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Por qué siempre ganan los gilipollas, según un gran experto
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Por qué siempre ganan los gilipollas, según un gran experto

El dinero se ha convertido en la única señal que define el éxito, advierte uno de los especialistas en 'management'. Y por él estamos dispuestos a disculpar los desmanes de los triunfadores

Foto: Amazon y Bezos: cuando tratar mal a tus empleados no importa demasiado. (Reuters/Mike Segar)
Amazon y Bezos: cuando tratar mal a tus empleados no importa demasiado. (Reuters/Mike Segar)

Durante los últimos años se ha producido un peculiar deslizamiento en las actitudes mentales, casi imperceptible, que nos ha llevado a justificar el comportamiento de las grandes empresas en general y de los triunfadores en particular. De repente, personajes como Steve Jobs o Jeff Bezos de Amazon nos caen bien, a pesar de la fama de déspotas que ambos comparten o las constantes denuncias de las condiciones laborales de sus trabajadores. No sólo resultan simpáticos, sino que son admirados.

“Como he señalado anteriormente, las múltiples dimensiones del rendimiento de las empresas y su reputación no están muy relacionadas”, explica Jefrrey Pfeffer, de la Universidad de Stanford y colaborador habitual de 'Fortune', en un artículo publicado en el 'Journal of Management Studies' y llamado, de manera elocuente, “por qué los gilipollas ganan”. En concreto, el autor se refiere a la cada vez más habitual coincidencia del éxito empresarial y una cultura laboral “tóxica y severa”.

Pfeffer propone cinco mecanismos que nos llevan a aceptar los comportamientos dañinos e inmorales

Cada vez es más habitual, señala, que los grandes líderes empresariales sean valorados no por la influencia que su labor tiene en los ciudadanos, en el planeta o la sociedad en su conjunto. “En su lugar, muchos comportamientos sugieren que al parecer no importa lo que un individuo o una compañía haga a otros seres humanos o al medio ambiente mientras que sean suficientemente ricos y exitosos”, recuerda. Ello se debe a que si en un pasado el carisma o la admiración iban ligados a valores comunitarios, ahora estos han sido sustituidos por un único valor egoísta: el dinero, la “señal de competencia e importancia” definitiva. Y como este nos permite hacer lo que queramos, nunca tendremos suficiente.

Dime la verdad, háblame de dinero

El autor de 'El fin de la superstición en el 'management': la nueva dirección de empresas basada an la evidencia' (Empresa Activa), que ha formado parte de la élite de los estudios sobre organización desde hace cuarenta años, tiene una pregunta: ¿cómo se convirtieron el dinero y el estatus económico, en lugar de las contribuciones al bienestar, longevidad o felicidad de la gente, en el único baremo del éxito? Cree tener la respuesta: porque las Escuelas de Negocio y la práctica empresarial ha pasado a centrarse casi exclusivamente en la producción de valor para el accionista y el interés propio.

Algo que se refleja en el lenguaje utilizado por las empresas, que tiene un carácter performativo puesto que cada vez que lo empleamos estamos “legitimizando, creando y perpetuando instituciones y organizando arreglos que aseguren su dominación”. Revisando bibliografía (es el caso de la investigación de Barly y Kunda de 1992 sobre los discursos dominantes en la dirección de empresas), Pfeffer llega a la conclusión de que en los malos tiempos abundan los discursos del control normativo que apelan a la comunidad, mientras que en los de expansión económica predomina el control racional, y con él, la defensa de la productividad, la eficiencia y la productividad por encima de otras cuestiones.

El autor advierte que, aunque las referencias a la felicidad del trabajador fueron habituales en muchos enfoques de los estudios organizativos de los últimos tiempos, estas han sido sustituidas por “cuestiones prácticas de rentabilidad, productividad y eficiencia”. Ya no se habla de los efectos de los recortes en Grecia en la población, ni del hecho de que la economía colaborativa ponga en peligro la calidad de los puestos de trabajo: tan sólo de “consecuencias económicas y costes”.

Los cinco jinetes del apocalipsis

Eso a nivel académico, pero ¿qué ocurre con los individuos, que en última instancia son los causantes de que los déspotas se salgan con la suya? Pfeffer propone cinco mecanismos que nos llevan a “aceptar los comportamientos dañinos e incluso inmorales”, que no terminan de responder la pregunta de por qué estamos dispuestos a justificar todo, pero sí a entender qué pasa con nuestra cabeza cuando decimos, como ocurría con un estudiante que el autor cita, “es increíblemente rico, así que debe ser muy listo”:

  • Gloria reflejada. Según señala Cialdini, asociarnos psicológicamente con las figuras del éxito nos permite elevar nuestro estatus, tanto de manera ilusoria como práctica, pasando a formar parte del círculo de amigos y seguidores de esa persona.
  • El mundo es justo. Debido a que el universo se autorregula y, tarde o temprano, todo el mundo consigue lo que se merece (o al menos eso pensamos), tendemos a pensar que si alguien ha llegado tan lejos es porque sus rasgos negativos o inmorales no son tan relevantes como los positivos. Pfeffer pone el ejemplo de Amazon, que “puede ser un lugar severo y desagradable para trabajar, pero que se reconoce como un lugar innovador y disruptor de industrias como la venta de libros o el comercio”.

Es inconsistente pensar que una persona se comporta de manera terrible pero que al mismo tiempo ha conseguido un increíble éxito financiero

  • Racionalización interesada. “De acuerdo, es un cabrón, pero estamos haciendo negocios con él”. Cuando nos vemos obligados a interactuar con alguien cuya catadura moral quizá no sea lo mejor, tendemos a hacer un gran esfuerzo para justificar su comportamiento. El ejemplo utilizado por Pfeffer es el de Bill Clinton, cuyo escarceo con Monica Lewinsky “para muchos no tenía ninguna implicación con sus habilidades políticas y su capacidad para administrar con éxito la economía”.
  • Consistencia cognitiva. Desde hace décadas sabemos que el ser humano debe buscar constantemente coherencia y consistencia en la información que recibe, por lo que tiende a infravalorar la información que no encaja con su visión del mundo y centrarse sólo en aquella que refuerza sus ideas. Por lo tanto, “es inconsistente pensar que una persona por una parte se comporta de manera terrible y por la otra ha conseguido un increíble éxito financiero o de otro tipo”.
  • El fin explica a la persona. El último punto señala que juzgamos a los actores sociales a partir de los resultados que cada persona ha alcanzado, por lo que si alguien es exitoso es porque se trata de una persona muy positiva en otros aspectos. “Si conocemos a alguien o a alguna compañía que ha tenido éxito, la gente le atribuirá lógicamente cualidades positivas, dotándole de más inteligencia y credibilidad que la que puede tener”.

Durante los últimos años se ha producido un peculiar deslizamiento en las actitudes mentales, casi imperceptible, que nos ha llevado a justificar el comportamiento de las grandes empresas en general y de los triunfadores en particular. De repente, personajes como Steve Jobs o Jeff Bezos de Amazon nos caen bien, a pesar de la fama de déspotas que ambos comparten o las constantes denuncias de las condiciones laborales de sus trabajadores. No sólo resultan simpáticos, sino que son admirados.

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