"Sin prevención en España, seguirá habiendo viajes de los que una niña vuelva mutilada"
Hodan sabe bien lo que es la mutilación genital femenina. La conoció de niña en su país, Somalia, y hoy lucha contra ella desde España, como mediadora de Médicos del Mundo con mujeres en riesgo
Empecemos por un cuento triste. Una mujer, con la que Hodan Sulaman -mediadora de Médicos del Mundo en el tema de la mutilación genital femenina, en Parla (Madrid)- había hecho un taller hacía tiempo, la llamó y fue a su casa. Le pidió perdón. "¿Perdón por qué?", le respondió Hodan. "Porque no te hice caso. Porque me dijeron que te habías vuelto como las blancas y que no te hiciera caso". Aquella mujer que no había hecho caso a Hodan se había casado infibulada, esto es, habiendo sufrido la forma más terrible de ablación, la de tipo III, que consiste en la eliminación del clítoris y el estrechamiento al mínimo de la abertura vaginal -"te cosen, te quitan todo", resume gráficamente Hodan-. Había quedado embarazada tras escenas dignas no de un cuento triste, sino de una pesadilla brutal. A tres meses de la fecha parto, sin haberse hecho una revisión -a una mujer infibulada es más que posible que no se le puedan hacer más que ecografías externas- se le nubló la vista y cayó al suelo. Y ya en el hospital, cuando los doctores le explicaron que había tenido un aborto y que el niño, su diminuto cuerpo, no había podido salir por una abertura tan estrecha, se acordó de Hodan. De su taller y de quienes le dijeron que no le hiciera caso, que se había vuelto como las blancas.
Esta historia triste no ha sucedido en uno de los 30 países del África Subsahariana y de Oriente Medio en los que todavía se realiza esta práctica. Ha sucedido en Europa, en el siglo XXI. Y sigue pasando, porque aun cuando esta mutilación sea delito -pena de prisión de 6 a 12 años e inhabilitación de la patria potestad-, la realidad es que mujeres y hombres que viven en Occidente vuelven a sus países de origen, donde la ablación es cultura, es familia, es tradición, y del viaje sus hijas vuelven mutiladas. O no vuelven, porque saben que aquí es delito, y porque algunos casos llegan a la fiscalía y a la prensa. Sucede en Europa porque mujeres como la que pedía perdón a Hodan no saben que la mutilación genital atenta contra la salud física y psicológica, contra la vida y contra los derechos de las mujeres, e ignoran que una ablación se puede revertir quirúrgicamente, que los genitales se pueden reconstruir, y que se hace en España. Ocurre todavía en esta Europa en la que una prostituta africana que trabaja en Madrid tiene aún tan poca información como para decirle a Hodan, esta misma semana: "¿El clítoris? No sé si lo tengo; nunca me lo he visto". Este sábado, Día Internacional de la Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, conviene recordar que afecta a 200 millones de mujeres y niñas en el mundo (las cifras son de Unicef), y que en España la población de riesgo es de 17.000, según estudios de la Fundación Wassu-UAB.
¿Por qué sigue sucediendo? Continuemos con otro cuento bárbaro. Tuvo lugar cuando Hodan era niña, antes de que viniera a España con su madre y dos hermanas huyendo de la guerra civil en su país, Somalia, en los 90. "No sabíamos por qué, pero de pronto desaparecía una niña, y luego otra. Un día, no vi a mi mejor amiga, Ayan, y fui a su casa a buscarla. La encontré en el suelo, tumbada en un camastro, atada con cuerdas a unos palos. '¿A qué juegas?', le pregunté. 'Dame agua', me dijo. Y yo, que no sabía nada, se la di. Luego la llevé al baño, y el grito que pegó me hizo salir corriendo a mi casa. Ayan no volvió a correr, a saltar, a jugar conmigo. A partir del momento en que las mutilan, los hombres ya pueden casarse con ellas. Ya son mujeres, y no juegan como niñas. Teníamos unos siete años".
En Somalia, más de dos décadas después, aún no está prohibida la ablación. En muchos otros países sí, pero la ley no se aplica: "En algunas sociedades nos tienen tan poco valoradas que lo que le pase a una niña no importa nada", explica Hodan. Así, la prevalencia en mujeres supera el 90% en Somalia y otros tres países; el 80% en cuatro estados y el 70% en otros tres. Y, como relata Edwig Ewlla, mediadora como Hodan de Médicos del Mundo, pero en Aragón, mujeres procedentes de esos países que viven aquí, en España, en Europa, lo siguen defendiendo, porque aquí viven dependiendo de sus maridos, con una integración insuficiente, y se agarran a lo que tienen, a sus costumbres, a su cultura: "El riesgo es real. Si una mujer lo defiende va a querer lo mismo para sus hijas. Las leyes están muy bien, pero si no hay un trabajo preventivo por el que vean que su cultura es muy buena en muchas cosas, pero no en esto, seguirá habiendo viajes en que una niña vuelva mutilada".
Pero no todo son historias tristes. La madre de Hodan, que sí sufrió la ablación y sus consecuencias, no quiso que eso se lo hicieran a sus tres hijas. Le dijeron: "Tus hijas van a ser locas. Van a tener un hijo de cada color. Van a ser prostitutas". Las repudiaron. Las dejaron, como explica Hodan, fuera de su propia sociedad. Pero no. Ni Hodan ni sus hermanas pasaron lo que pasó Ayan. "Mi madre conoce bien la religión, y sabía que eso no lo decía el Corán, como le contaban. Ella decía que es una cosa del diablo. Hemos tenido una madre que nos ha enseñado a gritar", narra Hodan.
A gritar y a luchar. Hoy, en Madrid, Hodan actúa como mediadora de Médicos del Mundo en España. Esta ong organiza talleres y charlas de prevención -en un lustro, han participado más de 1.700 madres y padres- y también cursos de formación para los profesionales que pueden actuar en el tema -1.200 sanitarios y 600 docentes-. Y cuenta con unas 25 mediadoras que, como Hodan, trabajan "de hermana a hermana" en la concienciación, sensibilización y prevención de las personas en riesgo. Cada jueves, se reúnen unas 15 o 20 mujeres en Parla, con ella. Hablan. Debaten. Unas siguen creyendo que el clítoris es malo, que es sucio, que puede dañar a sus hijos en el parto, cuando lo que daña es la mutilación. Otras ya no. Hodan es optimista: "Creo que un 95% de esas mujeres ya no tocarían a sus hijas. Están en camino de salvarse". Este sábado, en Madrid, Hodan y sus mujeres de Parla gritarán contra la mutilación. En Guinea Bissau, donde trabaja Charlotte Alvarengo, experta en MGF de Plan Internacional, toda una comunidad, la de los Bidjini, declarará públicamente que abandona esa práctica. Este sábado, en España y en todo el planeta, todos estos cuentos tristes, todas estas pesadillas, estarán más cerca de un final alegre.
Empecemos por un cuento triste. Una mujer, con la que Hodan Sulaman -mediadora de Médicos del Mundo en el tema de la mutilación genital femenina, en Parla (Madrid)- había hecho un taller hacía tiempo, la llamó y fue a su casa. Le pidió perdón. "¿Perdón por qué?", le respondió Hodan. "Porque no te hice caso. Porque me dijeron que te habías vuelto como las blancas y que no te hiciera caso". Aquella mujer que no había hecho caso a Hodan se había casado infibulada, esto es, habiendo sufrido la forma más terrible de ablación, la de tipo III, que consiste en la eliminación del clítoris y el estrechamiento al mínimo de la abertura vaginal -"te cosen, te quitan todo", resume gráficamente Hodan-. Había quedado embarazada tras escenas dignas no de un cuento triste, sino de una pesadilla brutal. A tres meses de la fecha parto, sin haberse hecho una revisión -a una mujer infibulada es más que posible que no se le puedan hacer más que ecografías externas- se le nubló la vista y cayó al suelo. Y ya en el hospital, cuando los doctores le explicaron que había tenido un aborto y que el niño, su diminuto cuerpo, no había podido salir por una abertura tan estrecha, se acordó de Hodan. De su taller y de quienes le dijeron que no le hiciera caso, que se había vuelto como las blancas.