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El secreto del pueblo en el que la gente come lo que quiere y no padece cáncer ni diabetes
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GUARDAN LA CLAVE PARA NO ENVEJECER

El secreto del pueblo en el que la gente come lo que quiere y no padece cáncer ni diabetes

Hay en el mundo unas 350 personas con el síndrome de Laron, un 30% de ellas en Ecuador. Y tienen una mutación que les protege de las enfermedades

Foto: Valle de Vilcabamba, Loja Ecuador. (Andrea Ordóñez)
Valle de Vilcabamba, Loja Ecuador. (Andrea Ordóñez)

Mercy Carrión es una de las pacientes del doctor Jaime Guevara-Aguirre, director del Instituto de Endocrinología, Metabolismo y Reproducción en Quito (Ecuador). Tiene 50 años, mide poco más de un metro, y padece obesidad. Pese a esto, no tiene ningún signo de diabetes ni hígado graso y mantiene una tensión arterial perfecta, de 100/70.

“Es por esto que no se preocupan mucho por su dieta”, reconoce Guevara-Aguirre a Peter Bows, que ha narrado su visita a las montañas de Ecuador en 'Mosaic'. La nevera de Carrión está repleta de carnes rojas, huevos y mortadela, y aunque come muchas bananas las prepara siempre fritas. Con esta dieta hipercalórica es imposible huir del sobrepeso, pero, a diferencia de cualquiera de nosotros, en su familia la obesidad no está relacionada con problemas de salud.

Carrión, como muchos de sus parientes, tiene una rara mutación genética conocida como el síndrome de Laron. La enfermedad fue identificada a finales de los años 50, cuando el investigador israelí Zvi Laron, que trabajaba con pacientes que sufrían retraso en el crecimiento, observó que algunos de ellos tenían unos marcadores sanitarios impropios de su condición física. El científico tardó casi 20 años en identificar la causa de esto. Pero en 1966 publicó sus conclusiones.

Los individuos que carecen del IGF-1 son mucho más sensibles a la insulina, lo que previene la aparición de diabetes y otros problemas metabólicos

Laron descubrió que, paradojicamente, sus pacientes tenían un flujo abundante de la hormona de crecimiento, por lo que su ausencia no podía explicar su enanismo. Entonces descubrió que su problema era que los receptores de la hormona en el hígado estaban dañados. Esto, además de provocar serios problemas físicos –frente prominente, puente nasal deprimido, bajo desarrollo de la mandíbula, obesidad troncal...– hacía que otra hormona del crecimiento, el “factor de crecimiento insulínico tipo 1” (IGF-1), tuviera una presencia extremadamente baja en su cuerpo.

La IGF-1 juega un papel importante en el crecimiento infantil, pero una vez que somos adultos sus efectos son más bien perniciosos. Como estimula el crecimiento y división de las células, su ausencia está relacionada con una enorme protección frente al cáncer. Y, por si fuera poco, los individuos que carecen de la hormona son mucho más sensibles a la insulina, lo que previene la aparición de diabetes y otros problemas metabólicos.

La pregunta que se han hecho todos los científicos al descubrir esta mutación es de lo más lógica: ¿es posible replicar los efectos positivos de la ausencia del IGF-1 sin padecer sus efectos perniciosos en el crecimiento?

La cara y la cruz de los larones

Actualmente hay en el mundo unas 350 personas con el síndrome de Laron. El investigador israelí identificó varios casos en Oriente Medio, Europa y Asia, todo ellos en personas de ascendencia semítica-árabe, pero curiosamente, el 30% de los casos actuales están localizados en Loja, una pequeña provincia montañosa del sur de Ecuador.

Los historiadores creen que los “larones”, como se conoce en Ecuador a las personas que sufren la enfermedad –que tienen que arrastrar unos atributos físicos fácilmente identificables y nada agradables–, son descendientes de judíos sefardíes españoles, que se convirtieron al cristianismo y emigraron a Sudamérica en el siglo XVI.

Documental ecuatoriano sobre el síndrome de Laron.

Es probable que soo uno de los emigrantes sufriera la mutación pero en una comunidad tan aislada la endogamia era algo habitual y la enfermedad se acabo extendiendo por toda la región. El doctor Guevara-Aguirre comenzó a estudiar a los larones en 1988, y ha tratado a más de un centenar en todo este tiempo. Como cuenta Bows, su relación con la comunidad es muy cercana: les visita en casa, les hace análisis y se reúne con sus familias.

En todo el tiempo que ha estudiado la enfermedad, solo ha conocido un paciente que contrajo cáncer y ninguno ha sufrido diabetes. Una estadísticas que contrastan enormemente con las del resto de la población de la región, donde la mortalidad por cáncer es del 17% y la de diabetes del 5%. Desde luego, se trata de un grupo de personas excepcionales. Pero, si bien su caso es único entre los humanos, no los es en el reino animal.

Una mutación para extender la vida

El italiano Valter Longo, profesor de gerontología y ciencias biológicas en la Universidad de California del Sur, lleva décadas estudiando el efecto de los genes relacionados con el crecimiento en levaduras, ratones, lombrices y otros animales de laboratorio. Y quedó tremendamente sorprendido cuando descubrió la existencia de los larones. “Son realmente la versión humana de lo que ha mostrado la investigación en muchos organismos más simples”, asegura en 'Mosaic'.

Longo y sus colegas han comprobado que basta alterar un simple gen en la levadura, el más simple de los organismos, para que su vida sea tres veces más longeva de lo habitual. Con los ratones ocurre lo mismo: si se les modifica genéticamente para alterar el funcionamiento de la hormona del crecimiento viven un 40% más de lo normal, y lo que es más importante, libres de enfermedades. Lo mismo se podría hacer en un humanos, pero también es posible alterar el funcionamiento de estas hormonas sin necesidad de medicamentos ni alteraciones genéticas: mediante el ayuno.

Las dietas que promueven el ayuno intermitente están siendo cada vez más estudiadas y no solo porque parecen una de las formas más efectivas de adelgazar. El ayuno fuerza al organismo a consumir sus reservas de glucosa, grasa y cetonas, lo que nos hace perder peso y reconfigurar nuestro balance hormonal, evitando la resistencia a la insulina, pero también descompone una porción significativa de glóbulos blancos en la sangre, lo que refuerza nuestro sistema inmune. Por si esto fuera poco, hace que disminuyan notablemente los niveles de IGF-1, provocando el mismo efecto en el cuerpo que la mutación que sufren los larones.

El equipo de Longo ha realizado ya numerosos ensayos clínicos con dietas de ayuno, y creen que basta restringir la ingesta de calorías tres o cuatro veces al año para notar los beneficios. Ahora bien, superar estos ayunos no es sencillo.

Bows ha sido uno de los conejillos de indias del científico italiano –lo que le llevó a interesarse por el síndrome de Laron–, y durante los cinco días que dura el ayuno, tuvo que comer solo 725 calorías por jornada (exceptuando el primer día, de transición, en el que se ingieren 1.090). Tras la abstinencia adelgazó entre 3 o 4 kilos, pero la pérdida de peso (lógica) no es el único objetivo del equipo de Longo, cuyo mayor interés es averiguar si el ayuno intermitente es suficiente para reducir la incidencia del cáncer y la diabetes y, como ocurre en ratones, retrasar el envejecimiento.

¿Dieta o pastillas?

Longo descubrió la existencia de los larones hace una década. “Para mí, pensé hace diez años, fue como ganar la lotería”, asegura. “De repente tenía 100 años de observación”. El científico entró en contacto con Guevara-Aguirre y, tras comparar los datos recogidos en Ecuador con los de sus ratones de laboratorio, descubrió que la ausencia del IGF-1 provocaba un efecto tremendamente similar. Al igual que los roedores, los humanos con el síndrome de Laron tienen hígados saludables, pero acumulan grasa subcutánea. Son rollizos, pero sanos.

Longo y Guevara-Aguirre no son los únicos que han comprobado lo que ocurre cuando falta la hormona IGF-1. John Kopchick, biólogo molecular de la Universidad de Ohio, ha estudiado profusamente la acromegalia, una rara enfermedad que, como bien dice Bowes, podría ser calificada como el anti síndrome de Laron. Las personas que la sufren tienen un nivel demasiado alto de hormonas del crecimiento, y desarrollan pies y manos demasiado grandes.

Longo, Guevara-Aguirre y yo pensamos que bajar los niveles de IGF-1 es una de las claves para incrementar la longevidad

Kopchick desarrolló un fármaco, el pegvisomant, que bloquea los receptores de hormonas del crecimiento, lo que provoca un descenso global del IGF-1. Sí, existe una pastilla que provoca los mismos efectos que la mutación de los larones o el ayuno que promueve Longo. Cuando se probó la pastilla en ratones los afortunados que recibieron la medicación tuvieron una incidencia de diabetes y cáncer muchísimo menor y, de premio, una enorme longevidad. Alguno de los roedores que participaron en el estudio tienen ya cuatro años, 18 meses más de lo que vivien estos animales normalmente, y son los ratones de laboratorio más longevos de la historia.

“Longo, Guevara-Aguirre y yo pensamos que bajar los niveles de IGF-1 es una de las claves para incrementar la longevidad pero, más importante aún, una longevidad sana”, asegura Kopchick. Esto es: gozar de los beneficios de la mutación de los larones, pero sin los problemas que conlleva esta.

Una esperanza para los larones

Allá en Ecuador, la principal meta de Guevara-Aguirre no es solo descubrir un modo en que podamos revertir el envejecimiento, sino también acabar con el enanismo que sufren los pacientes a los que lleva tratando tanto tiempo. “Déjame presentarte al humano perfecto”, asegura. “Sería un paciente del síndrome de Laron que haya sido tratado con el IGF-1 hasta alcanzar un tamaño normal”.

No es algo difícil de lograr. Ya existe el IGF-1 sintético, pero es carísimo, costaría unos 20.000 dólares al año tratar a una sola persona, y nadie en Ecuador puede pagar esa suma. Guevara-Aguirre cree que las farmacéuticas deberían regalar el tratamiento a los larones, teniendo en cuenta la valiosa información que han dado a la comunidad científica y dado que, gracias a su situación, Longo y Kopchick podrían acabar desarrollando una pastilla que sirviera para retrasar el envejecimiento universalmente.

De media, los larones viven más o menos lo mismo que sus vecinos, aunque las causas de su muerte son diferentes

Esto, claro está, no es inminente. Aunque sobre el papel el pegvisomant debería funcionar en todo el mundo, es muy difícil lograr que las agencias del medicamento aprueben su comercialización para otra cosa que no sea tratar la acromegalia (para lo que ya está permitido). Mientras, Longo sigue trabajando en una dieta de ayuno que pueda replicarse en todas partes, para reducir el IGF-1 sin necesidad de medicarse.

¿Y qué hay de los larones? Visto lo visto, los humanos que sufren el síndrome no sólo deberían estar protegidos frente al cáncer y la diabetes, además deberían vivir más. Lamentablemente, esto no ocurre. Al menos en Ecuador. De media, los larones viven más o menos lo mismo que sus vecinos, aunque las causas de su muerte son diferentes. Debido a su estatura, los larones perecen en mucho mayor número en accidentes de carretera, y su aspecto les lleva a la marginación: tienen tendencia al alcoholismo y sufren numerosos problemas psicológicos. Los suicidos son frecuentes.

Estas persnas guardan el secreto para retrasar el envejecimiento, pero no somos capaces de darles una pastilla que ya existe y que, probablemente, acabaría con su sufrimiento.

Mercy Carrión es una de las pacientes del doctor Jaime Guevara-Aguirre, director del Instituto de Endocrinología, Metabolismo y Reproducción en Quito (Ecuador). Tiene 50 años, mide poco más de un metro, y padece obesidad. Pese a esto, no tiene ningún signo de diabetes ni hígado graso y mantiene una tensión arterial perfecta, de 100/70.

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