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Fue mucho peor que el Titanic: el hundimiento del MV Wilhelm Gustloff
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UNA CATÁSTROFE QUE COSTÓ MILES DE VIDAs

Fue mucho peor que el Titanic: el hundimiento del MV Wilhelm Gustloff

Fue un barco de recreo en el que el proletariado alemán afecto al régimen era premiado con atenciones fuera de lo común mientras visitaban fiordos noruegos o soleados puertos mediterráneos

Foto: El MV Wilhelm Gustloff en Danzig.(Bundesarchiv)
El MV Wilhelm Gustloff en Danzig.(Bundesarchiv)

Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quien podrá luchar contra ella?
Apocalipsis 13,4

Faltaban menos de seis meses para que las tropas del Imperio Rojo acabaran de pasar definitivamente por encima del Reich de los mil años y enterrarlo en las catacumbas de la historia. Una Alemania arrasada hasta los cimientos por bombardeos inmisericordes, diurnos y nocturnos, constantes y letales, se batía en retirada en todos los frentes y no daba abasto en su defensa a ultranza a cara de perro.

La puesta en escena de una avanzada y sofisticada tecnología militar de ultimísima generación, que abarcaba desde misiles guiados por sistemas electro-ópticos hasta sensores infrarrojos, eran algunas de las armas alemanas que atormentaban a los aliados en el campo de batalla.

En la Prusia Oriental, el horror de la respuesta que venía del Este no tenía parangón

El primer sistema de navegación electrónica funcional en la historia (el X-Geräte) estaba compuesto por elementos de posicionamiento trigonométrico en base a señales de tierra –el GPS hoy en día utiliza el mismo sistema, salvo que, en vez de señales de referencia en tierra, emplean satélites–. Asimismo, el primer misil guiado del que hay constancia -–la serie Henschel Hs–, era terrorífico en su uso exclusivo contra buques, a la vez que el Naxos aire-aire creaba un efecto psicológico devastador en los pilotos aliados. Por si fuera poco, monstruos como el carro de combate Tiger o el Panzer Maus se batían contra enteras formaciones de tanques aliados con solvencia incontestable.

Músculo militar en las postrimerías

El cañón sónico del Doctor Richard Wallauschek acercaba al más allá a cualquiera que estuviera en su área de influencia volviéndolo absolutamente majareta. Los Wasserfall (catarata en alemán), un misíl antiaéreo tipo (SAM) era otra herramienta que ponía los pelos de punta, y por ahí rondaban las V2 que la tomaron con Londres en las postrimerías de la gran debacle alemana. Y para incordiar un poco más, estaban los Focke-Wulf Ta 183 Huckebein y el Messerschmitt Me 262 que, aunque se incorporaron tarde, crearon desaguisados monumentales entre las fuerzas aéreas aliadas.

Pero a pesar de esta exhibición de músculo militar, era tarde para que la puesta en práctica de todos estos ingenios tan sofisticados tuviera un contrapeso que garantizara un equilibrio de fuerzas ante la velocidad de crucero que habían tomado los rusos en particular, y el resto de los aliados en general, en su avance constante y demoledor.

Armas de la Segunda Guerra Mundial.

En la Prusia Oriental, el horror de la respuesta que venía del Este no tenía parangón. Años antes, las temibles divisiones de choque afectas al régimen, las SS, habían generado tal nivel de destrucción gratuita, aderezada con un sadismo sin precedentes entre la población civil rusa, que todas las coartadas atenuantes habían saltado por los aires. Los trenes con refugiados que iban llegando al puerto de Gotenhafen (Gdynia en polaco) iban drenando su mortífera carga de cadáveres muertos por inanición, asfixia, enfermedades varias o muerte por agotamiento, arrojando con una cadencia regular cientos de cadáveres por los portones, quedando estos expuestos a la vista de los miles de refugiados que se agolpaban en los muelles cercanos.

Las temperaturas de treinta grados bajo cero evitaban las epidemias y factores de comorbilidad periféricos, mas no así, la indecencia de una humanidad en el apogeo de su decadencia y un testimonio de mortandad insultante para quien mantuviera unos mínimos de cordura. Para cualquier observador sensible, el viaje al abismo de la conciencia propia estaba asegurado.

En el muelle principal estaba amarrado un soberbio transatlántico de bella factura, que hacía las veces de barco hospital; era este el Wilhelm Gustloff.

Plata y esvásticas

En tiempos de paz, había sido un barco de recreo en el que el proletariado alemán afecto al régimen era premiado con atenciones fuera de lo común mientras visitaban fiordos noruegos o soleados puertos mediterráneos. Sus humildes viajeros no salían de su asombro. Mientras se bronceaban en cubierta, podían a la par disfrutar de una cubertería de plata primorosamente decorada con la esvástica, e hincarle el diente a algún despistado túnido, eso sí, todo regado con elaborados caldos del Rhin. El 'non plus ultra'.

Pesqueros, buques de carga, patrulleras y cualquier cosa que flotase se ponen a disposición de los evacuados. Pero el destino sería terrible

Pero cuando la cosa comenzó a ponerse fea, esta soberbia nave fue retirada de la circulación y usada como buque escuela del arma submarina alemana al servicio de la Kriegsmarine , hasta que el terrible éxodo de fugitivos procedentes del Este obligaría a reciclar la nave en buque hospital. Para entonces, Alemania se iba a pique y esta nave iba a ser más que un símbolo o metáfora de aquella debacle.

Es a finales de enero del año 1945, cuando el almirante Dönitz y, dada la crítica situación que amenazaba con copar a diez millones de compatriotas en ese infernal frente, decide activar la operación Aníbal. Básicamente se trataba de evacuar a mujeres, niños y al máximo número de soldados posibles hacia la Dinamarca ocupada y la Alemania occidental. Pesqueros, buques de carga, patrulleras y cualquier cosa que flotase se ponen a disposición de los evacuados. Pero los "órganos de Stalin", las cortinas de la eficiente y terrorífica artillería rusa, los torpedos de los submarinos chacales, hacen su agosto en medio de aquel descomunal desconcierto. Para aderezar la situación, los rusos bombardean día y noche los tres puertos de salida, Gdanks, Gdynia y Baltisk. La hecatombe adquiere proporciones descomunales; es el Apocalipsis en directo.

Pero el Armagedón estaba por llegar.

Una escalofriante contabilidad

La espera para embarcar se eterniza. La congelación hace estragos, no hay galpones ni albergues, ni hospitales, ni centros que puedan acoger a esa muchedumbre ingente buscando un hálito de esperanza. Embarcar en alguna nave es tarea más que heroica, la lucha por la supervivencia es cruenta e implacable. Inicialmente, la oficialidad gestionó con criterio la salvación de mujeres con niños propios y huérfanos, y soldados con heridas severas; pero cuando el anuncio de la proximidad de las tropas rusas y la mala prensa que arrastraban se hizo patente, el amotinamiento de los hacinados en los muelles cobró tintes de tragedia. Heinz Schön, uno de los oficiales de a bordo, dedicaría el resto de su vida a verificar la macabra contabilidad del sumatorio de víctimas, tras la horrible tragedia acontecida a aquella malhadada nave. Su cálculo se elevó ligeramente por encima de los diez mil pasajeros.

Como contrapunto, la lógica numérica no daba para asistir en caso de emergencia ni a la sexta parte de aquellos desesperados. Una veintena de lanchas salvavidas, tres mil chalecos y algunas balsas inflables, era como mucho, la solución prevista para afrontar lo que era más que previsible. Los sumergibles rusos se habían concentrado en las inmediaciones con el claro propósito de causar el mayor número de bajas en medio de aquel tremendo desconcierto.
La supuesta escolta que debía de proteger al gigantesco buque hospital ya fuera por falta de combustible, problemas técnicos sobrevenidos por falta de repuestos, o la más obvia, la congelación de los radares, no pudo prevenir la fatalidad de aquel infausto día.

Eran las nueve de la noche, y el líder alemán de perfilado mostacho simétrico acababa de lanzar una atronadora arenga como recordatorio a su acceso al poder. Fue entonces cuando el criminal de guerra Alexandr Marinenko, capitán del S-13, un sumergible a estrenar, se arrimó a menos de un kilómetro de distancia por la amura de babor y colocó en la proa y sala de máquinas tres torpedos endemoniados. La casualidad jugó una mala pasada, pues hubo que alumbrar por un instante muy breve la enorme embarcación ante una previsión de colisión con un mercante cercano.

Se dio el SOS a través de la radio de emergencia y el torpedero Lowe la repercutió a todas las unidades cercanas; pero la gélida e inmensa noche báltica y el pánico sobrevenido abrieron de par en par las puertas del infierno, y la locura cundió sin remisión. Cuatro mil niños perecieron en mor del despropósito del “sálvese quien pueda”. Otros cinco mil adultos perecieron en la mayor tragedia marítima registrada en la historia. Pasajeros pisoteados, gentes enajenadas pegando tiros para abrirse paso entre la multitud y obtener un lugar en la salvación, orantes en trance convencidos de la cercanía del tránsito, asesinatos en directo hacia aquellos que osaban competir por un puesto o un chaleco. En fin, la turbamulta humana en su peor versión.

Cuatro mil niños perecieron en mor del despropósito del “sálvese quien pueda”

La ley del silencio se abatió sobre aquel luctuoso suceso. Las masacres de judíos empequeñecieron esta fruslería bélica, el avance de los libertadores rusos no podía permitir que las gentes caídas en el naufragio del Gustlóff huyeran de ellos, los redentores de una humanidad cautiva. Finalmente, los supervivientes eran incapaces de relatar la locura a la que asistieron y los medios de intoxicación nazis no permitían dar voz a esta tragedia.

En el triste ranking de los grandes naufragios de la historia, el del Titanic “solo” ocupa el puesto nº 17 y ha sido siempre la referencia a tener en cuenta como baremo de desastre naval. La tragedia del barco hospital alemán, fue subsumida y solapada entre los pliegues de la historia no contada.
Alexandr Marinenko acabó absolutamente alcoholizado, y a pesar de su “gesta”, recibiría la máxima condecoración como Héroe de la Unión Soviética.
Hitler, Stalin. Dios los cría y ellos se juntan. La Segunda Guerra Mundial: más de sesenta millones de muertos. A veces la contabilidad tiene eso, que causa escalofríos.

Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quien podrá luchar contra ella?
Apocalipsis 13,4

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