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"Me siento fatal, inútil, como una mierda": la vida de los que dejaron de ser de clase media
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LA OTRA CRISIS DE LA MASCULINIDAD

"Me siento fatal, inútil, como una mierda": la vida de los que dejaron de ser de clase media

La pérdida del empleo, la necesidad de aceptar trabajos mal pagados o sueldos más bajos son algunos de los cambios cotidianos para aquellos que han tenido que reinventarse

Foto: Del coche último modelo al metro: ¿cómo han cambiado las expectativas masculinas? (Dann Tardif/LWA/Corbis)
Del coche último modelo al metro: ¿cómo han cambiado las expectativas masculinas? (Dann Tardif/LWA/Corbis)

Hace ya casi un decenio que estalló la crisis económica y en los últimos años los sociólogos parecen estar recogiendo sus amargos frutos. Hace tan solo unos días descubríamos que los cambios en la economía han expulsado a tres millones de españoles de la clase media. Para muchos, los problemas económicos se traducían en cifras; sin embargo, estas esconden dramas cotidianos o, simplemente, crisis vitales que, aunque no fuesen especialmente trágicas, señalaban a un nuevo estado de las cosas.

En ese sentido puede entenderse una investigación recién publicada en 'Sociology' que analiza, a partir de los testimonios de 11 hombres de distintas procedencias (España, Portugal, Irlanda o Grecia) de qué manera las políticas de austeridad se han dejado notar en la identidad de los individuos. En este caso, hombres que han visto su confianza y seguridad en peligro y que han tenido que volver a replantearse su rol como varones. Como señala otro estudio citado en el artículo, “la recesión ha sido 'un asalto despiadado en la identidad de muchos hombres'”.

En mi posición antigua ganaba mucho dinero, invertí en una segunda casa, compraba todo lo que pudieses imaginar

La pérdida del empleo, la necesidad de aceptar trabajos mal pagados o en muy malas condiciones, sueldos más bajos e impuestos más altos son algunos de los cambios cotidianos para diversas generaciones de hombres que han vivido un proceso de liminalidad, según la nomenclatura utilizada en la investigación, que les ha conducido a la aceptación de una nueva identidad. Y aunque “la mayoría de participantes no pueden ser clasificados como especialmente desfavorecidos, la nivelación causada por el cambio en sus circunstancias financieras como resultado de la austeridad fue percibida como significativa y más dura en términos de daño a su identidad y una sensación de pérdida de estatus en su familia, comunidad y sociedad”.

La separación (de quien eras)

El estudio resulta también interesante porque recoge testimonios de unos cuantos de estos hombres, que de esa manera expresan sus dudas e incertidumbres. Principalmente, pasan por un cambio en su condición social, como ocurre con Yiannis, un griego de 38 años que vio cómo su sueldo como académico bajaba el mismo año que sus gemelos nacían. Este aseguraba que había dejado de sentir satisfacción por las cosas pequeñas de la vida.

“Si estuviese en una mejor situación financiera, creo que intentaría robar algo de tiempo para salir a pasear con Anna y tomar un café”, manifiesta. “Es lo que más echo de menos, consumir cosas muy sencillas”. No se trata, evidentemente, de una tragedia, pero sí muestra de qué forma la desaparición de las pequeñas alegrías propias de la clase media puede ser un claro síntoma de la pérdida de estatus, junto a la pérdida del tiempo libre. En el caso de Yiannis, se refleja en la práctica de ejercicio: “Desde que Anna está sobrecargada con los niños, me parece que es algo egoísta practicar una actividad que me llevará tanto tiempo fuera de casa”.

Antes te ponías el traje, cogías el coche y te sentías importante; ahora agarras la mochila y te metes en el autobús con un montón de gente

En el estudio aparece también Antonio, un director comercial que a sus 38 años ha perdido su trabajo, lo que el estudio califica de “clásica representación de una crisis de la masculinidad causada por la pérdida de empleo”: “Hay un antes y un después; en mi posición antigua ganaba mucho dinero, invertí en una segunda casa, compraba todo lo que pudieses pensar”. Incluso los más privilegiados se han visto obligados a adaptar sus hábitos de consumo: “Tenía un buen sueldo y ahora gano 900 euros de paro, pero tengo que recortar en todo. Aún tengo que pagar la hipoteca, el teléfono, los gastos que no puedo permitirme. Antes salía un montón, cenaba en restaurantes, ahora nada de vacaciones”.

¿Cómo se siente un español de clase media que ha perdido su empleo y, con él, su forma de subsistencia? “Me siento fatal, inútil, como una mierda. Antes te ponías el traje, ibas a la empresa, cogías el coche para ir a la ciudad y te sentías importante; ahora agarras la mochila y te metes en el autobús con un montón de gente, otra vez al colegio. Era clase media, pero ahora he bajado de nivel”.

Un túnel sin fin

El primer paso en muchos de estos procesos de crisis identitaria es una ruptura con esa vida pasada que, se pensaba, iba a durar para siempre, seguido por una época de pérdida de estatus y autoridad y separación de la vida social. Es lo que le ocurre a Luisme, un estudiante español de 27 años que, a pesar de vivir con sus padres, no piensa conformarse con cualquier trabajo: “Si aceptase un sueldo bajo podría encontrar trabajo mañana mismo, pero si busco uno mejor puede que tenga que irme de España o esperar 5 o 10 años, cuando la situación mejore. Va a tardar mucho en ir a mejor”.

En su caso, no se trata tanto de dar un paso atrás como de no ser capaz de dar uno adelante: “Ojalá pudiese tener casa, hijos y casarme”, explica. “Estoy pensando en salir del país si no encuentro un buen trabajo en los próximos dos meses. Quizá Canadá. Respecto a los niños, ojalá tuviese hijos ahora mismo, pero eso cuesta dinero porque tienes que educarlos, y así con todo”.

Mi hija dice que quiere ser médico y no sé si voy a poder pagarle la universidad. Me da miedo no ser capaz

Al menos él tiene la posibilidad de elegir. No corre la misma suerte Manuel, un obrero de la construcción portugués de 53 años, que se ve obligado a coger lo primero que encuentre: “Hoy si quieres trabajar debes aceptar lo que te ofrezcan”, explica. “No me siento bien, me siento presionado, como si no tuviese otra alternativa. Es eso o nada. No tengo alternativa porque tengo una familia por la que preocuparme”. En muchos casos, señala la investigación, la ansiedad emana del rol de los hombres como proveedores materiales.

“Mi hija dice que quiere ser médico y no sé si voy a poder pagarle la universidad”, prosigue Manuel. “Me da miedo no ser capaz”. Tanto más terrible resulta en cuanto que la fuente de preocupación es algo que ocurrirá “dentro de seis años”, pero que ya se está poniendo en duda. No se preocupa sólo por él, sino también por sus hijos, que pueden tener una vida mucho peor que la suya.

Así son las cosas

Este proceso concluye con la aceptación de la nueva realidad, que conlleva también una nueva identidad. Por ello hay quien incluso reconoce que la crisis ha afectado de manera positiva, quizá no a su vida, pero sí a su actitud ante las cosas. Es el caso de David, un irlandés de 60 años que perdió su trabajo como ejecutivo y se vio obligado a volver a la universidad: “Era necesario que me adaptase. Creo que me ha ayudado, así como volver a estudiar, particularmente trabajar con gente más joven y entender sus valores”. David se considera no tanto una víctima como “un superviviente de la recesión”.

En algunos casos, pasarlo tan mal (o relativamente mal, si se prefiere) ha provocado que se refuercen lazos sociales que de otra manera no se habrían establecido. Es lo que explica el funcionario irlandés Robert, cuando señala que “hay cosas que uno no puede arreglar y necesitas llamar a alguien. O preguntar a tus amigos a ver si alguien sabe cómo hacerlo”. Ese apoyo espontáneo parece una de las consecuencias más positivas de la crisis: “Tengo una buena red de personas que están deseando ayudarse mutuamente, que creo que antes no existía”.

Los ricos son más ricos, parte de la clase media está desapareciendo, y los pobres son más pobres aún

La pérdida de estatus social parece haber conducido a esta nueva solidaridad y, en algunos casos, simpatía hacia los que peor lo están pasando: “Es triste, ves las noticias y te sientes fatal”, explica Bernado, un cirujano ortopédico de 46 años. “Los ricos son más ricos, los que tienen sueldos como los nuestros cobran menos, parte de la clase media está desapareciendo, y los pobres son más pobres aún”. Entre ellos quizá se encuentre Pepe, un emprendedor de 34 años, que reconoce que sus amigos ya no le llaman. Es otra consecuencia más de la era de la austeridad: “para algunos, experimentar ese extrañamiento y los conflictos por la separación de su propia vida producen sentimientos de exclusión y potenciales problemas mentales”.

Hace ya casi un decenio que estalló la crisis económica y en los últimos años los sociólogos parecen estar recogiendo sus amargos frutos. Hace tan solo unos días descubríamos que los cambios en la economía han expulsado a tres millones de españoles de la clase media. Para muchos, los problemas económicos se traducían en cifras; sin embargo, estas esconden dramas cotidianos o, simplemente, crisis vitales que, aunque no fuesen especialmente trágicas, señalaban a un nuevo estado de las cosas.

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