben ser muy caros, sino también difíciles de conseguir

Foto: La suite del Lansborough: más pequeño que Versalles, más grande que tu chalet de la playa.
La suite del Lansborough: más pequeño que Versalles, más grande que tu chalet de la playa.

Hay cosas que el dinero no puede comprar, y no nos referimos al honor, la simpatía, el cariño de nuestros seres queridos, el amor o el reconocimiento de nuestros compañeros. No, nos referimos a productos o servicios de élite tremendamente deseables y a los que no podríamos acceder ni siquiera con cantidades exorbitantes de dinero en nuestro bolsillo. Es lo que ocurre, sobre todo, con el arte: La Gioconda solo hay una y es propiedad de Francia, por lo que por mucho dinero que tengamos, no nos la van iban a vender.

Los productos no son infinitos, mucho menos en el mundo del lujo, caracterizado por una mayor carestía que asegura al comprador que está gastando su dinero en algo que nadie más posee. En algunos casos, hace falta tener buenas relaciones para acceder a ellos –imagínese ver el partido de su equipo preferido desde el palco privado del club, rodeado por celebridades y los amos de las finanzas–; en otros, un estatus social en consonancia con el número de ceros de nuestra cuenta corriente. Es decir, que garantice que no somos uno de esos nuevos ricos que se acaban de subir al carro.

En Rao's de Nueva York presumen de que nunca han visto ninguna de sus diez mesas vacía desde hace casi cuatro décadas

Una investigación de 'The Daily Mail' ha recogido algunos de estos solicitados productos o servicios para los que es necesario algo más que dinero. Y que nos dicen mucho acerca de la manera en que está diseñado el consumo moderno de lujo… y la psicología de aquellos que recurren a él.

'Fitness' para la élite

Ya dedicamos un artículo a explicar el funcionamiento del Skinny Bitch Collective, un exclusivo gimnasio londinense situado en Baker Street y entre cuyos miembros se encuentran ángeles de Victoria's Secret, atletas profesionales, actrices y modelos de primer nivel. Parece ser que la única criba no son las más de 8.000 libras que, entre matrícula y cuotas, cuesta el gimnasio al año por sufrir y dejarse ver: a pesar de que la lista de espera es inacabable, si tu nombre es conocido lo tendrás mucho más fácil para formar parte del Colectivo de las Zorras Delgadas.

El club privado de Walt Disney

Los visitantes de Disneyland pueden intentar buscar, en la zona de Nueva Orleans del popular parque temático californiano, la puerta que conduce al club 33. Otra cosa es que los dejen entrar, algo que muy probablemente no ocurrirá. Se trata de uno de los últimos sueños del propio Walt Disney, que murió sin llegar a ver cómo abría sus puertas este salón que tenía como objetivo agasajar a las celebridades que visitasen su parque temático.

Tendrás que conformarte con el vídeo: un recorrido por el Club 33.

Al parecer, los miembros deben pagar una reserva inicial de 27.000 dólares para suscribirse al club (más los 12.000 que cuesta la cuota anual). Eso sí, siempre y cuando uno haya aguantado la larga cola que en 2011 se encontraba en 14 años. A cambio, recibirá en cada una de sus visitas un menú de la más exquisita comida francesa (Nueva Orléans, ¿recuerdan?) y, sobre todo, alcohol. Sí, eso que resulta tan fácil adquirir en el bar o la tienda de alimentación de la esquina. Pero no es lo más importante: sí lo es poder comer lejos de las miradas de los miles de turistas que cada día pasan por el parque de atracciones.

Si de exclusividad hablamos, no podemos olvidarnos del restaurante neoyorquino Rao's, que presume –seguramente por cuestión de 'marketing'– de no haber tenido una mesa disponible en 38 años (lo cual no quiere decir que la cola de espera sea tan larga, claro). Un reclamo que es todo un imán para los famosos –pero no para los críticos, ya que no ha pasado ninguno desde hace casi cuatro décadas–, que se sientan en sus 10 mesas. Sorprendentemente, no es ni especialmente caro ni vanguardista. Simplemente, es muy exclusivo.

La suite más cara del mundo

La élite de la élite. En una de las esquinas de Hyde Park, a tiro de piedra del arco de Wellington, se encuentra el Lanesborough, uno de los hoteles más exclusivos de Londres. Su precio medio de más de 600 euros por noche resulta asequible en comparación con las 14.000 libras que cuesta pasar una noche en su Suite Real. Al fin y al cabo, es como alquilar un pequeño palacio: tiene 445 metros cuadrados –que muy probablemente duplican, triplican, cuadriplican o quintuplican el tamaño del piso del lector, no digamos ya del del redactor–, siete habitaciones con sus respectivos baños y, de paso, un servicio exclusivo de limusinas. Lujo por todo lo alto que hace parecer baratos los casi 30 euros que se piden por un bollito con champiñones y bacon.

Solo existen 40 aviones Gulfstream G650 en todo el mundo. ¿Adivina en manos de quién están?

Volando voy (solo)

El sector de la aviación ha explotado como ningún otro los bolsillos de sus adinerados clientes. Volar es como ir al cuarto de baño: todos lo tenemos que hacer en un momento u otro, pero no es lo mismo hacerlo en unos servicios públicos que en un trono de oro. Con los aviones ocurre lo mismo, como bien sabe el fabricante estadounidense Gulfstream Aerospace, responsable del Gulfstream G650, un modelo del que solo existen 40 ejemplares en todo el mundo. ¿Adivinan en manos de quién se encuentran? Era de esperar: el director de cine Peter Jackson, Bill Gates, Warren Buffet o la presentadora Oprah Winfrey se encuentran en la corta lista.

Bolsos y joyas, yo quiero bolsos y joyas

Entre esa constelación de servicios y productos siguen ocupando un lugar precioso esos objetivos a los que Marilyn Monroe cantaba en “Diamonds Are a Girl's Best Friend” en “Los caballeros las prefieren rubias” (Howard Hawks, 1953). Un buen ejemplo son las joyas diseñadas por Jacob Arabo, un judío de Bujará emigrado que a comienzos de los noventa comenzó a llamar la atención de las celebridades; entre ellas, raperos como Jay-Z o Nas. Actualmente, Jacob solo diseña para famosos, ya sea unos pendientes de un millón de euros para Victoria Beckham o un collar de 952.000 para Rihanna. Piezas exclusivas y, en muchas ocasiones, diseñadas para llevarse tan solo una vez.

El célebre sketch del Birkin en 'Sexo en Nueva York'.

Un poco más accesible es el mercado de los bolsos: los potenciales compradores disponen de unos seis segundos para hacerse con uno de la marca Mansur Gavriel. Aunque es accesible para muchos bolsillos (a estas alturas sus 500 euros nos parecen hasta baratos), lo complicado es adquirir alguna de las muestras de las tiradas de 300 ejemplares. Aunque resulta sospechoso que Sienna Miller o Kirsten Dunst tengan uno; no parecen la clase de persona que se pasaría toda una mañana haciendo F5 frente a un ordenador para conseguir un objeto de deseo. Aunque, en cuanto a bolsos, la partida la sigue ganando el Birkin de Hermès, que como explicaban en 'Vanitatis', suele “ofrecerse primero a los clientes con conexiones dentro de la firma”. Y es que aún hay clases, incluso entre los súper ricos.

Hay cosas que el dinero no puede comprar, y no nos referimos al honor, la simpatía, el cariño de nuestros seres queridos, el amor o el reconocimiento de nuestros compañeros. No, nos referimos a productos o servicios de élite tremendamente deseables y a los que no podríamos acceder ni siquiera con cantidades exorbitantes de dinero en nuestro bolsillo. Es lo que ocurre, sobre todo, con el arte: La Gioconda solo hay una y es propiedad de Francia, por lo que por mucho dinero que tengamos, no nos la van iban a vender.

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