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Para esto sirven las naciones: la pequeña isla que iba a convertirse en la nueva Dubái
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EL TIMO DE LAS COMORAS

Para esto sirven las naciones: la pequeña isla que iba a convertirse en la nueva Dubái

Actualmente existe un agitado mercado de compra y venta de nacionalidades que nos hace replantearnos todo lo que sabíamos acerca de la función de los Estados y la definición de ciudadanía

Foto: Las islas Comoras se encuentran en el Océano Índico. (CC/Botev)
Las islas Comoras se encuentran en el Océano Índico. (CC/Botev)

Para aquellos que hemos nacido en un país como España, donde nuestra nacionalidad nos ofrece un amplio abanico de ventajas y nos hace, por extensión, ciudadanos de la Unión Europea y beneficiarios de todos sus derechos, nos resulta un tanto ajeno oír que existe fuera de aquí un potente mercado de pasaportes. Sin embargo, “la compra y venta de ciudadanía se ha convertido en un negocio boyante en cuestión de años”, señala la periodista Atossa Araxia Abrahamian en su último libro, 'The Cosmopolites. The Coming of the Global Citizen' (Columbia Global Reports), en el que explica cómo ciertas naciones subdesarrolladas han recibido suculentas ofertas para vender sus pasaportes a granel.

¿Quién necesita una doble o triple nacionalidad? La mayor parte de ellos son las clases medias y altas de los prósperos países del petróleo del Golfo, que necesitan visados para poder hacer negocios en otros países. Otros son los habitantes de los países de Oriente Medio más inestables, que sueñan con obtener la nacionalidad americana, australiana o canadiense para poder salir de su país. En algunos casos, un pasaporte es la única manera de solucionar problemas demográficos y étnicos.

La ciudadanía se está convirtiendo en un producto que se puede comprar y vender

“La mera existencia de este mercado marca una significativa novedad respecto a las ideas tradicionales sobre la nacionalidad, la lealtad y la pertenencia”, explica Abrahamian en un reportaje de 'The Guardian' que recoge uno de los casos más llamativos de su libro, el de las Comoras. “La emergencia de la industria de los pasaportes sugiere que la camaradería ha dejado lugar al comercio, y que la ciudadanía se está convirtiendo en un producto que se puede comprar y vender”. Si en el siglo XIX las naciones se conformaron a partir de un romántico sentimiento de pertenencia, en el XXI manda el negocio y la pertenencia a uno u otro país no es más que la vía rápida a una vida más próspera.

Un trato hecho en los cielos

Las Comoras son un archipiélago situado al norte de Mozambique, en el océano Índico y compuesto por tres islas volcánicas, Gran Comora, Mohéli y Anjouan, así como otros pequeños islotes. Su capital es Moroni y, en total, su población ronda los 800.000. Se trata de uno de los países menos desarrollados de África, con unos niveles de pobreza cercanos al 60%. Su historia no ha favorecido precisamente el desarrollo: se independizó de Francia en 1975, pero desde entonces ha sufrido alrededor de 20 golpes de estado, entre los que se encuentra el del coronel Azali Assoumani en 1999. Ello ha provocado su bancarrota, incluso después de conseguir cierta estabilidad tras la aprobación de una Constitución en 2011.

De ahí que, cuando una delegación de políticos y hombres de negocios árabes aterrizó en las Comoras en 2008 con una suculenta oferta, los principales responsables del país, con el presidente Ahmed Abdallah Mohamed Sambi en cabeza, estuviesen ansiosos por escucharlos. La propuesta era la siguiente: el país se prestaría a ofrecer la doble nacionalidad a muchos de los habitantes de su territorio (ciudadanos o no) y a cambio, recibirían una gran cantidad de dinero y su ayuda para convertirse en la nueva niña bonita de la inversión árabe, lo que la terminaría convirtiendo en una especie de “Hawái para árabes”.

En el caso de los Emiratos Árabes, no sólo existe una gran demanda de pasaportes por parte de los más ricos para facilitar sus negocios, sino que deben enfrentarse al problema de los bidunes, un grupo étnico que habita en su territorio y que carece de ninguna nacionalidad, un agujero diplomático que muchos organismos internacionales han instado a llenar. El trato, por lo tanto, parecía beneficioso para ambos: los Emiratos verían solucionado su problema étnico y las Comoras pasarían de ser un país en ruinas que sobrevive a duras penas por la agricultura a convertirse en un centro neurálgico de las inversiones internacionales o, por lo menos, tapar unos cuantos agujeros.

Es lo que nos falta en nuestro país: dinero. Y aquí tenemos dinero que, gracias a Dios, se transferirá en los próximos días a nuestro banco central

“Esto va a acabar con nuestros problemas con el agua, las carreteras y la energía”, aseguró el presidente Sambi después de anunciar en 2009 que el país recibiría 200 millones de dólares a cambio de la concesión de la nacionalidad a 4.000 familias bidunes. “Servirá para construir puertos, aeropuertos, colegios de verdad que duren mil años y una infraestructura de seguridad. Hermanos, este es uno de los caminos para generar riqueza en nuestro país. Es lo que nos falta en nuestro país: dinero. Y aquí tenemos dinero que, gracias a Dios, se transferirá en los próximos días a nuestro banco central”. ¿Qué podía ir mal?

Bienvenido, míster Kiwan

Entra en escena el gran protagonista del fiasco de las Comoras, Bashar Kiwan, que llevaba años instalado en el archipiélago y dirigía la empresa local Comoro Gulf Holdings. De origen kuwaití, había estudiado en el sur de Francia y se movía como pez en el agua en el mundo de los negocios internacionales. El hombre que ejercería de puente entre Emiratos Árabes y las Comoras había encontrado en los años 90 “un país virgen que acababa de salir de una pequeña guerra civil. Era el cielo”. Una década más tarde, terminaría siendo la mano derecha empresarial del presidente Sambi tras su elección en 2006, el hombre que ayudaría a modelar el archipiélago a imagen y semejanza de Dubái.

Para ello, el hábil hombre de negocios proyectó un viaje para el presidente y sus ministros en octubre de 2008, en el que terminaron de convencerlos de que debían aprobar el trato, a pesar de las críticas de gran parte de sus conciudadanos, algo que ocurrió el 27 de noviembre de 2008. Para entonces, CGH se había situado como el gran 'holding' de las Comoras, con derecho para construir en amplias cantidades de terreno, licencias para operar en telecomunicaciones y la apertura del primer banco privado. Los proyectos, señalan las fuentes del reportaje de 'The Guardian', eran “mastodónticos”.

Como suele ocurrir en estos casos, de lo prometido a lo ocurrido hay una gran distancia. Al final, la falta de infraestructuras en un país que “apenas podía mantener sus luces encendidas” terminó disuadiendo a otros inversores a participar en el milagro de las Comoras. Las resistencias políticas y sociales tampoco ayudaron y poco a poco, los ciudadanos empezaron a sentir que, décadas después de independizarse de Francia, estaban volviendo a ser colonizados. Aunque no se sabe exactamente cuánto dinero llegó a las arcas de las islas africanas, la cantidad no se acerca ni de lejos a los 200 millones prometidos; probablemente esté más próxima a los 30 o 40 millones. La llegada de un nuevo presidente, Ikililou Dhoinine, paralizó gran parte de sus proyectos y en abril de este mismo año un juez dictaminó que CGH, que ha declarado pérdidas cuantiosas, le debía al Estado 16 millones de dólares.

Para aquellos que hemos nacido en un país como España, donde nuestra nacionalidad nos ofrece un amplio abanico de ventajas y nos hace, por extensión, ciudadanos de la Unión Europea y beneficiarios de todos sus derechos, nos resulta un tanto ajeno oír que existe fuera de aquí un potente mercado de pasaportes. Sin embargo, “la compra y venta de ciudadanía se ha convertido en un negocio boyante en cuestión de años”, señala la periodista Atossa Araxia Abrahamian en su último libro, 'The Cosmopolites. The Coming of the Global Citizen' (Columbia Global Reports), en el que explica cómo ciertas naciones subdesarrolladas han recibido suculentas ofertas para vender sus pasaportes a granel.

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