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Así es la vida en un súper yate y esto es lo que hacen sus pasajeros...
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caprichos extravagantes en alta mar

Así es la vida en un súper yate y esto es lo que hacen sus pasajeros...

Los ricos nadan en la opulencia y sin salvavidas, y cada vez que se les antoja algo, por descabellado que parezca, lo tienen. Así se gastan su dinero cuando salen de viaje

Foto: Se acaba de gastar una fortuna en mover una isla de sitio. (iStock)
Se acaba de gastar una fortuna en mover una isla de sitio. (iStock)

Veranear en el mar tiene sus detractores, pero también hay verdaderos fanáticos. Amantes de la navegación y los vaivenes del barco que cada año deciden hacer un crucero u obtener la licencia de patrón de embarcación para enfundarse un gorrito con un ancla. Desde luego, subirse a un yate es un símbolo de estatus, pero todavía lo es más volver loca a una tripulación con las peticiones más rebuscadas y lujosas que puedan pasar por la mente de alguien cuya máxima preocupación no es pagar las facturas. Caprichosos, extravagantes y, sobre todo, forrados de dinero; si los millonarios quisiesen, en vez de viajar en crucero, ordenarían verter el agua del mediterráneo en su bañera, pero, afortunadamente, les gusta demasiado hacerse notar allá donde van.

Por eso, las compañías de yates de lujo deben estar preparadas cada vez que uno de ellos aterriza en su cubierta, porque de la noche a la mañana pueden encontrarse con el problema de encontrar latas de caviar ruso en pleno mar Caribe.

La compañía Silver Star Yatching ha revelado a 'MailOnline' sus antojos más caros y hedonistas en altar mar. Estos pasajeros que citamos a continuación saben nadar y muy bien, pero en la opulencia.

Un millonario de Oriente Medio se gastó 135.000 euros para bañarse a la luz de la luna; eso sí, con la tripulación del barco a remojo también

Gourmets que no entienden de distancias

Según explica Rosanna Arcamone, jefe ejecutiva de Silver Star Yatching, un grupo de clientes americanos celebró una fiesta a bordo de un yate en la isla de Capri, y se hicieron traer Champagne y foie grass directamente de Montecarlo, en Mónaco, que fue entregado en Nápoles ese mismo día con un avión fletado para tal propósito. De igual forma, las docenas de botellas de Cristal rosé fueron provistas por bodegas de la costa de Amalfi. Y suponemos que la fiesta debió ser sonada, al menos como la factura, que ascendió a casi 41.000 euros.

Baños a la luz de la luna

Un cliente de Oriente Medio que acostumbra a dormir durante el día y navegar por la noche, suele alquilar un yate para navegar por la costa de Amalfi, Ischia y las islas Capri. Una vez, según cuenta Arcamone, se encaprichó con bañarse solo a la luz de la luna. Bueno, solo no estaba, algunos miembros de la tripulación también se tiraron al mar por razones de seguridad.

La reunión de negocios que salió por un pico

Un millonario ruso que veraneaba en Niza no reparó en gastos cuando tuvo que reunirse con su socio. Alquiló un helicóptero que lo llevó hasta la isla de Elba para recoger al otro hombre, y desde allí volaron a Capri para disfrutar de un tour marítimo en el barco más grande que la compañía tenía disponible. Luego solicitó dos Bentley Cabriolets para conducir alrededor de la isla, algo imposible de satisfacer, aun siendo rico, porque está prohibido. Así que alquiló sus carísimos coches y no le importó no utilizarlos, y, además, había realizado una compra de Champagne y vodka de precio prohibitivo que no bebieron, porque prefirieron tomar un té a bordo del helicóptero. El total de este 'meeting' de lujo: 135.000 euros más dos sobrecitos de té negro.

Melómanos caritativos

Esta historia, como no podía ser menos, la protagoniza otro ruso. En este caso, un fan de Andrea Bocelli que veraneaba en Cerdeña cuando se enteró de que el cantante organizaba un concierto benéfico privado en su casa de la Toscana. ¿Qué creen que hizo? Compró entradas y fletó un helicóptero para escuchar a su ídolo. Si bien el vuelo le costó 27000 euros, al menos los 6.700 euros de las entradas sirvieron para hacer la vida de los que menos tienen algo más fácil.

Una opulenta mujer obligó al capitán del yate a atracar en un puerto a merced de una fuerte racha de vientos y pagó los destrozos, unos 473.000 euros

Lo que cuesta mantener las creencias

Una familia judía que viajaba a bordo de uno de los barcos de Silver Star Yatching pidió no solo que su comida fuera 'kosher', sino que hubiera frigoríficos y cubertería nueva en el yate para mantener la tradición. Sus requerimientos religiosos ascendieron a la divina cifra de 162.000 euros, porque, además, querían copas de cristal de Baccarat, que dejaron en el barco una vez utilizadas.

La tozudez sale cara

Le ocurrió a una adinerada mujer que viajaba en un yate con tripulación entre la Toscana y Cerdeña. Había dejado órdenes claras de que nadie se dirigiera a ella personalmente, sino a través de su guardaespaldas. Hubo una racha fuerte de viento y se le comunicó que debía desembarcar por seguridad. Ella no solo se negó a hacerlo, sino que insistió en atracar en Porto Rotondo, aunque el puerto era demasiado pequeño para el barco e iba a ser una misión imposible. Tras una larga discusión con el capitán, la rica cabezota firmó un contrato en el que se comprometía a pagar cualquier daño que sufriera el buque con tal de que atracase donde ella dijo. Evidentemente, sufrió deterioros en el casco al chocar contra las rocas a merced del viento y la mujer, feliz por haber triunfado con su pataleo, pagó la suma de 473.000 euros al propietario.

Tal vez ninguno de nosotros se permita una chiquillada parecida o insista en que le traigan desde Japón un filete de kobe de un día para otro, pero, ¿para qué lo necesitamos? Mientras haya buffet libre en un crucero y bañistas cubiertos de aceite que conviertan la piscina en una miniatura del Mar Muerto, nosotros felices… Y si queremos sentirnos poderosos, siempre podemos pedirle un daikiri al camarero y luego decirle: “No, mejor tráigame agua mineral”, y así hasta que lo saquemos de quicio.

Veranear en el mar tiene sus detractores, pero también hay verdaderos fanáticos. Amantes de la navegación y los vaivenes del barco que cada año deciden hacer un crucero u obtener la licencia de patrón de embarcación para enfundarse un gorrito con un ancla. Desde luego, subirse a un yate es un símbolo de estatus, pero todavía lo es más volver loca a una tripulación con las peticiones más rebuscadas y lujosas que puedan pasar por la mente de alguien cuya máxima preocupación no es pagar las facturas. Caprichosos, extravagantes y, sobre todo, forrados de dinero; si los millonarios quisiesen, en vez de viajar en crucero, ordenarían verter el agua del mediterráneo en su bañera, pero, afortunadamente, les gusta demasiado hacerse notar allá donde van.

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