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Si quieres que funcione, haz esto: la hora en la que comer engorda menos
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Si quieres que funcione, haz esto: la hora en la que comer engorda menos

Nadie se preguntaría por qué está destrozado si de la noche a la mañana cambia radicalmente sus horarios de sueño. No ocurre lo mismo con la alimentación

Foto: La comida no influye de igual manera en nuestro cuerpo a diferentes horas. (iStock)
La comida no influye de igual manera en nuestro cuerpo a diferentes horas. (iStock)

Hacer algo más de ejercicio, comer un poco menos y un pelín más sano. A esto se reducen los esfuerzos, que no son pocos, de casi todas las personas que se alertan cuando ven como el michelín les empieza a colgar un poquito más de lo debido y quieren ponerse a dieta. Estas soluciones, en la mayor parte de los casos no suelen llegar a buen puerto, lo que nos desmoraliza y termina provocando que, antes o después, abondonemos nuestros propósitos iniciales.

El fracaso solemos atribuirlo a nuestra falta de voluntad o a cualquier agente externo para no sentirnos culpables por los nulos resultados, pero lo que no nos planteamos nunca es que quizá nos hayamos esforzado lo suficiente, incluso demasiado, pero no lo hayamos hecho en la dirección correcta. Algo que la comunidad científica lleva tiempo planteándose, al detectar que es casi igual de importante lo que se come, como cuándo se come.

Nuestro reloj interno es la calve

Es aquí donde entra en juego el metabolismo y el ritmo circadiano. Este último concepto es más conocido como nuestro reloj interno, al ser el proceso que regula en los seres humanos, y en el resto de seres vivos, las diferentes tareas que debe realizar nuestro organismo para garantizar nuestra supervivencia. En otras palabras, es el ciclo que regula nuestra hambre, sueño, comportamiento hormonal, etc. Durante el transcurso de las 24 horas del día.

Gran parte de la ‘culpa’ de esta hora mágica la tienen las mitocondrias, orgánulo encargado de suministrar energía a cada célula

Esto quiere decir que nuestro cuerpo está sujeto a determinados horarios, que debemos cumplir para sacar el máximo rendimiento y sentirnos fuertes como rocas. En el caso de, por ejemplo, el sueño y del descanso todos lo tenemos asumido. Nadie se preguntaría por qué no es capaz de dar palo al agua y está destrozado si de la noche a la mañana cambia radicalmente sus horarios de sueño. No ocurre lo mismo, sin embargo, con nuestra alimentación.

El profesor Gad Asher, del Weizmann Institute of Science tiene muy claro que el resultado de nuestra dieta no solo depende de lo que comemos sino también del momento en el que lo hacemos, tal y como indica en ‘The Daily Mail’ Sus hallazgos sugieren la idea de que cuatro horas después de la salida del sol es el momento más oportuno para alimentarnos, puesto que en este punto del día es cuando la capacidad de nuestro organismo para quemar grasa y azúcares se encuentra en un nivel óptimo. Gran parte de la ‘culpa’ la tienen las mitocondrias, orgánulo encargado de suministrar energía a cada célula. El equipo del profesor Asher detectó que estas tienen una enorme influencia, al encontrar que se encuentran en pleno rendimiento cuatro horas después de amanecer.

Ocurre lo mismo con las enzimas que se encargan de transformar los azúcares en energía y con el proceso de absorción de grasas. Lo lógico es, por tanto, que nos alimentemos cuando nuestro cuerpo más lo necesite y si nuestro máximo rendimiento celular se produce en ese momento, nuestro organismo debería recibir nutrientes en dicho proceso.

Mismos resultados con diferentes horarios

Ante estos resultados, Asher y sus colegas decidieron asegurarse de si las cuatro horas estaban tan relacionadas con el momento del comienzo del día o, más bien, con el inicio de nuestra jornada. Para ello alteraron los ritmos vitales de unos ratones para que tuvieran un comportamiento más nocturno. Los hallazgos demostraron que las cantidades de absorción de proteínas y de descomposición de grasas y azúcares eran constantes. Lo que sí que cambia, tal y como han detectado en estudios previos, son los valores según las dinámicas que siguen. Aquellos ratones que comían solo por la noche, cuando estaban activos, consumían el mismo contenido calórico que los que también lo hacían durante el día, pero los niveles de lípidos en el hígado podían llegar a ser un 50% inferior en el primer caso.

Es decir, aquellos que comían cuando estaban activos daban menos trabajo a los órganos que desintoxican el organismo, como el hígado, y no tenían un excedente de nutrientes en el organismo. Traducido a la vida humana, tal y como apunta el profesor Asher, debemos gestionar los tiempos de nuestra alimentación y hacerlo solo cuando lo necesitamos, en vez de disfrutar de grandes festines cuando estamos en reposo. Por ejemplo, en las pesadas cenas antes de ir a la cama.

Hacer algo más de ejercicio, comer un poco menos y un pelín más sano. A esto se reducen los esfuerzos, que no son pocos, de casi todas las personas que se alertan cuando ven como el michelín les empieza a colgar un poquito más de lo debido y quieren ponerse a dieta. Estas soluciones, en la mayor parte de los casos no suelen llegar a buen puerto, lo que nos desmoraliza y termina provocando que, antes o después, abondonemos nuestros propósitos iniciales.

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