La sabia decisión del Emperador en una Europa desgarrada: la Dieta de Worms
Detrás de una discusión de índole religiosa, lo que se dirimía una vez más era el control de vastas extensiones territoriales con sus recursos inherentes
“Hay algo muy sutil y muy hondo al volverse a mirar el camino andado…
El camino en donde, sin dejar huella, nos dejamos la vida entera".
Dulce María Loynaz.
Todas las crisis tienen tres opciones, o una solución o una fecha de caducidad o una enseñanza; o dicho de otra manera por un pensador tachado de izquierdas y permanentemente descalificado por las apisonadoras oficiales, Eduardo Galeano, del que en estas fechas se cumple un año de su trágica desaparición de este contradictorio mundo de muertos y mudos, a la par que de belleza incontestable para aquellos que tiene los ojos visionarios de quienes pueden penetrar la perturbadora oscuridad del cosmos.
Siempre contracorriente, navegando en un sentido de la justicia tal vez discutible por el alto idealismo aéreo, que por necesidades de supervivencia batía inmisericorde la crueldad de la realidad cotidiana, presidia su pensamiento de enamorado del pulso vital una desesperanza acunada en buenos pañales, en un compendio de frases lapidarias de las que solo son oyentes calificados, aquellos que no tienen prejuicios ni interferencias, y si dudas de calado, a veces extremas.
A colación de la famosa Dieta de Worms, tema que hoy encabeza el artículo de nuestra querida y rasgada historia de España, viene la cita de este grande, quizás profeta y nauta en el tiempo atemporal, en la que manifestaba aquella famosa frase de profunda lectura que ha quedado para las posteridad: "Libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Enseñar, es enseñar a dudar".
Quizás, más vigente que nunca, esta frase comodín, inmortal por necesidad, es de actualidad sangrante.
Presos de la necesidad de un Dios protector que diera sentido a esta irracional y desencajada creación, y del miedo al desamparo, sin posibilidades de escape ante las corrientes oficiales de pensamiento de aquel limitado entonces, una atmosfera binaria y arlequinada, de vía única, cruel y emboscadamente amenazadora para con los disidentes de cualquier laya, no permitía más que contados libre pensadores.
Todo ocurría en una Europa desgarrada que comenzaba a sangrar con un caudal rojo alarmante tras un apasionante debate entre un joven emperador y un cura trabucaire pero decidido y una apasionante reforma religiosa que costaría al continente, una vez más, varias docenas de millones de muertos en virtud de la falta de visión de un rancio cardenalato purpurado, en defensa del mayor adulterio y manipulación ideológica y teológica jamás conocida.
Una vuelta entera de calcetín que tenía a los más prestigiosos teólogos de aquel tiempo con interminables jaquecas y láudano a raudales para encajar una teología que no había por dónde meterle mano. Y mira que era simple en sus enunciados.
Una estrategia geopolítica
En el trasunto, la geografía de la época se revelaba en toda su grandeza y, Asia primero y América después, a través de las acciones de los portugueses y españoles, se hacían más grandes en su búsqueda de mercados como Catay, Cipango, las Molucas, etc, que se revelaban en toda su extensión; pero al tiempo, la perspectiva de evangelización (tema aparentemente baladí, pero de importante enjundia recaudatoria), podía atraer a las arcas de Roma importantes cifras de cotizantes. O pasaban a ser adeptos de Roma o, por el contrario, se pasaban a los de enfrente y entonces la caja y los intereses periféricos se podían tambalear. Mantener el juego de alianzas era vital para que el entramado politico y económico no se resintiera.
En la Roma vaticana, corrupta hasta los cimientos, se le negó al enorme profeta esenio sus más universales y humanos valores y mensajes de solidaridad
Al final de todo, lo que se dirimía una vez más era el control de vasta extensiones territoriales con sus recursos inherentes a la par que los flujos de comercio adscritos a esas áreas en litigio; pero eso sí, todo revestido sanamente de una coartada insostenible y que con unas ligeras concesiones, habría dejado a todos contentos, a que la vez varios millones de viudas y huérfanos habrían agradecido.
La otra Roma, no la de hogaño, si no la de antaño, ya había integrado todos los dioses habidos y por haber y en su panteón divino había 'overbooking'; en aquella Roma dinámica que daba amparo a todas las corrientes de pensamiento, que bebía en fuentes egipcias, griegas y persas, había integración y visión de conjunto, todo sumaba. Pero en la Roma vaticana, la corrupta hasta los cimientos, la que le negó al enorme profeta esenio sus más universales y humanos valores y mensajes de solidaridad, cooperación, altruismo, amor y compasión, estaba enlodada en bacanales y orgias sin cuento y a años luz del espíritu de aquel enorme predicador asesinado cada dia durante cientos de años por una curia cardenalicia corrupta y un papado indiferente al clamor popular de una buena parte de una Iglesia que se fracturaba por momentos en un lodazal de deterioro que le llegaba hasta las trancas y que no tenia visos de regeneración.
Eso es exactamente lo que se dirimía en Worms entre un Emperador falto de pericia y agudeza mental y también, porque no decirlo, con las presiones y amenazas de quienes eran los detentores de la inmoralidad más obscena. En el otro lado, “los protestantes”, imbuidos de fundamentos críticos bien documentados y enfrentados a un joven bisoño y todopoderoso Carlos V, pero dispuestos a negociar, querían reformar media docena de cosas, pero sobre todo una: acabar con la corrupción rampante en la teórica capital que regía los principios de espiritualidad de occidente, al tiempo que debatir sobre temas menores del Canon.
El desafío no tenía precedentes, por lo que el emperador viendo el cariz que tomaba la situación, cogió el toro por los cuernos y se fue a tratar el tema con los desafectos, desoyendo la orden expresa del Papa de echarle el guante y ponerlo a buen recaudo para luego pasarlo por la parrilla.
La tercera vía
De viaje hacia su coronación en Aquisgrán, Carlos V, bien asesorado por sus consejeros alemanes, decidió hacer un alto para escuchar al tonsurado. Los mas cultos y preparados centro europeos, con una pléyade de oradores con los habitos bien puestos, esperaban una solución consensuada ante la radicalidad vehemente de las bulas papales en las que se inhabilitaba a Lutero para los restos.
A favor de una tercera vía y un concilio abierto a debatir las desavenencias, estaba el formidable primer espada y mente preclara de la cristiandad, el holandés Erasmo de Rotterdam, que no estaba por la labor de una confrontación abierta, porque además de lidiar con los inextricables temas ideológicos inherentes al laberintico galimatías del corpus católico, era ante todo un estadista innato o un visionario si se quiere y veía las crudas consecuencias de un conflicto y sus derivadas. Lamentablemente el filósofo decidió quedarse en su tierra natal y no acudió a Worms lo que evitó su poderosa influencia moral en una sala plagada de condenas anticipadas. Él fue el que sugirió a Carlos V la idea de un Imperio y dos religiones.
Pero los recalcitrantes purpurados Girolamo Aleandro, nuncio papal, y Adriano de Utrecht, actuaban como dos potentes frenos de mano y la larga mano de Roma embridaba cualquier atisbo de solución favorable a una salida negociada .
El día 16 de abril, casi un año después de su excomunión, Lutero que era un sujeto enorme y con un discurso respetuoso e irreverente no exento de respeto hacia el emperador, se presentó muy agitado en la sala de Dietas. No era un iluminado, sino un estudioso de las escrituras y por lo tanto un crítico muy cualificado que no hablaba como un papagayo.
El enfrentamiento estaba servido
En la mente de todos estaba el recuerdo de las persecuciones de Hipatya, los Arrianos, los Bogomilos, los Cátaros y, muy cercana, la muerte de Jan Hus, eliminados todos ellos por varios procedimientos por sus incomodas diatribas en pro de una reforma de la Iglesia y de la religión que hicieran más digeribles y menos onerosa la percepción del mensaje de Cristo por parte del populacho.
Cientos de años después y con millones de muertos que a la postre solo figuran como elementos contables para la historia, la cicatriz persiste
Pero las posturas eran tan encontradas y la defensa de Lutero tan cerrada, que en una sabia decisión de oportunismo incuestionable, el emperador le dejó ir so pretexto de que le estaba poniendo la cabeza como una jaula de grillos. Posteriormente se supo que le susurró al oído al elector Juan Federico el Magnánimo que lo sustrajera del alcance de las manos de los secuaces de Roma. A continuación anunció que prendería a Lutero en cuanto expirase su salvoconducto.
Pero Alemania entera estaba con él, y los electores locales, las autoridades civiles de facto, respirarían aliviadas al enajenar al papado una ingente cantidad de tributos eclesiásticos que solo servían para alimentar el boato y conductas poco edificantes.
El enfrentamiento estaba servido por la estrábica forma de ver una realidad que a golpe de guerras se abriría paso para consolidarse a través de los años futuros. Cientos de años después y con millones de muertos que a la postre solo figuran como elementos contables para la historia, la cicatriz persiste.
Más de lo mismo.
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