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La técnica del avestruz y otras grandes excusas para no pagar a Hacienda
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La técnica del avestruz y otras grandes excusas para no pagar a Hacienda

Echarle la culpa a nuestro contable, a un miembro de la familia o a nuestra mascota es lo más común, y hay quién también alega motivos ideológicos para no pagar la renta

Foto: Dijo que su marido rompió el portátil al pasarle por encima con el coche. (iStock)
Dijo que su marido rompió el portátil al pasarle por encima con el coche. (iStock)

Las estrafalarias excusas que algunos tratan de inventarse para justificar no presentar a tiempo los papeles de la declaración de la renta son a menudo curiosamente similares a lo que cualquier chaval díscolo podría alegar para no traer los deberes hechos a la escuela. Quizá es que cuando nos tocan el bolsillo seguimos siendo un poco como niños y la rabieta está siempre a flor de piel. En todo caso, como se demuestra en un artículo de 'The Independent', la constante es, cómo no, echarle la culpa al otro, ese ser que lo manda todo al traste constantemente para evitarnos el trabajo: unas veces son las mascotas (una rata o un perro “se comieron los papeles”), otras los parientes (“se ocupaba mi hermana y no lo hizo”, “mi sobrina desordenó la casa y perdió mi contraseña”, “mi marido rompió mi portátil al pasarle por encima con el coche”) y a veces esos profesionales insustituibles que nos asisten (“mi contable estaba enfermo”).

Por supuesto, no son excusas válidas, como no lo son muchos otros intentos más o menos articulados de escaquearse, aunque sea bajo una cobertura (o una convicción) ideológica. Por ejemplo, ser pacifista está muy bien, todo el mundo lo sabe, pero tiene usted que pagar como un patriota. Así, en 2013 el Tribunal Superior de Justicia de Valencia declaraba improcedente en una sentencia que un pacifista dejase de contribuir a Hacienda en la parte proporcional destinada al Ministerio de Defensa. El ciudadano quería deducir una doce por ciento de su autoliquidación del Impuesto sobre la Renta que correspondía, alegaba, al que los presupuestos del Estado asignan a gastos del Ministerio de Defensa.

La mayoría de operaciones habituales para eludir el pago de impuestos no están al alcance del común de los mortales, solo de los grandes evasores

“Qué desfachatez”, comentaba un lector en una de las webs que publicaban la noticia, recogiendo a su vez el arraigado sentir popular de que Hacienda no somos exactamente todos (sí, ya lo sabíamos de antes), “¿que se ha creído ese individuo? ¿acaso pertenece a los clanes: banqueros, políticos, altos funcionarios, nobleza, grandes empresarios? Es intolerable, la Fiscalia General del Estado debiera de actuar de oficio por intrusismo”.

En otra web, se recogían, en la misma época, una lista de operaciones habituales para tratar de eludir impuestos que “no funcionan”. Curioso de nuevo, porque son, casi todas, las que los grandes evasores vienen utilizando desde siempre. Así que puntualicemos. A la gente “normal” no le funcionan. La Ley General Tributaria, el Código Penal y, sobre todo, la Ley de Medidas para la Prevención del Fraude Fiscal, explicaban, son herramientas difíciles de eludir para el común de los mortales. La lista incluía declarar datos falsos, omitir ingresos sometidos a retención, deshacerse de sus bienes en vida mediante la venta por un valor ficticio a los herederos, falsear la contabilidad o llevar contabilidad doble, valorar el patrimonio propio a la baja, emplear testaferros o personas interpuestas, crear una sociedad mercantil para realizar operaciones a través suyo y así eludir la progresividad del IRPF, crear una fundación para actuar en el mercado a través de ella, efectuar “pagos bajo cuerda” en operaciones inmobiliarias, promover actuaciones en vía penal para esperar que prescriban las infracciones administrativas, etc.

También un caso más pedestre (y este sí) al alcance de cualquiera: no use usted la técnica del avestruz, porque enterrar la cabeza en la arena, es decir, no recoger las notificaciones enviadas, de nada sirve; tras dos avisos, la Administración publicará las notificaciones en boletines oficiales y el resultado será, muy probablemente, que usted no se enterará y los plazos para ejercer su propia defensa correrán sin que lo sepa y tendrá que pagar todavía más de lo que ya le tocaba en primera instancia.

Igual, a la postre, es mejor inventar uno de esos disparates rayanos en la pura sabiduría, tan evidentes que a lo mejor incluso son verdad, como ese ciudadano inglés que alegó: “Me peleé con mi mujer y me fui cinco años a Italia”.

Hay días en que todos somos ese señor.

Las estrafalarias excusas que algunos tratan de inventarse para justificar no presentar a tiempo los papeles de la declaración de la renta son a menudo curiosamente similares a lo que cualquier chaval díscolo podría alegar para no traer los deberes hechos a la escuela. Quizá es que cuando nos tocan el bolsillo seguimos siendo un poco como niños y la rabieta está siempre a flor de piel. En todo caso, como se demuestra en un artículo de 'The Independent', la constante es, cómo no, echarle la culpa al otro, ese ser que lo manda todo al traste constantemente para evitarnos el trabajo: unas veces son las mascotas (una rata o un perro “se comieron los papeles”), otras los parientes (“se ocupaba mi hermana y no lo hizo”, “mi sobrina desordenó la casa y perdió mi contraseña”, “mi marido rompió mi portátil al pasarle por encima con el coche”) y a veces esos profesionales insustituibles que nos asisten (“mi contable estaba enfermo”).

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