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El código indo, el misterio de la civilización perdida que ha vuelto locos a los arqueólogos
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¿QUÉ DIABLOS SIGNIFICA ESE UNICORNIO?

El código indo, el misterio de la civilización perdida que ha vuelto locos a los arqueólogos

En su último libro, Andrew Robinson explica las posibles teorías que han surgido sobre estas extrañas tablillas y por qué resulta tan complicado averiguar qué quieren decir incluso en el siglo XXI

Foto: El sello indo con el supuesto animal fantástico. (Robert Harding/Corbis)
El sello indo con el supuesto animal fantástico. (Robert Harding/Corbis)

Nadie oyó hablar de la cultura del valle del indo durante cuatro milenios, hasta que hace algo menos de un siglo arqueólogos indios y británicos se toparon por accidente con sus restos. Fue sir John Marshall quien encontró un montón de ladrillos y sellos en lo que hoy es la parte occidental de Pakistán y, en colaboración con otros investigadores locales, se topó con las populosas ciudades de Harappa y Mohenjo Daro, las dos grandes capitales de la civilización inda.

A lo largo del siglo XX, diversas excavaciones permitieron descubrir cada vez más información sobre esta civilización que floreció entre el 2600 y el 1900 a.C. en un el vasto terreno del valle del Indo que hoy en día abarca gran parte de Pakistán, el sur de Afganistán y la parte occidental de la India. Esto la convierte en la civilización antigua más extensa, que pudo llegar a estar compuesta por un millón de habitantes. Hoy en día, y a pesar del enigma que rodea gran parte de su historia, se considera una civilización a la altura de la egipcia y la mesopotámica.

Estrictamente hablando, se trata aún de una cultura prehistórica, puesto que no se dispone de ningún documento literario descifrado, tan sólo restos arqueológicos como los cientos de estatuillas de terracota que sir Mortimer Wheel, uno de los grandes excavadores de la cultura inda, encontró en Harappa. Sin embargo, restos de posible escritura aparecidos en sellos de barrio cocida y piedras lisas han estado volviendo locos a los investigadores desde finales de los años 60. En uno de los más célebres se puede ver lo que nuestra cultura consideraría un unicornio (¿o es un toro?), junto a signos pictográficos que recuerdan poderosamente al rongorongo, el sistema de escritura de la Isla de Pascua.

En el último número de 'Nature' puede leerse un amplio reportaje sobre la cultura del valle del indo en general y su escritura en particular escrito por Andrew Robinson, el periodista británico especialista en lenguas perdidas que ha publicado en España 'Metrum: la historia de las medidas' (Paidós Ibérica) o 'Grandes científicos' (Lunwerg) y que publicará el próximo mes 'The Indus: Lost Civilizations'. “Una vez vistas, las marcas en la piedra no pueden olvidarse”, explica en el artículo. Robinson las observó por primera vez a finales de los 80, cuando se le pidió participar en un documental sobre el enigma indo que nunca salió a la luz y cuyo objetivo era premiar con una cuantiosa cantidad a aquel que pudiese descifrar el código.

El enigma de las rocas

“Son pequeñas obras maestras de un realismo controlado, con una fuerza monumental para por una parte ser totalmente desproporcionadas respecto a tamaño pero por otra completamente fieles”, dejó escrito Mortimer Wheeler. Pero ¿de qué se trata exactamente? Robinson intenta responder a la pregunta a partir de los más de 100 intentos que en vano se han propuesto descifrar el enigma, el último de ellos este mismo año, cuando el profesor de la Universidad de Harvard Bryan Wells aseguró en un libro que se trataba de un gran sistema de 958 signos.

Hay pocas pistas: no hay una inscripción bilingüe como la de la Piedra Rosetta, ni conocemos los nombres de los dioses o héroes indos

De lo que no cabe ninguna duda, asegura Robinson, es de que la dirección de la escritura es de derecha a izquierda y que en los documentos se repiten una serie de caracteres y estructuras sintácticas, algo que ha descubierto el trabajo del indólogo de la Universidad de Helsinki Asko Parpola. A pesar de las aseveraciones de Wells, señala Robinson, muy pocos investigadores creen que se trate ni de un alfabeto ni de un silabario (en el que cada signo representa una sílaba, como el kana japonés), sino que probablemente se trate de un sistema logosilábico (como los glifos mayas o la escritura cuneiforme sumeria) en el que se juntan los signos que representan sílabas con los logogramas que representan palabras y conceptos.

Si tan complicado resulta resolver el acertijo es porque el material del que se dispone no da mucho de sí, al contrario de lo que ocurrió a lo largo de los últimos siglos con el egipcio o el linear A de la civilización minoica de Creta. No hay una inscripción bilingüe como la de la Piedra Rosetta, ni conocemos los nombres de los dioses o héroes indos que puedan darnos una pista. Tampoco los investigadores están seguros del idioma que puede haber antecedido este tipo de escritura. Algunos han asegurado que se trata de un precursor del sánscrito, aunque Robinson se decanta por el dravidiano, desarrollado en el sur de la península india.

Las fronteras de nuestro conocimiento

A pesar de la resistencia de estos signos a ser descifrados, Robinson se muestra optimista debido a los nuevos métodos de investigación que han sido aplicados, entre otros, por el propio Bryan Wells. Al considerar que las inscripciones encontradas debían ser un sistema completo de escritura, el profesor se propuso demostrarlo creando un corpus de todos los textos disponibles hasta la fecha que puede consultarse en Archaeo Astronomie. También el profesor de informática Rajesh Rao de la Universidad de Washington ha calculado la entropía condicional de un buen puñado de lenguas (la posibilidad de que un elemento haya sido elegido por azar dados otros elementos previos) y su conclusión es que la del indo es muy similar a la del sumerio, lo que aumenta las posibilidades de que efectivamente se trate de una lengua.

Aún se debe excavar gran parte de Ganweriwala, una ciudad que puede arrojar tanta luz sobre la vida de los habitantes de la zona como Harappa y Mohenjo Daro

Lo que por el lado tecnológico es esperanzador, por el político es desesperante. Robinson recuerda que la zona arqueológica más rica sufre una gran inestabilidad, como ocurre en el Colistán pakistaní, muy cerca de la frontera con India, y donde se encuentra la ciudad de Ganweriwala, que puede arrojar tanta luz sobre la vida de los habitantes de la zona como Harappa y Mohenjo Daro. Ello ha provocado que durante las últimas décadas la investigación se haya paralizado. De la voluntad de inversores depende que el indo pase a engrosar la lista de lenguas como el linear A, el etrusco, el rongorongo o el egipcio que han sido descrifradas en el último siglo o siga siendo uno de los grandes misterios de la historia humana.

Nadie oyó hablar de la cultura del valle del indo durante cuatro milenios, hasta que hace algo menos de un siglo arqueólogos indios y británicos se toparon por accidente con sus restos. Fue sir John Marshall quien encontró un montón de ladrillos y sellos en lo que hoy es la parte occidental de Pakistán y, en colaboración con otros investigadores locales, se topó con las populosas ciudades de Harappa y Mohenjo Daro, las dos grandes capitales de la civilización inda.

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