Es noticia
Siete explicaciones de que haya días que no puedes parar de comer
  1. Alma, Corazón, Vida
LOS MALOS HÁBITOS CONFUNDEN A NUESTRO CEREBRO

Siete explicaciones de que haya días que no puedes parar de comer

Dormir pocas horas, las cenas ultra calóricas o no beber suficiente agua provocan la sensación de vacío que hace que te despiertes por la mañana deseando atacar la nevera

Foto: Va por el segundo bollo y aún se comerá un par más. (iStock)
Va por el segundo bollo y aún se comerá un par más. (iStock)

Te despiertas por la mañana, tu estómago zurra de hambre y te da por ir desayundando mientras preparas el desayuno, y pierdes la cuenta del número de tostadas que te has comido. Es más, aún no has tragado el último bocado que ya andas pensando en el almuerzo. Pero lo peor es tener que soportar los chascarrillos del típico graciosillo: “Vaya, parece que tengas la solitaria; cuidado, no te vayas a comer el plato, o el ya tan manido comentario que las mujeres no se casan de oír: "¿no estarás embarazada?...”. Y te sientes fatal contigo mismo, pero es que ¡no puedes parar de comer!

¿Quieres saber por qué? Intenta recordar lo que hiciste la noche anterior y seguro que esta voracidad pasajera puede ser causada por uno de estos siete motivos:

1. Trasnochas demasiado

Las personas que sufren de insomnio o duermen pocas horas suelen comer más al día siguiente, al menos unas 248 calorías extras, de acuerdo a un estudio publicado en la revista 'Obesity'. Además, cuando estamos cansados preferimos la comida basura y ultra azucarada a las verduras y las frutas, porque nuestro cuerpo necesita recuperar rápidamente los niveles de energía con un buen chute de glucosa exprés. No pasa nada si un día no pegas ojo, pero si sueles dormir menos de cinco horas diarias tienes un 50 por ciento más de posibilidades de desarrollar sobrepeso que las personas que descansan las siete u ocho horas recomendadas por los médicos, ya que el estrés que sufre tu cuerpo interrumpe el equilibrio de grelina y leptina, conocidas como las 'hormonas del hambre', que producen sensación de saciedad cuando ya has comido suficiente.

2. Tu cena fue un festín de carbohidratos

¿Cómo puede ser que despierte famélico si anoche me pegué un homenaje de pizza y pastel de chocolate que casi me hizo saltar el botón del pantalón? La respuesta es muy simple: los carbohidratos refinados se dirigieren muy rápido transformándose en glucosa, que actúa como combustible de nuestro cerebro. Y como ya debes saber, todo lo que sube rápido, cae igual de veloz: de forma que irte a la cama con niveles altos de azúcar provoca que te despiertes con ganas de más. Para evitar despertarte con el vivo deseo de colonizar la nevera, los expertos recomiendan que optes en tus cenas por carbohidratos complejos como el arroz, los cereales y las pastas integrales, que son procesados más lentamente por tu cuerpo, y que los combines con proteínas como el pescado o la carne.

Comemos un 10 por ciento más en los bufés por un efecto óptico que nos hace percibir raciones más pequeñas de comida cuando hay variedad de platos

“En tus intestinos hay unas células que actúan como sensores, detectando las cantidades de proteínas y carbohidratos que has comido”, explica el endocrino y profesor de Cambridge Sir Estephen O'Rahilly, quien añade que los alimentos proteicos estimulan las células mucho más que otro tipo de nutrientes, de forma que, si te vas a exceder, es mucho mejor pegarte un atracón de solomillo que no de pizza, aunque sea algo más caro.

3. Las copas de más pasan factura

Seguro que lo habrás vivido: salir con amigos una noche, tomar algunas copas y despertar por la mañana con un hambre de lobo, amén de la maldita resaca. Pero si no bebí demasiado… No lo entiendo. La ciencia sí. Según una investigación publicada en la revista 'Alcohol and Alcoholism', tres copas de vino son suficientes para que bajen los niveles de leptina, que mantiene la sensación de hambre bajo control. Asimismo, tu hígado habrá pasado la noche intentando procesar el alcohol que tenías en sangre y no habrá podido distribuir la glucosa que tu cerebro necesita para funcionar.

4. Los anuncios te abren el apetito

Tacos picantes que chorrean salsa pasan veloces junto a tu coche y tú en pleno atasco; un niño pecoso se come una hamburguesa en tu televisor y se te hace agua la boca… En los cinco minutos que dura una pausa publicitaria de tu programa favorito ya vuelves a tener hambre. La razón la saben los publicistas y también los investigadores del Instituto de Psiquiatría Max Planck, aunque solo estos últimos te lo dirán: los anuncios de comida provocan que pienses en ella, lo que produce cantidades de la "hormona del hambre", grelina. Por eso a veces comemos incluso sin estar hambrientos, y ocurre lo mismo cuando olemos nuestros platos favoritos. O al menos eso sostienen los investigadores del Brookhaven National Laboratory de Nueva York, que descubrieron que determinadas zonas de nuestro cerebro se iluminan cuando olfateamos nuestros platillos preferidos.

5. ¿Bebes suficiente agua?

Parece broma, pero no lo es. Cuando estamos deshidratados, el hipotálamo, la parte de nuestro cerebro que regula las hormonas del apetito, confunde la sensación de sed con la de hambre. Así que ahora ya lo sabes, alguna que otra vez te habrás comido un bollo de crema y lo que necesitabas era un vaso de agua, o los tres litros que recomiendan nutricionistas como Rhianon Lambert.

“Nuestro cuerpo está compuesto en un 60 por ciento de agua y cuando estamos deshidratados nos sentimos confusos, cansados y perdemos la concentración, que son sensaciones muy parecidas a las que alguien tiene cuando necesita comer”, señala Lambert.

6. Sufres el 'efecto bufé'

Cualquier persona que haya comido de bufé libre alguna vez, especialmente si la variedad de platos es enorme, se ha sorprendido cargando la bandeja más de la cuenta o comiendo en exceso de forma inconsciente. Un estudio del 'Journal of Consumer Research' reveló que comemos un 10 por ciento más cuando nos ofrecen mayor variedad de comida, ya que nuestra visión percibe las raciones más pequeñas de lo que son en realidad.

Pero, ¿eso explica por qué no perdemos la ocasión de atacar la vitrina de postres aunque ya hayamos hincado el diente a los diez o doce platos del bufé? Para la terapeuta Marisa Peer, autora del libro 'You can be younger', la clave está en el cambio de sabores. “Lo único que puede saciarte es seguir comiendo lo mismo. Si pruebas un nuevo plato, aunque te sientas lleno, recuperarás el apetito”.

7. Devorar versus disfrutar de la comida

Hay quien come con tanta voracidad que cuando los demás aún no se han sentado a la mesa ya está recogiendo el plato. Si este es tu caso, debes saber que 20 minutos es el tiempo que tarda el cerebro en registrar que ha tenido suficiente y no necesitas volver a llenar el plato. Así que ya sabes, a menos que seas un aprendiz de mago, no hagas desaparecer los alimentos antes tus 'ojipláticos' compañeros de mesa.

Te despiertas por la mañana, tu estómago zurra de hambre y te da por ir desayundando mientras preparas el desayuno, y pierdes la cuenta del número de tostadas que te has comido. Es más, aún no has tragado el último bocado que ya andas pensando en el almuerzo. Pero lo peor es tener que soportar los chascarrillos del típico graciosillo: “Vaya, parece que tengas la solitaria; cuidado, no te vayas a comer el plato, o el ya tan manido comentario que las mujeres no se casan de oír: "¿no estarás embarazada?...”. Y te sientes fatal contigo mismo, pero es que ¡no puedes parar de comer!

Obesidad Estrés
El redactor recomienda